De la estadística, esa ciencia que se ocupa del recuento de hechos sociales se ha dicho, se dice de todo: que es la primera de las ciencias inexactas (Goncourt); que hay tres clases de mentiras: las mentiras, las malditas mentiras y las estadísticas (Disraeli); que la estadística es el triunfo del método cuantitativo y el método cuantitativo es la victoria de la esterilidad y la muerte (Belloc); que la democracia es un abuso de la estadística (Borges).
La estadística es una de mis grandes aficiones ocultas. Y de vez en cuando, entre novela y novela, me entrego a la lectura de estadísticas en las que siempre encuentro información interesante de la que extraigo conclusiones no menos interesantes. Para mi propio consumo; sin más. Apenas para apoyar una reflexión a los postres de una comida, aunque reconozco que la tentación de manipular los datos que con tanta generosidad se ponen a nuestra disposición, desde todas las instancias, es casi insuperable.
El tiempo de lectura del fin de semana lo he dedicado a recorrer el mundo; no en imágenes o relatos sino en cifras. “The Economist” edita todos los años un documento muy completo con rankings en materias tan diversas como la demografía y el consumo de champán en 189 de los países de la tierra con más de un millón de habitantes o un PIB superior a los mil millones de dólares. Ha sido, una vez más, un recorrido gratificante y sobre todo instructivo. No trato, con esta información, de hacer sociología de salón en este blog. Sólo son datos.
Hay 11 países en el mundo en los que hay más de 500 coches en propiedad por cada 1.000 habitantes, Luxemburgo a la cabeza como en muchas de las clasificaciones que reflejan riqueza. Y en el extremo opuesto, seis países (Bangladesh, Burundi, Etiopía, Rep. Centroafricana, Rwanda y Tanzania) tienen un automóvil por 1.000 habitantes. Me ha quedado un ejemplo un poco materialista pero creo que expresivo de la diferencia en un tiempo y tal vez un espacio común.
Desde 1990 un programa de Naciones Unidas publica un Índice de Desarrollo Humano que combina estadísticas económicas con otros indicadores más humanos, lo que da un resultado para lo que podríamos llamar calidad de vida. En cabeza del ranking, con el índice más elevado, entre 96 y 97 puntos, Islandia, Noruega, Canadá, Australia…; Francia sería décima y España (94,9) decimosexta. Los 18 países con desarrollo más bajo son africanos, con Sierra Leona (32,9) en el último lugar.
Moverse en la marea de cifras y su comparación sin caer en la tentación de la demagogia es difícil. La esperanza de vida es uno de los indicadores a los que más se recurre habitualmente. Para advertir, por ejemplo, que Japón (82,7 años) es el país con mayor esperanza y que hay 20 países por encima de los 80 años. Y en el lado contrario de la clasificación, con Afganistán (43,8 años) a la cabeza, son 16 los países en los que la esperanza de vida no alcanza a los 50 años.
Me ha llamado la atención un dato en particular: el número de ciudadanos por cada médico. Por lo extraordinariamente alto en Malawi o Níger (otra vez Africa), con más de 50.000 y lo bajísimo que en el extremo opuesto presentan países como Cuba (170), Grecia (189) y uno tan grande como Rusia (224). Cuba y Rusia aparecen destacados en otra clasificación menos positiva pero igualmente real: la de reclusos por 100.000 habitantes, en la que ocupan los puestos cuarto y tercero, respectivamente, de un ranking que lidera ampliamente Estados Unidos. En los EE.UU. hay más de 2,3 millones de personas encarceladas, casi tres veces más que en Rusia.
Esta lectura estadística ayuda, en algunos casos, a desmontar prejuicios. Si me preguntaran por el tiempo que se dedica cada día a comer y beber, no diría que el primer lugar correspondería a Turquía (162 minutos) y el segundo a Francia (135), muy por encima de España (106) que se sitúa en séptimo lugar, justo delante de Alemania. ¡Y qué decir del tiempo de ocio! Los nueve países que encabezan la clasificación del tiempo dedicado al ocio son europeos, con Bélgica a la cabeza. Se ve que la lucha por la supervivencia impide a africanos, asiáticos y centroamericanos pensar en el ocio.
Podría alargarme hasta el aburrimiento, si es que a estas alturas el lector no ha alcanzado ese estado de ánimo. Pero no quiero olvidar un dato, relativo al ranking de las mejores universidades del mundo: las 15 primeras son estadounidenses (11) o británicas (4). Alguna vez he escuchado decir al ilustre profesor Etxenike, estrechamente vinculado a Cambridge y otros centros de máxima excelencia, que tal vez fuera difícil señalar las 20 mejores universidades, pero que no le cabía duda que las 20 peores son norteamericanas.
Y termino. El repaso de estas cifras provoca a menudo sorpresas y siempre resulta instructiva. Es un buen antídoto frente al ombliguismo al que tan aficionados somos. El revulsivo de esta vez ha sido, para mí, detenerme en la superficie de Kazajstán y sus 2,7 millones de kilómetros cuadrados; y hacerlo desde aquí, desde esta Gipuzkoa que cabría 1.350 veces en la ex república soviética. De Antonio Machado aprendí y lo repito venga o no a cuento, que es conveniente pisar el suelo para tener una idea aproximada de nuestra estatura.
La estadística es una de mis grandes aficiones ocultas. Y de vez en cuando, entre novela y novela, me entrego a la lectura de estadísticas en las que siempre encuentro información interesante de la que extraigo conclusiones no menos interesantes. Para mi propio consumo; sin más. Apenas para apoyar una reflexión a los postres de una comida, aunque reconozco que la tentación de manipular los datos que con tanta generosidad se ponen a nuestra disposición, desde todas las instancias, es casi insuperable.
El tiempo de lectura del fin de semana lo he dedicado a recorrer el mundo; no en imágenes o relatos sino en cifras. “The Economist” edita todos los años un documento muy completo con rankings en materias tan diversas como la demografía y el consumo de champán en 189 de los países de la tierra con más de un millón de habitantes o un PIB superior a los mil millones de dólares. Ha sido, una vez más, un recorrido gratificante y sobre todo instructivo. No trato, con esta información, de hacer sociología de salón en este blog. Sólo son datos.
Hay 11 países en el mundo en los que hay más de 500 coches en propiedad por cada 1.000 habitantes, Luxemburgo a la cabeza como en muchas de las clasificaciones que reflejan riqueza. Y en el extremo opuesto, seis países (Bangladesh, Burundi, Etiopía, Rep. Centroafricana, Rwanda y Tanzania) tienen un automóvil por 1.000 habitantes. Me ha quedado un ejemplo un poco materialista pero creo que expresivo de la diferencia en un tiempo y tal vez un espacio común.
Desde 1990 un programa de Naciones Unidas publica un Índice de Desarrollo Humano que combina estadísticas económicas con otros indicadores más humanos, lo que da un resultado para lo que podríamos llamar calidad de vida. En cabeza del ranking, con el índice más elevado, entre 96 y 97 puntos, Islandia, Noruega, Canadá, Australia…; Francia sería décima y España (94,9) decimosexta. Los 18 países con desarrollo más bajo son africanos, con Sierra Leona (32,9) en el último lugar.
Moverse en la marea de cifras y su comparación sin caer en la tentación de la demagogia es difícil. La esperanza de vida es uno de los indicadores a los que más se recurre habitualmente. Para advertir, por ejemplo, que Japón (82,7 años) es el país con mayor esperanza y que hay 20 países por encima de los 80 años. Y en el lado contrario de la clasificación, con Afganistán (43,8 años) a la cabeza, son 16 los países en los que la esperanza de vida no alcanza a los 50 años.
Me ha llamado la atención un dato en particular: el número de ciudadanos por cada médico. Por lo extraordinariamente alto en Malawi o Níger (otra vez Africa), con más de 50.000 y lo bajísimo que en el extremo opuesto presentan países como Cuba (170), Grecia (189) y uno tan grande como Rusia (224). Cuba y Rusia aparecen destacados en otra clasificación menos positiva pero igualmente real: la de reclusos por 100.000 habitantes, en la que ocupan los puestos cuarto y tercero, respectivamente, de un ranking que lidera ampliamente Estados Unidos. En los EE.UU. hay más de 2,3 millones de personas encarceladas, casi tres veces más que en Rusia.
Esta lectura estadística ayuda, en algunos casos, a desmontar prejuicios. Si me preguntaran por el tiempo que se dedica cada día a comer y beber, no diría que el primer lugar correspondería a Turquía (162 minutos) y el segundo a Francia (135), muy por encima de España (106) que se sitúa en séptimo lugar, justo delante de Alemania. ¡Y qué decir del tiempo de ocio! Los nueve países que encabezan la clasificación del tiempo dedicado al ocio son europeos, con Bélgica a la cabeza. Se ve que la lucha por la supervivencia impide a africanos, asiáticos y centroamericanos pensar en el ocio.
Podría alargarme hasta el aburrimiento, si es que a estas alturas el lector no ha alcanzado ese estado de ánimo. Pero no quiero olvidar un dato, relativo al ranking de las mejores universidades del mundo: las 15 primeras son estadounidenses (11) o británicas (4). Alguna vez he escuchado decir al ilustre profesor Etxenike, estrechamente vinculado a Cambridge y otros centros de máxima excelencia, que tal vez fuera difícil señalar las 20 mejores universidades, pero que no le cabía duda que las 20 peores son norteamericanas.
Y termino. El repaso de estas cifras provoca a menudo sorpresas y siempre resulta instructiva. Es un buen antídoto frente al ombliguismo al que tan aficionados somos. El revulsivo de esta vez ha sido, para mí, detenerme en la superficie de Kazajstán y sus 2,7 millones de kilómetros cuadrados; y hacerlo desde aquí, desde esta Gipuzkoa que cabría 1.350 veces en la ex república soviética. De Antonio Machado aprendí y lo repito venga o no a cuento, que es conveniente pisar el suelo para tener una idea aproximada de nuestra estatura.
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