viernes, 15 de febrero de 2013

CORRUPCIÓN

En la viñeta de prensa el chaval (con un peluche en el brazo) a su padre: “Papá, estoy planteándome hacer carrera en el crimen organizado”.

El padre (que lee el periódico): “¿En el gobierno o en el sector privado?”

Los buenos autores han sabido, históricamente, expresar en una viñeta el pensamiento más profundo, la sabiduría más trascendente. Una buena viñeta contiene la erudición del editorial más reflexivo pero se entiende antes; tiene, adicionalmente, el mérito de que hace sentirse inteligente al lector.

Podría hacer una larga lista de los dibujantes-editorialistas a los que he admirado a lo largo de mi vida. Sobre todos los demás hoy reconozco a “El Roto” como el mejor intérprete del momento histórico que sobrevivimos; me hace pensar todas las mañanas. “Los electores siempre votan lo que más les conviene si sabes manipularlos bien”, dice uno de sus oscuros personajes a otro personaje oscuro.

Estas semanas se ha puesto negro sobre blanco uno de los vicios más hirientes de nuestra sociedad: la corrupción que nos aflige. Cuanto rodea al caso del ex tesorero del Partido Popular da asco; pero por encima de los desmanes de Luís Bárcenas (Luis, El Cabrón le decían, a saber porqué, sus compinches en latrocinios varios), repugna hasta la náusea el comportamiento de lo que viene en llamarse la cúpula del PP y los coros y danzas mediáticos que le bailan el agua.

Hemos sido en exceso comprensivos y tolerantes con episodios de corrupción como consecuencia, seguramente, de una falta de educación en valores que nunca hemos tenido y como herencia de una cultura en la que el pícaro ha sido bien acogido y la picaresca alentada.

Pagamos las consecuencias de la opacidad de las organizaciones políticas, de sus maniobras casi siempre turbias alejadas, en cualquier caso, de la transparencia que les es exigible. La transparencia (la falta de) en los partidos políticos es hoy la principal asignatura pendiente en la interminable transición en que nos embarcamos va ya para 40 años.

Y esos partidos turbios mandan con mano de hierro sobre el sistema y, lo que es tan grave, sobre las personas a las que convierten en seres subordinados, a las que hacen personas dependientes obligadas a obedecer y servir. Bueno: hay excepciones como las del mentado Bárcenas que en lugar de estar sometido al partido en el que se enriqueció hasta la alucinación somete a quienes en él parecen mandar; les tiene agarrados por los huevos.

La picaresca como género literario tiene su mayor expresión en la vida novelada del Lazarillo de Tormes. Inolvidable el pasaje en el que el pícaro come uvas junto a su amo ciego quien, de pronto, sin razón aparente, le sacude con la garrota. “¿Por qué me pegáis?”, pregunta el lazarillo. “Porque comes las uvas de tres en tres”, responde el amo. “¿Cómo podéis saberlo si sois ciego? repregunta el criado. “Porque yo las como de dos en dos y no has protestado”, zanja el ciego.

La picaresca en nuestros partidos políticos repite hasta el aburrimiento un pasaje que empieza en un recaudador para el partido que al principio guarda para sí lo que se le queda entre las uñas y acaba quedándose con la recaudación y repartiendo las sobras.

Estamos muy lejos (en distancia y hasta en capacidad de comprensión) de los comportamientos individuales en las sociedades calvinistas que han podido llegar a parecernos extravagantes. Y aún hay quienes ponen objeción a la cultura social en nuestro sistema educativo, cuando pocas cosas se nos presentan como más necesarias

La viñeta del New York Times del comienzo me la reenvió alguien que interviene en el diálogo de padre e hijo y concluye: “Personalmente, sugeriría en el gobierno. Nunca acaban en la cárcel”.


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