viernes, 27 de noviembre de 2015

DESIGUALDAD


El viernes 13 de noviembre en París parece confirmar la decadencia acelerada de la civilización occidental, la que conocíamos en la frontera de los siglos que cruzamos hace 15 años. Sobre la decadencia no creo que haya dudas; podría haberlas acerca del ritmo. Yo, personalmente, he aparcado esa incertidumbre una vez constatado que va a toda velocidad y nadie recordamos donde está la palanca del freno.

El historiador NiallFerguson hacía, a los pocos días del acto terrorista que conmocionó a Europa entera, una reflexión originalmente publicada en “TheSunday Times” y luego traducida en “El País” que ha encendido muchas alarmas: “Como el Imperio Romano a principios del siglo V, Europa ha dejado que sus defensas se derrumbaran. A medida que aumentaba su riqueza han disminuido su capacidad militar y su fe en sí misma. Se ha vuelto decadente, con sus centros comerciales y sus estadios. Al mismo tiempo, ha abierto las puertas a los extranjeros que codician su riqueza sin renunciar a su fe ancestral”.

El argumento de Ferguson se exponía en un contexto que partía de una dura aseveración: “La mayoría de los musulmanes que viven en Europa no son violentos, pero muchos tienen convicciones distintas de los principios de las democracias liberales”.

Lo sucedido en París, por los hechos mismos y más aún por sus secuelas ha generado tanta opinión que seguramente es ocioso insistir desde este humildísimo post. Además, era de otra cosa de lo que quería en principio hablar; de un informe que tiene más de un mes y que, ignoro la razón, no ha alcanzado el eco que le suponía.

Se trata del estudio de riqueza que con datos del patrimonio de 4.800 millones de adultos de 200 países ha elaborado y hecho público el banco suizo CréditSuisse según el cual: “el 1% de la población mundial posee tanto dinero líquido o invertido como el 99% restante de la población”. Más aún: “la enorme brecha entre privilegiados y el resto de la Humanidad, lejos de suturarse, ha seguido ampliándose desde el inicio de la Gran Recesión, en 2008”.

Eso es la desigualdad. De esa disparidad brutal, de ese 1% se ocupaba el Nobel de Economía Joseph Stiglitz en “El Precio de la desigualdad”. Decía: el 1% que concentra la riqueza no son los que han hecho los mayores descubrimientos ni las mayores transformaciones. No son los que han descubierto el ADN o el láser. Su excelencia está en la apropiación de la riqueza y en la manipulación del mercado”.

Hay otros informes en parecidos registros. Unos días más tarde del comentado de CréditSuisse conocíamos el realizado acerca de las pensiones en los EE.UU., donde los que las perciben, por ejemplo, los 100 ejecutivos con los planes de pensiones más cuantiosos, supera en 900 veces al que corresponde a un empleado medio. Empleado “privilegiado”, por otra parte, por cuanto accede a un plan que le está vetado a docenas de millones de personas en edad de trabajar.

Stiglitz se ha ocupado profundamente de estos asuntos y ha alcanzado una trascendente conclusión: “la alternativa no es la igualdad sino una menor desigualdad”. Profundo en su simplicidad.

La desigualdad podría encontrarse y cada día que pasa parecen hacerlo más observadores, en el origen de conflictos, de atentados que son como guerras…; está cada vez más presente en los análisis que siguen teniendo el terrible 13N parisino como referencia.

Y llega el Papa; llega Francisco a Kenia y según pone el pie en Nairobi denuncia: “la experiencia demuestra que la violencia, los conflictos y el terrorismo que se alimentan del miedo, la desconfianza y la desesperación nacen de la pobreza y la frustración”.

Desde lo de París había aparcado mi antimilitarismo de toda la vida: ¿indefensos ante la yihad que ha traspasado ya nuestras puertas? He cuestionado mi justificación de la libertad sobre cualquier otro valor: ¿Y la seguridad? Más aún: ¿va a resultar que comparto el diagnóstico (que no doctrina) papal?

Decididamente, París como síntoma puede estar transformándonos del todo. ¿Es signo inequívoco de decadencia acelerada? Preferiría que fuera comienzo de un proceso de revisión de la autocomplacencia en la que estamos instalados.



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