Zuckerberg, Mark Zuckerberg. Es mi personaje del año que
ya acaba. El fundador de Facebook anunció hace unas semanas que ha decidido
donar un 99% de las acciones de su inmensa fortuna, estimada en 45.000 millones
de dólares. Entiende que ese 1% que se reserva es suficiente para vivir muy
bien. Tiene toda la razón.
Esta donación le ha hecho convertirse en un personaje
incómodo en muchos sectores sociales, sobre todo entre los más potentados que,
de pronto, se sienten indirectamente señalados. ¿Cuándo se había preguntado
públicamente donde está la generosidad de los multimillonarios españoles?
Pero no son los únicos; también a las clases medias nos
ha llegado la perturbación que conlleva una decisión así. Nos vemos borrosos en
un espejo al que preguntamos si no podríamos, nosotros mismos, renunciar
siquiera a un 1% (sí, y quedarnos con el 99%) de nuestros bienes para
contribuir a una sociedad menos injusta. No se trata de comparar filantropía
(la de Zuckerberg y unos cuantos como él: Gates, Buffett, Bloomberg…) con esto
otro de rascarse un poco el bolsillo; pero fastidia igual. Seguramente puede
encontrarse en esa incomodidad la razón de que este importante anuncio no haya
producido el impacto mediático que cabría esperar.
Pronto le han acusado de hacer propaganda, de que lo suyo
(repito: donar un 99% de su fortuna) es una jugada maestra de marketing; de
inconcreción en el destino de esa fabulosa cantidad de dinero. Y Zuckerberg lo
ha explicado con meridiana claridad y con la inteligencia que demuestra uno de
los sabios de nuestro tiempo.
Desde sus 31 años (una edad, por cierto, totalmente
extraordinaria para adoptar una decisión de estas características que suele
llegar, cuando llega, en el ocaso de las vidas de los
donantes), Zuckerberg ha declarado que su dinero tiene por finalidad “avanzar en
el potencial humano y promover la igualdad del ser humano”. ¿Inconcreto?
Ha precisado que quiere destinar su fortuna al
aprendizaje personalizado, a la cura de enfermedades, a conectar a la gente y a
construir comunidades fuertes. Y nos ha dejado una oportuna reflexión: “tenemos
que pensar en inversiones para los próximos 25, 50 y 100 años. Los grandes
retos piden horizontes largos. El pensamiento a corto plazo no permite resolver
lo que de verdad importa”.
Por eso Zuckerberg es mi personaje de un año que ha
venido marcado por la crisis de los refugiados que llegan a Europa por
centenares de miles, o llaman a sus puertas por millones. En buena medida por
culpa de las guerras que se libran en el polvorín de Oriente Próximo, azuzadas
hasta consecuencias imprevisibles por la amenaza yihadista y el horror que
llevan a diario en los territorios que ocupan en nombre del llamado Estado
Islámico y, cuando pueden, en el corazón de Europa, como sucedió en París.
Las calamidades a relatar como resumen balance de este
2015 serían incontables, pero de recordarlas ya se encargan otros. Desde el
optimismo que habitualmente recubre mis ropas, como una tercera piel, terminaré
con una nota casi positiva: el acuerdo que en la lucha contra el cambio
climático han adoptado 200 países para reducir sus emisiones de CO2.
Un chispazo de esperanza en el año más caluroso de la
historia desde que existen registros estadísticos. Bienvenido sea 2016.

Muy bueno para terminar el año...Durillo, a todos nos cuesta soltar la "pasta"
ResponderEliminarEs bueno como REFLEXION, pero la vida de cada uno de nosotros es un MISTERIO; personalmente NO SÉ DONDE ESTOY... rodeado de enemigos? algunos pocos pero buenos AMIGOS? Ignorado por otros? La única realidad es que TODO ESTO UN DIA SE ACABA. QUE PAZ!