domingo, 14 de febrero de 2016

SPOTLIGHT

La reciente llegada a las pantallas de la película “Spotlight” vuelve a poner de moda el cine de periodistas, uno de los clásicos. Después de los policías y los abogados, la de los periodistas es, seguramente, junto con los políticos (y sí, son diferentes aunque haya quien no los distinga) la profesión más recurrente en los guiones cinematográficos. No solo en el cine de Hollywood.

“Spotlight” es una buena, en momentos magnífica película en mi opinión que no todos comparten. Hoy mismo leía a una columnista a la que sigo a diario que la cinta es tan emocionante como solicitar un certificado de estar al corriente con Hacienda. Es difícil un paralelismo menos entusiasta.

Ha podido influir el descreimiento de la columnista respecto del periodismo de investigación que sin descubrir nada, nada nuevo, dice que no se practica aquí. Y la película va de eso, de investigar con unos recursos que nos resultan inimaginables en nuestro periodismo de mínimos. Pero, más allá, va de vencer la resistencia de las buenas gentes, de la sociedad de toda la vida, de la institucionalización de los medios de comunicación, que es hoy la mayor amenaza que sufre la prensa.

Y no hablo de principios; de independencia y cosas así en las que quizá alguna vez creímos los periodistas aunque no tuviéramos ocasión de practicarlas.

Lo digo desde una experiencia en el ejercicio de esta profesión en periódicos “de provincias” y más aún como lector que todas las mañanas de su vida se desayuna con la prensa local. La batalla del equipo de Spotlight por superar el acoso de la sociedad biempensante, la del Boston de siempre que seguirá siendo bostoniana en el futuro, es lo más relevante de la película.

¿Qué institución, por pequeña que sea, no se siente con derecho a presionar al medio local para evitar ser señalada y, no digamos, acusada? ¿Qué periodista local, cualquiera que sea la sección en la que ejerce, no ha sentido la advertencia de que publicando tal o cual cosa podría dejar de ser un buen “bostoniano”?

“Spotlight” es una película de periodistas y lo es también de curas a los que, por cierto, no necesita caricaturizar ni sobreexponer para denigrarlos; curas pederastas y ya es bastante. Yo estudié en colegio de curas, lo que tal vez me haya hecho sentir un interés adicional en la trama. No ha sido igual para la columnista a la que antes me he referido, aunque escribe para medios “de provincias”.

También es cierto que “Spotlight” no alcanza cimas de otro cine sobre el periodismo. A cualquiera se le viene a la memoria el “Ciudadano Kane” de Orson Welles, de cuyo estreno se cumplirán 75 años este 2016. O cómo ignorar “La Dolce Vita”, más allá del inolvidable baño de Anita Ekberg en la Fontana de Trevi, la película en la que un personaje secundario, el fotógrafo Paparazzo dio nombre a todos esos fotógrafos que persiguen presuntas celebridades.

Y sin la ambición de poder de CK o la frivolidad que envuelve a la DV, hay una obra cumbre del periodismo en el cine, “Primera plana”, de Billy Wilder, que es el espejo en el que he visto tratar de verse reflejados, o que simplemente han pretendido copiar muchos, muchos periodistas de los que he frecuentado. Las comparaciones mueven a risa. Y otros, con parecido resultado, han mirado a “Todos los hombres del Presidente”, la película del Watergate, que hace también 40 años.

El gran cine del periodismo no es solo cosa del pasado. De este siglo es el “Buenas noches y buena suerte” que describe como ninguna la lucha por la libertad del ejercicio periodístico frente al poder, la batalla del periodista Ed Murray y el senador Mc Carthy. Podría también hablar de series de televisión extraordinarias como “El ala oeste de la Casa Blanca” y otras, pero la historia de hoy va de cine.

En fin, soy incapaz de cerrar este post sin una referencia a la que siempre acudo. A mi referencia vital en esto del periodismo en la pantalla, del cine sobre periodistas que no es otra que “El honor perdido de Katharina Blum”, la película de Volker Schlöndorff sobre la novela original de Heinrich Böll. Estrenada en 1975, estuvo aquel año en el Festival de Cine de San Sebastián, donde conocí al director. Más de 30 años después volví a compartir velada con Schlondörff y tuve la sensación de estar mucho más emocionado que él mismo con la trágica peripecia de la Blum. Ningún aspirante a periodista que se me haya acercado a pedir consejo se ha librado de la recomendación de ver “El honor perdido…”. La recomendación sigue muy viva.



2 comentarios:

  1. Después de muchos días alguien (Arantza Jimenez) me hace caer en el tremendo error del post "Spotlight" que me he apresurado a corregir. Evidentemente era Anita Ekberg la escultural actriz sueca la que protagonizaba el inolvidable (ese sí) baño en la Fontana de Trevi que, aprovecho para contar ahora, torpemente traté de emular unos años después, en 1969, hasta la llegada de los Carabinieri de los que pude zafarme gracias a la acción solidaria de mis compañeros de curso con quienes compartía viaje de fin de estudios.

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