Me quedé corto en la prevención sobre la amenaza que
acabaría resultando de la elección de Trump. Me pasé de optimista al pensar que
el presidente sustituiría al candidato y que el sentido común republicano se
impondría al impulso del magnate presidente.
Solo han transcurrido 11 días de su toma de posesión y el mundo no sale del asombro que cada día le producen las decisiones que adopta y las razones que aduce para adoptarlas. Los Estados Unidos son, ya, el manicomio dirigido por un loco.
La distopía dibuja un mundo imaginario indeseable, una sociedad ficticia despreciable. La que, por ejemplo, describía ‘1984’, la novela de Orwell superventas estos días en todo el planeta.
Y sí, ‘1984’ es ficción distópica. Pero, ¿es un mundo imaginario el que se vive en este final de enero de 2017 en los EE.UU.? Desgraciadamente, la política de Trump nos sitúa ante una sociedad absolutamente indeseable que es muy real.
No es propaganda, tampoco manipulación periodística por mucho que el presidente Trump desprecie a los periodistas, los humille e insulte. Ha calificado a los periodistas como “los seres humanos más deshonestos de la Tierra”. Pero no es el relato de los hechos lo que espanta al mundo; son los hechos. Los que Donald Trump y su administración protagonizan.
Habíamos más o menos bromeado con la ‘posverdad’, el neologismo que el diccionario Oxford eligió en 2016 como palabra del año. Bueno, en realidad, el palabro es ‘post-truth’ que viene a significar las circunstancias en las que los hechos objetivos tienen una menor influencia en la formación de la opinión pública que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal.
No es solo la ‘posverdad’, pero la ‘posverdad’ explica a Trump presidente. No representa ningún esfuerzo imaginar a Trump y sus colaboradores en el Ministerio de la Verdad que Orwell describía en su ‘1984’, en cuyas paredes los eslóganes afirmaban:“La guerra es la paz/ La libertad es la esclavitud/ La ignorancia es la fuerza”.
El tiempo ha corrido a velocidad estratosférica en estos
11 días de enero. “Que paren el mundo, que me bajo” reclamó en su día Groucho
Marx. Los marxistas son hoy legión en los Estados Unidos y piden lo mismo: “Que
paren el mundo, que me bajo”. Sin importarles lo publicado ayer mismo en
‘NatureAstronomy’: dos grandes fuerzas gobiernan el movimiento de la Vía
Láctea, nuestra galaxia, en la que atravesamos el universo a una velocidad de
dos millones de kilómetros por hora.
¿Vértigo por Trump?
¿Vértigo por Trump?

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