La reflexión acerca de la RBU, la Renta Básica Universal,
de la que hablábamos aquí hace unos meses (julio de 2016), ha crecido cada
semana y, con leves cambios, raro es el día que no ocupa un lugar destacado en
el debate social.
Una variante de la RBU con perfil propio, la RGI (Renta
de Garantía de Ingresos) lleva ya un tiempo implantada en Euskadi. La verdad es
que no sabíamos que así fuera (la RBU con label vasco), pero lo repiten desde
la administración autonómica y no escucho argumentos de peso que lo niegue ni
siquiera que lo rebata.
A ver, dice el gobierno autónomo: damos dinero a quienes
no tienen empleo ni derechos vinculados al desempleo, casi siempre por ausencia
de antecedentes laborales; en muchos casos, a los perceptores de ese dinero les
concedemos ayudas adicionales para pagar el alquiler de sus viviendas; casi
todas las personas beneficiarias tienen libre acceso a la sanidad y la
educación públicas…
Y visto de este modo podría, sí, equipararse a las experiencias
piloto que llevan a cabo regiones de países escandinavos, de Holanda y de
Canadá alrededor de la posible implantación de la RBU, esa que rechazaron los
suizos en referéndum. Los argumentos a favor y en contra no han variado; la polarización
de la sociedad en sus posiciones, tampoco.
Aquí, donde acabamos de descubrir
que somos pioneros, el ejemplo (y también la envidia) de Europa, la principal
objeción a la RGI es el fraude.
Los casos que se han conocido han provocado un profundo
rechazo. En el buenismo de quienes son especialmente generosos con lo que es “de
todos” el foco se ha puesto en el poco rigor vigilante de los organismos
administrativos que saben del asunto. Peor es, sin embargo, el caso de quienes
sienten acentuarse sentimientos próximos a la xenofobia por el origen de los
protagonistas de los fraudes más sonados.
Cuanto haya de lo uno y de lo otro es difícil de
cuantificar todavía. La inmensa mayoría, la que empieza ahora a enterarse de lo
avanzado y ejemplar de nuestro sistema, simplemente parece confiar en la
delegación que ha hecho de este tipo de inquietudes, como lo ha hecho en otras;
en casi todas.
En este punto me preocupa la autocomplacencia. Hace unos
días, sin que mediara presión especial, en el marco de un desayuno de trabajo,
la consejera de Empleo y Políticas Sociales, el departamento que entiende de la
RGI, se manifestaba satisfecha por el escaso fraude que se había detectado en
la concesión de las ayudas: apenas un 1%.
Nunca me ha gustado el cumplimiento de nada en un 99%. Me
hace pensar en el resto no cumplido. Un acierto del 99% en los aterrizajes y
despegues de Loiu significaría un avión siniestrado cada día. En el JFK de
Nueva York caerían dos aviones a la hora. Bueno, habríamos dejado de volar y
habría que cambiar el foco de la comparación. Que de cada 100 billetes que
extraemos del cajero automático uno fuera falso, por ejemplo.
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