miércoles, 26 de abril de 2017

APUESTAS

Me incomoda advertir, cada vez con mayor frecuencia, a jóvenes, más varones que mujeres, que hablan en bares y autobuses con pasión de las apuestas deportivas a las que sin duda destinan una parte significativa de sus recursos económicos que imagino, por lo general, escasos.

Cuando he prestado atención a sus conversaciones, oigo que se refieren no solo a los equipos más conocidos de los deportes más populares sino que hablan de competiciones y competidores de los que, pese a la atención que presto al mundo del deporte, apenas había oído hablar; o, directamente, que desconocía del todo.

Y cuando lo pienso, me preocupo. Me preocupa el futuro de un segmento de nuestra sociedad con un difícil panorama laboral por delante, colgado de las apuestas. ¿Qué esperan de ellas esos jóvenes? No, desde luego, hacerse ricos como esperaban sus mayores cuando rellenaban la hoy decaída quiniela o cuando llega el sorteo de Navidad de la lotería (el único en el mundo, por cierto, que merece honores de telediario por el hecho de presentar su campaña de lanzamiento, lo que es, por sí mismo, un escándalo).

Sospecho que quieren parecer más listos y audaces que quienes les rodean; tal vez pretenden compensar con la apuesta una frustración oculta por no ser ellos los deportistas sobre quienes se juega; y, sobre todo, quieren un desafío de respuesta prácticamente inmediata. Esta es una seña de identidad en la juventud: los jóvenes pueden no saber lo que quieren, pero lo quieren ya.

Me inquieta que ante nuestros ojos, en directo, se esté creando una generación de ludópatas a corto plazo. Porque si escandalosa es la promoción televisada del sorteo de la lotería lo es aún mayor la invasión publicitaria de las casas de apuestas que acompaña a toda retransmisión deportiva, sea en radio o en televisión. Sin respeto, naturalmente, por la exigible desvinculación de narradores y animadores de apuestas.

Los anuncios a apostar lo invaden todo. En una sola tarde de sillón-ball anoté las siguientes plataformas de apuestas que se anunciaban en la tele: Bet 365, Titanbet, 888 Sport, Paf, Carcaj, William Hill, Sportium, Wanabet, Bwin, Betfair, Planetwin, Luckia, Marcaapuestas e Interwetten.

Algo habría que hacer y no se entienda esto como una invitación a prohibir que es el verbo más antipático de mi diccionario. Seamos conscientes de que la incitación a apostar es incesante en nuestros hogares, en los lugares públicos que retransmiten los acontecimientos deportivos que, no se olvide, son lo que concitan las mayores audiencias. Pronto será tarde para revertir una situación que en breve plazo habrá crecido tanto que resultará inabarcable.

Que incorpora, además, una variable: la trampa, el engaño como antesala de la corrupción.
Hace pocas semanas se conocía la compra de un partido de Segunda B en el que un equipo se deja golear por 12-0. Cada poco se sabe de investigaciones abiertas sobre tenistas que ocupan puestos más allá de los 200 o 300 mejor situados en el ranking mundial. Claro que mejor no recordar la de la Juventus de Turín en 2005 que puso al descubierto una trama de corrupción que invadía todas las instancias del fútbol en Italia.

Como los ingleses: Julio Verne decía en “La vuelta al mundo en 80 días” que un inglés nunca bromea cuando se trata de algo tan serio como una apuesta. Los vascos también somos muy aficionados a apostar; cualquier cosa puede ser motivo de apuesta. De hecho, la pervivencia durante decenios de nuestras principales manifestaciones de los deportes autóctonos se ha soportado en las apuestas.

Muchos años conviví con ellas en los frontones a los que acudía por razones profesionales o como aficionado. Y las apuestas que en ellos se cruzaban: “100 azul, 80 colorado” ejercían siempre una notable fascinación. También sobre ellas recaía a veces la sombra de la sospecha: que si un arreglo, que si un tongo…

La gran mayoría de los pelotaris, los profesionales del frontón son honrados deportistas; ninguna duda. Pero no me resisto a contar una anécdota (mejor un susedido) que conocí de cerca. Era un partido a mano por parejas que se disputaba a 22 tantos, que discurría muy igualado por lo que las apuestas se cruzaban generosamente.

A medida que avanzaba el partido se evidenciaba que el interés de los delanteros de las dos parejas no era el de ganar sino el de perder, atendiendo a los intereses de apostadores que les observaban desde las gradas. Llegaron empatados a 21 tantos. El delantero que debía sacar lo tenía claro: dejaría corto su saque. El delantero al resto sospechó de la intención y cuando su rival sacó se lanzó en plancha para evitar el bote de la pelota, que el saque fuera falta para fallar él el resto.

La escandalera fue mayúscula. Pero, ¿quién la recuerda hoy, casi medio siglo después si lo de la Juve parecen haberlo olvidado hasta los italianos?


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