Durante casi dos décadas de actividad profesional me tocó participar en un llamado "Homenaje al personal jubilado" que cada año celebraba la Caja de Ahorros. El eje de la celebración era despedir a quienes se jubilaban en el ejercicio. Tuve que escribir muchas de las intervenciones de aquellos actos y sufrir la dificultad de tratar de ser un poco original en las reflexiones; de intentar, al menos, no repetir argumentos ya usados.
Todos los años cambiaban los protagonistas pero había un fondo fiel de participantes en todas las convocatorias, que era el que temía fuera a advertir la falta de originalidad en lo que se decía, comparado con lo que se había dicho 12 meses antes; menos mal que la memoria es débil, me consolaba. Hasta que un día fue el propio presidente de la Caja quien cayó en la cuenta y a mitad de su discurso dobló los papeles que leía y sentenció: "al que escribe esto se le ha debido agotar la imaginación".
Es verdad que en las palabras con las que cerraba el acto pude comprobar que se repetía algún concepto de los que el director de Recursos Humanos había utilizado al abrir el turno de intervenciones. Sentí todas las miradas en mí, aunque tal vez fueran solo la mitad. Y no tenía donde esconderme en el salón inmenso del hotel María Cristina en que se celebraba el acto.
En aquel discurso, como en todos, lo reconozco, ponía el acento en la experiencia que se iba con esas personas que salían del engranaje; experiencia que se pierde, experiencia que hay que canalizar para ser aprovechada...
No es que creyera en esas palabras que escribía, que siempre he sido del principio que nos legaron los filósofos de la Antigua Grecia: "La experiencia es una vela que solo alumbra a quien la lleva", nos dijeron. Y, de pronto, me he encontrado reflexionando sobre qué podría decir cuando llegara el momento de mi jubilación si tuviera ocasión de decir algo. El momento ha llegado, ha pasado ya y a quienes me acompañaron en la despedida (no me gustan las despedidas) les recordé a los filósofos griegos y les conté una anécdota.
Un célebre almirante inglés, ganador en todas las batallas navales en las que participó, tenía intrigados a sus oficiales que le veían encerrarse en su camarote a consultar sus notas antes antes de comunicarles la estrategia a seguir. El almirante tenía en su camarote una caja fuerte con cuyo contenido estaban obsesionados los oficiales.
Al almirante le llegó la hora del retiro y en cuanto abandonó el barco los oficiales, que querían conocer la clave de los éxitos, se lanzaron sobre la caja fuerte que, al abrirla, encontraron que contenía una sola hoja. Decía: "Estribor, derecha; babor, izquierda".
Contaba a quienes han sido mis compañeros que, de haber tenido, como el almirante, una caja fuerte en mi despacho, la única hoja que pudiera contener llevaría un mensaje aún más lacónico. Diría solamente: "Sentido común". Ese sería, es, mi testamento profesional y vital.
Porque, de la experiencia, ¿qué hay de nuevo? Todo es nuevo y les decía a quienes me despedían: "Tenéis Internet". Ahí residen el conocimiento, las costumbres y las destrezas. Puede verse como una suerte para quienes siguen en activo que ven así aliviada la posible frustración de no encontrar en quienes les precedimos respuestas a sus inquietudes.
En fin, todo esto viene a cuento de he entrado en una nueva etapa. Y ya jubilado advierto que algunos de los tópicos que acompañan a la jubilación son ciertos. Como que no hay tiempo para hacer muchas cosas que querrían o deberían hacerse. Escribir este post, por ejemplo, que un día tras otro he ido postergando.
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