lunes, 21 de octubre de 2019

CULIACÁN

Hace ya tiempo que renuncié a contar aquí mis lecturas (bueno, he dejado de contarlo todo; total, para qué). Pero no me resisto a hacerlo ahora con las imágenes y testimonios aún muy vivos que el último fin de semana nos han llegado desde México. Lo sucedido en Culiacán, la capital del estado de Sinaloa, traspasa los límites de la irrealidad para hacerse real.

Supongo a todos enterados de lo que pasó el jueves 17 en esa ciudad de cerca de un millón de habitantes: la policía detiene a uno de los capos del cártel sinaloense de la droga, hijo del jefe supremo de la banda, condenado y encarcelado en los Estados Unidos. La detención moviliza a los sicarios del cártel que fuertemente armados con rifles de asalto y protegidos con chalecos antibalas se enfrentan en las carreteras de acceso a Culiacán a soldados mucho peor pertrechados y matan a unos, secuestran a otros, a cuyas familias amenazan; asaltan una cárcel de la que liberan a medio centenar de sicarios en ella recluidos que se suman a sus filas y finalmente llegan en sus camionetas descubiertas al centro de la ciudad que toman militarmente para disparar de forma indiscriminada a personas, vehículos, casas y negocios.

El cártel de Sinaloa, muy presente en la vida y la muerte de ese Estado en las últimas décadas, nunca había hecho una demostración de matonismo similar. Exigió que se dejase en libertad al capo detenido. Solo cuando el Gobierno aceptó su chantaje liberaron a los soldados secuestrados y salieron de la ciudad.

Las consideraciones morales que provoca el suceso, la contundente victoria del narcoterrorismo sobre el Estado de Derecho mexicano: ¿importaba más preservar la integridad física de la ciudadanía de Sinaloa que llevar ante la justicia al jefe detenido? quedan a la consideración de cada cual.

Yo quería hablar de lecturas, pues el verano reciente dediqué muchas horas a la lectura de una trilogía acerca, precisamente, del narcotráfico en México. Las tres mil páginas escritas por Don Winslow: "El poder del perro", la primera de las novelas que es de 2005, traducida al castellano en 2009, a la que siguió "El cártel" y que ha culminado este mismo año (la original en inglés es de 2017) con "La frontera" son apasionantes. La descripción que en ellas se hace del terror asociado al tráfico de drogas y en la que anticipa nítidamente lo que el pasado jueves se produjo en Culiacán es extraordinaria. La realidad ha vuelto a imitar a la ficción.

Son tres novelas, cada una de las cuales tiene entidad propia por lo que pueden leerse sin seguir un orden y sin que para su comprensión sea necesario leerlas todas. Aunque seguro que resultará difícil renunciar al menú completo una vez que se haya probado uno de los platos. En las tres novelas están muy presentes todos y cada uno de los ingredientes del gran pastel cocinado la semana pasada en las calles de Culiacán.

Destacaré uno de esos ingredientes: el que señala los fuertes lazos del narcotráfico con las distintas administraciones públicas y sus gobiernos. Un aspecto que en mi opinión ayuda a reflexionar acerca del desenlace de unos hechos que han mostrado al mundo en toda su crudeza el poder del crimen organizado.

No lo necesita porque el reconocimiento que ha alcanzado es insuperable, pero para la monumental obra de Don Winslow no podría imaginarse una mejor promoción publicitaria que esa del 17 de octubre de 2019 en Culiacán, Sinaloa, México.

lunes, 19 de agosto de 2019

LEA


Desde este domingo 18 de agosto, Amalia y Xabi son responsables de la familia numerosa Zabaleta García. Alrededor de las siete de la tarde nacía Lea, su tercera hija, hermana de Julia y María.

La primera impresión de la recién nacida es que físicamente se parece mucho a las que le han precedido. Me gustaría que ese parecido alcanzara también al modo de ser que vienen mostrando durante más de cinco años y medio la primogénita, Julia y por tres años María, la hasta ahora pequeña, en adelante la segunda o la mediana. Ojalá Lea manifieste una curiosidad similar a la de sus hermanas por todo cuanto les rodea.

Lo de Xabi y Amalia casi suena a acto heroico en nuestro entorno de bajísima natalidad, en una sociedad en la que el relevo generacional parece haberse dejado en manos de otros. Es el suyo un desafío, un compromiso que va a implicarles sacrificios y renuncias. Trato de valorarlo y solo se me ocurre calificarlo de admirable.

¿Qué mundo espera a Lea? Hace mucho dejé de jugar a la prospectiva porque casi nunca se acierta y si el acierto casualmente se produce suele ser peor. Habrá que conformarse con manifestar un deseo, siquiera en términos de avance y retroceso. El deseo, más que la esperanza, de que se frene el cambio climático en favor de un planeta más amable; que se ponga freno a la amenaza de pérdida progresiva de libertades individuales y colectivas que tanto costó alcanzar.

Por ahí va el mundo que me gustaría contribuir a legar a la recién nacida. A Lea y a sus hermanas, como a sus primos Telmo y Juan, el repoker de mis nietos.

Nada más cierto que los hijos lo son de sus padres, que es de estos la responsabilidad. Pero es inevitable sentir que en alguna medida hay que compartirla. Bienvenida sea esa cuota de responsabilidad compartida. Por Lea, por sus dos hermanas y sus dos primos, desde esta visión de abuelo numeroso que vuelvo a celebrar.


lunes, 11 de marzo de 2019

DESCREER

Nunca he olvidado una película que en los primeros años setenta del pasado siglo hizo el genio Orson Welles acerca de un personaje llamado Elmyr De Hory, que tituló "Fake". Su protagonista era un falsificador de arte que con habilidad y facilidad prodigiosas imitaba la obra de autores que, como Picasso y Modigliani, yo admiraba incondicionalmente.

La película, proyectada en nuestro Festival del Cine de 1973, sembraba una seria duda sobre la autenticidad de algunas o muchas de las obras de arte que exhiben los museos. La sombra de esa duda me ha acompañado, desde entonces, cada vez que he visitado una pinacoteca aunque, también he de decirlo, no ha mermado la admiración que siento por los dos pintores mencionados.

El término fake acompañado del sustantivo news, las fakenews están presentes en todo lo que leemos y escuchamos en el último lustro. Es el tiempo en el que de forma intensa han penetrado en nuestras vidas, alrededor, sobre todo, de la figura de Donald Trump: en su campaña por la nominación republicana a las elecciones presidenciales de los EE.UU. en 2016; en la campaña electoral misma y cada día desde que fue elegido presidente.

Trump es la escala planetaria de las fakenews pero, desafortunadamente, no es su único cultivador. Ha creado escuela y sus practicantes se reproducen en todas las circunstancias y lugares del mundo. A escala doméstica ha encontrado en el Partido Popular su más ferviente seguidor aunque no en exclusiva.

Para su implantación como arma de intoxicación masiva, las fakenews tienen en las redes sociales un colaborador inestimable. No hay más que ver la alegría insensata con la que se reenvían todo tipo de basuras. El porcentaje de lo cierto que se transmite en las redes palidece ante la proporción de medias verdades y, directamente, de las mentiras que circulan.

¡Cómo habría envidiado Goebbels haber dispuesto de una herramienta así!

Las redes, lo comprobamos cada minuto, favorecen la suplantación de personalidades. La atribución de actos y opiniones a personas que consideramos nunca harían tales cosas ni opinarían de tal modo. En el basurero no hay fondo, todo cabe y por eso es difícil que vaya a reventar como tal vez sería deseable.

A las fakenews las dejan pequeñas, a su vez, las deepfakes, las imágenes fijas o en acción creadas por algoritmos, que construyen fotografías y vídeos totalmente inventados, rigurosamente falsos. Leía hace unos días en "El País" el ejemplo que ponía un científico del laboratorio nacional de Los Álamos, en Nuevo México: "pide al algoritmo una foto de tu vecino antipático con una pistola en la mano, implántalo en el vídeo de la cámara de seguridad de una farmacia y haz que le encarcelen".[El vecino odioso lo tenemos casi todos, menos mal que nos falta la tecnología].

Ante este escenario, del que cada vez recibimos noticias más próximas, no creerse el whatsapp del cuñado o pasar del retuit de ese compañero de trabajo es un juego de niños. Hacer caso omiso del mensaje de la mayoría de los políticos, más aún en campaña electoral, está al alcance de cualquiera con un mínimo sentido crítico. Bastaría, incluso, con sentido común.

Sin embargo, las deepfakes desbordan esta barrera tan valiosa en otras circunstancias y rompen con la lógica que era, hasta hoy, en mi opinión, la última y más valiosa frontera del individuo. Nos fuerzan a no aceptar, en principio, la imagen que tenemos delante. Santo Tomás, el del ver y creer, lo tendría muy difícil en nuestros días. Estamos obligados, cuando menos, a extremar la prudencia en el juicio de cuanto nos ponen ante nuestros ojos.

Y mientras confiamos en que quien pueda hacerlo invente los algoritmos "buenos" que neutralicen los efectos de los algoritmos perversos de los que se nutren las deepfakes, vayamos conjugando el verbo descreer, dejar de creer, desconfiar. Se conjuga como el verbo leer. Feliz lectura.