miércoles, 11 de febrero de 2009

ASTUCIA, INTELIGENCIA

La profundidad de la crisis económica mantiene políticamente vivo a Rajoy. Agarrarse a un ancla para flotar no es lo más recomendable, aunque parece servir. Es la versión actual del mundo al revés que decíamos de niños; del cuanto peor, mejor, que tienen algunos como consigna.

Zapatero y su gobierno están paralizados. No parecen más sueltos Brown y el suyo, Merkel y su administración, Sarkozy o Berlusconi. Obama ha salvado por los pelos su multimillonario plan de rescate, que ha hecho caer con estruendo a Wall Street. ¿Está en las mareantes cifras que se barajan la solución a un problema tan necesitado de actitudes, de gestos, de personas?

Cada día que pasa se hace más evidente que la primera gran depresión económica global tiene su origen en la confluencia del pinchazo de la burbuja inmobiliaria y la ruina bancaria internacional. En lo que los expertos no terminan de ponerse de acuerdo es a quien corresponde el primer lugar, si al ladrillo o al dinero. En realidad, ¿en qué están de acuerdo los expertos?

Todos somos un poco profetas del pasado: ‘ya lo decía yo’ y parte de nosotros se ha hecho economista para predecir desde un título económico lo que ya ha ocurrido. Se ha hecho evidente que somos incapaces de interpretar las señales que nos venían llegando y la confiada sociedad rechazaba.

Sostienen algunos que el mitificado ‘crash’ de 1929 fue la consecuencia lógica de los felices 20 que vivieron una despreocupada sociedad americana y parte de la sociedad europea. En la misma línea argumental podría explicarse la crisis de hoy, como efecto de la satisfecha e indolente sociedad que hemos ayudado a moldear en tantos años seguidos de prosperidad, los que en el futuro serán recordados como los felices primeros dosmiles.

Las sociedades las constituimos los ciudadanos y la suma de nuestras actitudes individuales acaban conformando las grandes corrientes sociales. Ahora vivimos apasionadamente la catástrofe económica porque pocas cosas nos interesan y motivan tanto como el infortunio, lo que va mal.

No tuvimos vista para ver la burbuja en la que vivíamos (campana de Gauss, le llaman los físicos) ni oídos para escuchar lo que algún sabio apuntaba: “Una cosa que me preocupa de EE.UU. es que si seguimos refinanciando las hipotecas, cosa que permite consumir y volver a desplegar los activos en otro lugar, podríamos acabar con una situación parecida a la de algunas empresas estadounidenses, en las que los máximos ejecutivos toman tremendas sumas a préstamos sobre sus acciones, pensando que sólo pueden subir. Si al final se produce una crisis de la Bolsa, el valor de la vivienda y la propiedad inmobiliaria podría caer bastante drásticamente cuando la gente tenga que abandonar o liquidar sus deudas acumuladas”.

La larga cita es de Myron Scholes, catedrático de Stanford, premio Nobel en 1997, en un encuentro del Milken Institute celebrado en septiembre de 2002. Sabemos que cuando Estados Unidos se constipa, Europa estornuda. Felices y presuntuosos, ¿cuál era nuestra actitud, qué hacíamos en este rincón de Europa?. Algo parecido a lo que se hacía en el resto de occidente, sólo que nosotros con el impudor de los nuevos ricos.

En España, a los obscenamente poderosos promotores del ladrillo la tierra con la que especulaban se les hizo leve. Atacaron la energía, amagaron con la banca, de la que tal vez obtuvieron financiación extra a cambio de neutralidad. Las administraciones, particularmente los ayuntamientos, se frotaban los ojos y las manos. No haré más conjeturas.

Y entre tanto, ¿qué hacíamos los ciudadanos de a pie? Participábamos con entusiasmo de la carrera especulativa, cada quien según su audacia y, en menor medida, sus posibilidades. Con un entusiasmo sólo comparable con el pesimismo con el que hoy nos flagelamos. Nuestra ansia de los años felices dio alas al espejismo; nuestra alarma en la depresión la hace más profunda.

Pero cualquier cosa antes de abandonar la nueva cultura adquirida. ¿Quién no aspira a una buena remuneración para sus ahorros, porque no hay liquidez en el sistema, y al mismo tiempo un crédito rebajado porque los tipos están en mínimos históricos? ¿Quién no se queja de lo poco que le dan por su coche usado para comprar uno nuevo con los descuentos que ofrecen todas las marcas que no venden nada? Y no hablo de pisos, de casas, para no hacer sangre.

El museo del Prado estrenó la semana pasada una exposición del pintor irlandés Francis Bacon, absolutamente recomendable lo mismo en el esplendor que en la decrepitud. Otro Francis Bacon, éste inglés, nos legó una reflexión que ayuda a entender a dónde hemos llegado: “Nada hace más daño a una sociedad como que la gente astuta pase por inteligente”.

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