Leí muchos libros interesantes en 2008: no sólo todo Murakami y como cientos de miles más descubrí Millenium, la saga del colega Blomkvist que me ha entretenido tanto o más que “El juego del ángel”, también cosecha del mismo año. Pero fue en diciembre, como comentaba la semana pasada, cuando supe de la edición de “Purgatorio” (en el mes de noviembre) de Tomás Eloy Martínez.
Desconozco el efecto de leer a Murakami en Tokio, como de hacerlo con Larsson en Estocolmo y ni siquiera en Barcelona con Ruiz Zafón. Pero aquello era Buenos Aires, uno de los escenarios del drama que relata “Purgatorio”. Seguramente esta circunstancia ha influido decisivamente en la valoración que me merece el libro, cuya lectura me adelanto a recomendar vivamente.
La circunstancia, y la admiración por la literatura de T.E. Martínez a quien descubrí tardíamente, hacia 2002, por su “El vuelo de la reina”, con el que acababa de ganar el Alfaguara de novela. Para que luego digan que los premios no valen de nada.
“El vuelo de la reina” lo leí también a orillas del río de la Plata y va de periodista incorruptible hasta que luchando contra la corrupción deja de serlo. Fue el comienzo de una venturosa atracción que no abandoné hasta leer toda la producción literaria de Tomás Eloy.
Entré con “Santa Evita” y quedé fascinado. Me atreví con “La novela de Perón” y me deslumbró (no sé en la categoría de la atracción qué es más, si fascinar o deslumbrar, pero tampoco tengo claro cuál de las dos obras me sedujo más). No soy argentino y no puedo hilar tan fino como lo hacen algunos de mis amigos que sí lo son: demasiada ficción para ser historia; demasiado histórica para ser novela. Invito a su lectura en la total confianza de que nadie puede quedar decepcionado. Y si es así, mi recomendación sería la de asomarse a “El cantor de tangos”, con el que pasar un largo rato de diversión.
Pero el compromiso era de hablar de “Purgatorio” y parece que nunca voy a hacerlo. T.E. Martínez aborda la desdicha que representa el exilio: “Cuando volvés al hogar del que te fuiste, pensás que cerraste el círculo pero te das cuenta de que tu viaje fue sólo de ida. Del exilio nadie regresa”. A finales del siglo XX se reproduce la tragedia que en la Grecia clásica aflige a Antígona, la hija de Edipo, que no puede enterrar a su hermano.
El drama es, sin embargo, una preciosa historia de amor que encara la desesperación que representa no saber qué ha sido de la persona amada a la que han desaparecido. Desaparecido: así se escribe, con esta palabra, en cualquier idioma. Una triste aportación, un dudoso privilegio.
La esperanza de que su marido no haya muerto que es la que mantiene viva a la protagonista, lo que nos remite a la Divina Comedia: “Abandonad toda esperanza, los que entráis” leyó Dante en la puerta del infierno. Las mismas palabras que Ernesto Sábato imaginaba escritas en los antros donde se cometían los horrores por los que miles de ciudadanos argentinos pasaron a la categoría de desaparecidos. (No sólo argentinos: hoy mismo he sabido de asturianos identificados a través de programas como ‘reconstruyendo memoria’ y ‘recuperando identidad’ que indaga acerca de asesinados, desaparecidos y de bebés hijos de estos y nacidos en cautiverio)
T.E. Martínez muestra la pasividad de la sociedad que no quiere ver lo que sucede ante sus ojos: “Si Simón ha muerto, entonces mi padre es un asesino y mi madre una cómplice”, dice Emilia. “La vida es muy peligrosa, no por las personas que hacen el mal, sino por las que se sientan a ver lo que pasa”, decía Einstein.
En esta historia de amor que es “Purgatorio”, en el juego de esperanza y desesperación que propone, se impone el paralelismo desaparecido/exiliado. “El exilio es un castigo tan violento como la muerte, porque te ausentan de tu propio ser”, decía Tomás Eloy Martínez. Esa ausencia del propio ser que hemos visto en afectados por el Alzheimer, lo que da pie a otro paralelismo que tal vez, algún día, podamos comentar aquí.
Desconozco el efecto de leer a Murakami en Tokio, como de hacerlo con Larsson en Estocolmo y ni siquiera en Barcelona con Ruiz Zafón. Pero aquello era Buenos Aires, uno de los escenarios del drama que relata “Purgatorio”. Seguramente esta circunstancia ha influido decisivamente en la valoración que me merece el libro, cuya lectura me adelanto a recomendar vivamente.
La circunstancia, y la admiración por la literatura de T.E. Martínez a quien descubrí tardíamente, hacia 2002, por su “El vuelo de la reina”, con el que acababa de ganar el Alfaguara de novela. Para que luego digan que los premios no valen de nada.
“El vuelo de la reina” lo leí también a orillas del río de la Plata y va de periodista incorruptible hasta que luchando contra la corrupción deja de serlo. Fue el comienzo de una venturosa atracción que no abandoné hasta leer toda la producción literaria de Tomás Eloy.
Entré con “Santa Evita” y quedé fascinado. Me atreví con “La novela de Perón” y me deslumbró (no sé en la categoría de la atracción qué es más, si fascinar o deslumbrar, pero tampoco tengo claro cuál de las dos obras me sedujo más). No soy argentino y no puedo hilar tan fino como lo hacen algunos de mis amigos que sí lo son: demasiada ficción para ser historia; demasiado histórica para ser novela. Invito a su lectura en la total confianza de que nadie puede quedar decepcionado. Y si es así, mi recomendación sería la de asomarse a “El cantor de tangos”, con el que pasar un largo rato de diversión.
Pero el compromiso era de hablar de “Purgatorio” y parece que nunca voy a hacerlo. T.E. Martínez aborda la desdicha que representa el exilio: “Cuando volvés al hogar del que te fuiste, pensás que cerraste el círculo pero te das cuenta de que tu viaje fue sólo de ida. Del exilio nadie regresa”. A finales del siglo XX se reproduce la tragedia que en la Grecia clásica aflige a Antígona, la hija de Edipo, que no puede enterrar a su hermano.
El drama es, sin embargo, una preciosa historia de amor que encara la desesperación que representa no saber qué ha sido de la persona amada a la que han desaparecido. Desaparecido: así se escribe, con esta palabra, en cualquier idioma. Una triste aportación, un dudoso privilegio.
La esperanza de que su marido no haya muerto que es la que mantiene viva a la protagonista, lo que nos remite a la Divina Comedia: “Abandonad toda esperanza, los que entráis” leyó Dante en la puerta del infierno. Las mismas palabras que Ernesto Sábato imaginaba escritas en los antros donde se cometían los horrores por los que miles de ciudadanos argentinos pasaron a la categoría de desaparecidos. (No sólo argentinos: hoy mismo he sabido de asturianos identificados a través de programas como ‘reconstruyendo memoria’ y ‘recuperando identidad’ que indaga acerca de asesinados, desaparecidos y de bebés hijos de estos y nacidos en cautiverio)
T.E. Martínez muestra la pasividad de la sociedad que no quiere ver lo que sucede ante sus ojos: “Si Simón ha muerto, entonces mi padre es un asesino y mi madre una cómplice”, dice Emilia. “La vida es muy peligrosa, no por las personas que hacen el mal, sino por las que se sientan a ver lo que pasa”, decía Einstein.
En esta historia de amor que es “Purgatorio”, en el juego de esperanza y desesperación que propone, se impone el paralelismo desaparecido/exiliado. “El exilio es un castigo tan violento como la muerte, porque te ausentan de tu propio ser”, decía Tomás Eloy Martínez. Esa ausencia del propio ser que hemos visto en afectados por el Alzheimer, lo que da pie a otro paralelismo que tal vez, algún día, podamos comentar aquí.
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