Lo prometí y a ello voy. ¿O es que el palmarés de los Óscar del pasado febrero:
- Mejor película, mejor director y hasta ocho premios para “Slumdog Millionaire”, británica e india
- Mejor actriz, Kate Winslet, europea
- Actriz de reparto, Penélope Cruz, europea
- Actor secundario, Heath Ledger, australiano
- (…)
me ha dejado sin argumentos?
No lo creo. Al contrario, pienso que bien puede reforzar la tesis: el colonialismo cultural se ha globalizado de tal manera que hoy se hace cine americano en cualquier lugar del mundo (¿no nacen los de Bilbao, hasta Basagoiti, donde quieren?). Fuera de los EE.UU. se hace cine americano, de manera especial allá donde la influencia de la cultura expresada en lengua inglesa: Gran Bretaña, Australia, India…, tiene un gran peso.
Los Óscar habían motivado el artículo anterior y son, a posteriori, una buena disculpa para volver sobre alguno de los argumentos que expuse entonces. El aburrimiento que parece provocarnos el cine europeo convencional, por ejemplo. Que no es por falta de ideas e incapacidad de transmitirlas; es por nosotros los espectadores, por el modo en que las vemos, por nuestra mirada colonizada.
Y quizá también, no hay que negarlo, por la limitación de recursos con los que se hace. Generan ingresos modestos, casi limitados a los que se recaudan en los países en los que se producen y así es difícil que los productores apuesten por invertir en recursos para el cine. Es la pescadilla que se muerde la cola. Es la constatación de la influencia determinante del componente industrial, económico, en el proceso creativo.
¿Qué los Óscar de este año los ha acaparado una película hecha por una productora inglesa independiente? Pertenece a la categoría de la anécdota. Tampoco le doy más trascendencia a la información que el ministerio de Cultura hizo pública la semana pasada: la cuota de mercado del cine de los Estados Unidos en España fue en 2008 del 71,71% (ganó cuatro puntos sobre la ya impresionante cuota de un año antes, el 67,61%). El cine español representó el 13,47%, el del Reino Unido el 8,15% y el francés el 2,13%. Las diez películas más vistas en las salas de cine tenían el sello de Hollywood. Todos los datos reafirman que el componente económico es el principal en la industria del entretenimiento
En la manifestación de su desacuerdo con lo que dije en mi anterior entrega de Colonialismo Cultural, Xabi Zabaleta planteaba varias preguntas.
A la primera le respondería que sí, claro que sí existe realmente un cine americano y un cine europeo, aunque el cine de nuestro continente sea tan distinto en la Suecia de Bergman o la Italia de Fellini. ¿Y el cine español? Es, precisamente, la suma de los diversos géneros que apunta, aunque las proporciones de sello español que unos y otros incorporan sean muy distintas. Por regla general voy a preferir las menos evidentemente españolas, pero estoy seguro de encontrar tal condición en todas. Hasta en el cine de Víctor Erice, a quien no menciona, cuyo “Espíritu de la colmena” tengo como lo mejor que he visto entre las películas españolas.
¿Qué por qué triunfa “cine de barrio” o hay a quien gusta el cartón piedra de algunas series de televisión? De la tele está colgada toda la sociedad y con mayor dependencia cuanto menor sea el nivel social y cultural del espectador. Lo casposo en España, sea espontáneo (Antonio del Real) o simulado (Torrente) tiene su público incondicional. Pero reconforta saber que una serie de culto como “The Wire” se agotara las pasadas navidades y no voy a agarrarme a este nuevo argumento para defender la existencia del colonialismo cultural.
Sí quiero detenerme en un aspecto: el de la larga cita del libro “Alta Fidelidad” de Nick Hornby, quien tal vez cree haber descubierto el mar en su reflexión sobre el contenido de dolor, tristeza y pérdida de la música pop. ¡Como si el desengaño, el desamparo y el desconsuelo de las letras de estas canciones, las que hacen desgraciadas a determinadas personas hubiesen llegado con el pop!
Las letras alegres y positivas son exclusivas de las canciones infantiles. El ingreso en la adolescencia implica un cambio de registro que se reafirma en la juventud. Y ese es el tiempo del desencuentro, del desamor y, sobre todo, de la inseguridad. En el miedo a no salir ganadores de su batalla con la vida adulta, son muchos los que prefieren descontar su derrota e instalarse en la melancolía y la tristeza. Bueno, por quitar dramatismo: todos los proyectos de editar prensa con noticias positivas, que han sido muchos a lo largo de la historia, han fracasado.
La imagen del perdedor y su estética asociada siempre ha funcionado bien, en todas las épocas. Nuestros mayores no sólo escuchaban en su juventud y transportaban a su madurez para recordar cuando se hacían viejos (también cantaban, aunque fuera mal) las canciones con letras de corazones destrozados, fueran de la lírica tradicional, de la copla o del tango; de cualquier género anterior al pop.
El dramático escenario que dibuja Hornby lo encuentro, cuando menos, excesivo.
- Mejor película, mejor director y hasta ocho premios para “Slumdog Millionaire”, británica e india
- Mejor actriz, Kate Winslet, europea
- Actriz de reparto, Penélope Cruz, europea
- Actor secundario, Heath Ledger, australiano
- (…)
me ha dejado sin argumentos?
No lo creo. Al contrario, pienso que bien puede reforzar la tesis: el colonialismo cultural se ha globalizado de tal manera que hoy se hace cine americano en cualquier lugar del mundo (¿no nacen los de Bilbao, hasta Basagoiti, donde quieren?). Fuera de los EE.UU. se hace cine americano, de manera especial allá donde la influencia de la cultura expresada en lengua inglesa: Gran Bretaña, Australia, India…, tiene un gran peso.
Los Óscar habían motivado el artículo anterior y son, a posteriori, una buena disculpa para volver sobre alguno de los argumentos que expuse entonces. El aburrimiento que parece provocarnos el cine europeo convencional, por ejemplo. Que no es por falta de ideas e incapacidad de transmitirlas; es por nosotros los espectadores, por el modo en que las vemos, por nuestra mirada colonizada.
Y quizá también, no hay que negarlo, por la limitación de recursos con los que se hace. Generan ingresos modestos, casi limitados a los que se recaudan en los países en los que se producen y así es difícil que los productores apuesten por invertir en recursos para el cine. Es la pescadilla que se muerde la cola. Es la constatación de la influencia determinante del componente industrial, económico, en el proceso creativo.
¿Qué los Óscar de este año los ha acaparado una película hecha por una productora inglesa independiente? Pertenece a la categoría de la anécdota. Tampoco le doy más trascendencia a la información que el ministerio de Cultura hizo pública la semana pasada: la cuota de mercado del cine de los Estados Unidos en España fue en 2008 del 71,71% (ganó cuatro puntos sobre la ya impresionante cuota de un año antes, el 67,61%). El cine español representó el 13,47%, el del Reino Unido el 8,15% y el francés el 2,13%. Las diez películas más vistas en las salas de cine tenían el sello de Hollywood. Todos los datos reafirman que el componente económico es el principal en la industria del entretenimiento
En la manifestación de su desacuerdo con lo que dije en mi anterior entrega de Colonialismo Cultural, Xabi Zabaleta planteaba varias preguntas.
A la primera le respondería que sí, claro que sí existe realmente un cine americano y un cine europeo, aunque el cine de nuestro continente sea tan distinto en la Suecia de Bergman o la Italia de Fellini. ¿Y el cine español? Es, precisamente, la suma de los diversos géneros que apunta, aunque las proporciones de sello español que unos y otros incorporan sean muy distintas. Por regla general voy a preferir las menos evidentemente españolas, pero estoy seguro de encontrar tal condición en todas. Hasta en el cine de Víctor Erice, a quien no menciona, cuyo “Espíritu de la colmena” tengo como lo mejor que he visto entre las películas españolas.
¿Qué por qué triunfa “cine de barrio” o hay a quien gusta el cartón piedra de algunas series de televisión? De la tele está colgada toda la sociedad y con mayor dependencia cuanto menor sea el nivel social y cultural del espectador. Lo casposo en España, sea espontáneo (Antonio del Real) o simulado (Torrente) tiene su público incondicional. Pero reconforta saber que una serie de culto como “The Wire” se agotara las pasadas navidades y no voy a agarrarme a este nuevo argumento para defender la existencia del colonialismo cultural.
Sí quiero detenerme en un aspecto: el de la larga cita del libro “Alta Fidelidad” de Nick Hornby, quien tal vez cree haber descubierto el mar en su reflexión sobre el contenido de dolor, tristeza y pérdida de la música pop. ¡Como si el desengaño, el desamparo y el desconsuelo de las letras de estas canciones, las que hacen desgraciadas a determinadas personas hubiesen llegado con el pop!
Las letras alegres y positivas son exclusivas de las canciones infantiles. El ingreso en la adolescencia implica un cambio de registro que se reafirma en la juventud. Y ese es el tiempo del desencuentro, del desamor y, sobre todo, de la inseguridad. En el miedo a no salir ganadores de su batalla con la vida adulta, son muchos los que prefieren descontar su derrota e instalarse en la melancolía y la tristeza. Bueno, por quitar dramatismo: todos los proyectos de editar prensa con noticias positivas, que han sido muchos a lo largo de la historia, han fracasado.
La imagen del perdedor y su estética asociada siempre ha funcionado bien, en todas las épocas. Nuestros mayores no sólo escuchaban en su juventud y transportaban a su madurez para recordar cuando se hacían viejos (también cantaban, aunque fuera mal) las canciones con letras de corazones destrozados, fueran de la lírica tradicional, de la copla o del tango; de cualquier género anterior al pop.
El dramático escenario que dibuja Hornby lo encuentro, cuando menos, excesivo.
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