miércoles, 4 de marzo de 2009

SINÓNIMOS


Cuidamos poco nuestro vocabulario y somos perezosos a la hora de construir las frases que, con frecuencia, dejamos inacabadas. En nuestras conversaciones actuamos con peligrosa frecuencia como anacolutos (la mejor definición de anacoluto la encuentro en el María Moliner: apartamiento del rigor sintáctico en una frase, por dejarse llevar el que habla o escribe del curso de su pensamiento).

Quizá sea ésta la principal razón por la que admiramos o envidiamos, según los casos, a nuestros interlocutores argentinos, que exhiben un vocabulario rico y finalizan las frases que han comenzado. No creo que hagan falta ejemplos, pero uno, inmediato, que a los aficionados al fútbol nos sale al paso es el de los exfutbolistas que la televisión contrata para comentar los partidos que transmite.

No es una cuestión de entender más o menos del deporte que han practicado; me refiero a las palabras que utilizan y de cómo las juntan en una frase que debería expresar un pensamiento. Digamos que escuchamos a Jorge Valdano; o que el que habla es Julio Salinas, Quique Estebaranz o José Mari Bakero, sólo por citar a algunos de los personajes que perpetran una agresión permanente al idioma y al buen gusto por la conversación.

Seguramente como consecuencia de esa pereza a la que me refería al comienzo hay palabras (sobre todo si son calificativos) que hacen fortuna, se ponen de moda y se utilizan, poco importa si adecuadamente, en todas las situaciones.

En las últimas semanas hemos oído y leído hasta aburrirnos el calificativo obsceno dirigido desde la izquierda a la derecha y desde la derecha a la izquierda; desde la militancia laica al poder religioso y desde la jerarquía eclesiástica en la dirección opuesta; y desde cualquier lugar en el que impere el sentido común hacia la elite económica por los sueldos estratosféricos de sus principales directivos, más aún en situaciones de crisis profunda como la que vivimos.

Reconozco que me gusta el calificativo obsceno, frecuente en mis expresiones mucho antes de esta moda que ahora critico. Y aunque aprendí de la poesía que los sinónimos no existen, reflexión que comparto, pienso que es una licencia válida para un blog. Sustituiría así lo obsceno por deshonesto, por indecente o, mejor, por inmoral.

Siempre encuentro algo interesante que leer en la selección que de artículos del “The New York Times” se publica los jueves, en castellano, en “El País”. Porque aprendo o porque, como en el caso que voy a contar, me indigno.

“390.00 euros no dan para nada” es el título del ensayo que viene a afirmar que con ese sueldo a muchos banqueros les resultaría difícil llegar a final del mes en los barrios caros de Manhattan. Ese sueldo (su equivalente en dólares: 500.000) es la cifra que Obama ha propuesto como límite salarial para los directivos de los bancos que se acojan al plan de rescate gubernamental. Pero aseguran que con esa remuneración no les llegaría, que tendrían que sacar a los niños del colegio privado y vender sus casas en una liquidación.

Hace unos meses los consejeros delegados de las tres grandes firmas automovilísticas estadounidenses, con sede en Detroit, fueron a Washington a pedir ayudas para su sector, que les han sido, al menos parcialmente, concedidas. Viajaron, claro está, en avión privado. Pero cada uno de los tres en el suyo. Estaban de acuerdo en reclamar medidas de apoyo financiero por cuenta del contribuyente, pero ni siquiera fueron capaces de ponerse de acuerdo en viajar juntos.

La amenaza que se cierne sobre los banqueros de Manhattan, la actitud de los fabricantes de Detroit, ¿puede ser calificada por alguno de los sinónimos apuntados, es deshonesta, indecente, inmoral, o aunque suene a reiteración y peque de falta de originalidad la llamamos, directamente, obscenidad?

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