martes, 31 de marzo de 2009

MÁS QUE UN JUEGO


No me gusta la nostalgia y no creo ser nostálgico. Siempre he pensado que a la nostalgia se aferran los que dudan del futuro, los que no se sienten suficientemente fuertes para afrontar el presente. Asocio la nostalgia más a debilidad que a melancolía.

La semana pasada sentí por un momento la tentación de deslizarme por una cierta nostalgia exenta, eso sí, de tristeza o pena. La invitación a la nostalgia vino de la participación bastante alrededor de un acontecimiento deportivo para mi muy importante: la final del campeonato de mano por parejas.

Algo que nada significa para quien no conozca el deporte de la pelota vasca, la pelota jugada en un frontón, una expresión deportiva que poco puede decir a quien ignora lo que es el frontón. En fin, un asunto para iniciados que me transportó a mis primeras letras impresas en prensa y por mí firmadas.

Empecé en el periodismo escribiendo acerca de la pelota, una experiencia gratificante e inolvidable de la que aprendí mucho, en la que hice buenos amigos. La actividad profesional me llevó a otros territorios, a otras responsabilidades, pero la pelota nunca dejó de ser referencia en mi vida. Como modestísimo (aunque entusiasta) jugador. Y, sobre todo, como argumento de conversación: con mi padre y también con mis hijos.

Disfruté de los prolegómenos de la final, en la ceremonia de la selección de las pelotas con las que había de jugarse el partido decisivo, un acto sencillísimo que, no sé por qué, adquiere carácter de acontecimiento. Y gocé (continúo haciéndolo 24 horas después de finalizada) desde el primer pelotazo hasta el que, a 21 iguales, representó el tanto 22 de Martínez de Irujo y Goñi III, los campeones. Mis preferencias iban por Olaizola II y Mendizábal, los derrotados, pero éste, como el tenis, es un deporte sin empate. Uno gana a costa de uno que pierde.

Plásticamente, la pelota a mano (desnuda, añaden los franceses) es uno de los espectáculos más hermosos que hay. Es noble y limpio, sin contacto entre los rivales, que descargan en la pared su agresividad, toda la violencia que pueden acumular y, llegado el caso, toda la sutileza de que el jugador es capaz. Alguna vez escribí que la pelota es látigo y es caricia. Mucho de lo primero y poquito de lo segundo. Pero esa es la combinación, así son las proporciones del cóctel.

El juego de la pelota tiene otra virtud: su simplicidad que lo hace fácilmente comprensible por cualquiera que se asome a él. Lástima de su limitada difusión, porque engancha con facilidad a quien la conoce, siquiera por televisión.

La pelota tuvo, sin embargo, un principio de globalidad en una de sus modalidades: la cesta punta, el universalmente conocido Jai-alai, que saltó del País Vasco a otros lugares de España, de Francia y otras capitales europeas, norteafricanas, de Oriente Próximo y también del Lejano Oriente; que llegó, sobre todo, a América; al sur y al norte. En los Estados Unidos le faltó muy poco para consolidarse como uno de sus espectáculos más característicos (también le sobró una huelga, es cierto, para alcanzar ese objetivo).

¡Cómo me gustaría estar ahora escribiendo de este deporte que tanto quiero en otros términos! Sin tanta prevención, tan superficialmente porque temo que quien me lea lo ignore casi todo acerca de la pelota. Y es que tampoco puedo recomendar una inmersión en lo que la pelota representa sugiriendo visitar, por ejemplo, Wikipedia, ese rincón de la sabiduría tan rico en Internet que sin embargo, desafortunadamente, es tan pobre e impreciso cuando documenta la pelota vasca.

Tuve la suerte de en los primeros noventa dirigir una serie para ETB, la televisión vasca, acerca del juego de la pelota y en esa función la inmensa fortuna de compartir largas charlas con personajes extraordinarios que eran, y los que continúan con nosotros siguen siéndolo, leyendas vivas de este deporte.

De entre todos, el ciudadano Estanislao Maiztegui, conocido como “Pistón”, fue seguramente quien mayor huella me dejó. Le conocí a una avanzada edad, aunque con el aspecto físico y la lucidez mental de un hombre de 50 ó 60 años. Había nacido en Mutriku, Gipuzkoa, una pequeña localidad costera de notable tradición de pelotaris. A “Pistón”, aún con pantalón corto, una pequeña cesta y una maleta de cartón le embarcaron en un vapor en Bilbao rumbo a La Habana. Tenía 12 años y aún no se había cumplido un cuarto del pasado siglo.

Se hizo hombre, se hizo figura de la cesta punta, se casó con una rica heredera cubana. Lo dejaron todo con la llegada de la revolución castrista y en su nueva vida fue un prestigioso maître de la hostelería de Miami. Vivía en un lujoso apartamento de Key Biscainne y me explicó la clave de su exitosa reconversión profesional: “el único secreto es tratar a tus clientes como a ti te gusta ser tratado”.

Habría que escribir la historia de Pistón y la de tantos como él que hicieron a su modo las Américas; de los que encontraron desigual fortuna en los frontones de Shanghai, Manila o Jakarta; y también de quienes sin apenas haber desbordado los frontones del País Vasco han protagonizado páginas inolvidables de nuestro deporte, nuestra cultura y hasta de nuestros comportamientos sociales.

Pienso con frecuencia en la novela de la pelota vasca nunca escrita. La debemos y alguien debería saldar la deuda.

1 comentario:

  1. Kaixo Xabi!!

    Es agradable, y no por ello extraño que nos deleites con otro tema apasionante en tu Blog. Y digo apasionante por que no hay otra palabra que describa mejor la tarde del domingo en el Atano III. El frontón lleno, abarrotado, los protagonistas exquisitos y en juego una final.

    No tuve la ocasión de estar en la Bonbonera pelotazale pero he de decir que espere el día como los que tuvieron acceso al frontón. Vi el partido en buena compañía, y como no podía ser de otra manera, nuestra pequeña cátedra estaba dividida. Como mi corazón. Esta vez e dejado de lado al eléctrico Irujo y he optado por la pareja campeona, y por la amistad que nos une con Mendizabal II. La final perfecta y el campeonato muy interesante muy igualado. No quiero dejar sin mencionar la solidez de Beloki, el arte de Pablito en los cuadros alegres, la calidad de Bengoetxea y el golpe de Begino. Estemos tranquilos pongámonos los tacos en su sitio que empieza el manomanista. Esta vez me decantare por Irujo y disfrutare de la misma manera que e disfrutado este campeonato.

    Bueno sin dilatarme más, decirte que soy fiel lector de tu Blog.

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