lunes, 6 de abril de 2009

PEARY&IÑURRATEGI

Un día como hoy, 6 de abril, de hace 100 años, Robert Edwin Peary alcanzó o creyó alcanzar el Polo Norte. Peary es uno de los principales aventureros del siglo pasado y acerca de su hazaña estos días se vienen contando muchas cosas con desigual enfoque y distinto grado de conocimiento.

Yo lo traigo a este modesto blog por una razón que me interesa especialmente. Peary es un caso excepcional pues por encima de la circunstancia concreta de haber llegado o no a su objetivo, al que dedicó toda su vida, el mundo entero reconoce su empeño. Por esta vez a la sociedad parece haberle importado tanto el trabajo del explorador, su tenacidad, como la confirmación de que había logrado la meta.

Estoy seguro de que todos los que se acercan a estas líneas de reflexión compartirán la excepcionalidad del caso. Desde mi modesta posición de consejero-asesor en la entidad financiera para la que trabajo, suelo decir a los directivos que tan importante como la última línea de la cuenta de resultados es cómo se llega a ellos.

Alberto Iñurrategi es un hombre de hoy que estos días en Kathmandu termina de preparar la expedición que en la compañía de otros dos alpinistas vascos, el alavés Juan Vallejo y el navarro Mikel Zabalza, va a llevarles al Makalu (8.463 metros), la quinta montaña más alta del planeta por su vía más difícil: el pilar oeste.

Se trata de una de las leyendas del himalayismo, una vía por la que sólo han transitado 14 alpinistas hasta la cumbre, que abrió una expedición francesa en 1971. Alberto, Juan y Mikel introducen un elemento distintivo, una dificultad añadida a la experiencia de quienes les han precedido en el pilar oeste: lo harán en estilo alpino.

Al no iniciado podría parecerle una redundancia esto de hablar de alpinistas que afrontan la montaña en un estilo alpino. No, no lo es. Lo que Iñurrategi y sus compañeros se proponen es recorrer el pilar oeste sin porteadores de altura, sin cuerdas fijas... En el modo opuesto a como se hacen las numerosas expediciones comerciales que por estas fechas se asoman a los diferentes objetivos del Himalaya.

Alberto Iñurrategi es el montañero más importante que ha dado el montañismo vasco y español. Lo dejo así escrito aunque si alguna vez leyera estas palabras se molestaría y hasta trataría de desmentirlas. Es, también, mi amigo. Y conozco con bastante profundidad su filosofía de la montaña, su compromiso ético con lo que hace cuando se compromete con cualquiera de los hermosos desafíos que viene asumiendo hace muchos años ya, cuando aún le empujábamos en la carrera por los 14 “ochomiles” y, ya liberado, a partir de 2002, con la lista completa después de una ascensión memorable al Annapurna, el último de la relación para él.

La efemérides de Peary me ha hecho muy vivo el recuerdo de Alberto, quien alguna vez dejó escrito que "en la montaña y fuera de ella, un principio ha guiado nuestras actuaciones: hacer coincidir lo que decimos y lo que hacemos; lo que pensamos y lo que queremos. Corres el riesgo de sentirte Peary o Admundsen. De pensar que nadie ha gozado antes de la nieve que pisas en esos momentos (...)"

Y es que Iñurrategi ha reflexionado como muy pocos lo han hecho sobre la razón de ser de la actividad que lleva a cabo en la montaña, sus motivaciones y las consecuencias. Algo en lo que ha insistido siempre es que más importante que la cumbre (el objetivo) es el modo de intentarlo. Una reflexión que desvergonzadamente hacen suya ahora personas que durante muchos años no han perseguido más que los resultados.

Alberto es, además, autor de tres libros importantes, por contenido y hasta por formato: “Gure Himalaya” (1998), “Hire Himalaya” (2002) y “Begiz begi” (2008). Su aptitud como fotógrafo, que es mucha, queda magníficamente expuesta. La expresión de su pensamiento, que cuando se trata de la montaña tiende a engrandecerse en la épica o a deslizarse por la lírica, encuentra en su caso un equilibrio intelectual que se agradece.

Iñurrategi, referido al Everest al que ascendió en 1992 con Félix, su hermano, su compañero de cordada, el insustituible alter ego en quien otro día me centraré en este blog, dijo que aprendió entonces que “son los límites los que marcan la capacidad de la persona”. Alberto volvería en 2006 al Everest en un intento de alcanzar la cumbre por su cara norte en estilo alpino: “¿qué queda del mito cuando tratamos de desmitificarlo?” se preguntaba.

Sería fácil llenar este blog de citas de Alberto. Y sin querer hacerlo, no me resisto a recordar alguna de las reflexiones que nos dejó. Antes he hablado del Annapurna, su decimocuarto, ese punto de inflexión que para la inmensa mayoría de las personas, para casi todos los montañeros, hubiera representado la culminación de una vida de éxito, pero que para Iñurrategi fue otra cosa.

“Nunca volveré al Annapurna”, escribió al regreso de aquella montaña cuya cumbre conoció el 16 de mayo de 2002. “Hay muchos Annapurnas en mi vida”, dijo, parafraseando a Maurice Herzog, la primera persona que en 1950 alcanzó la cima del primer “ochomil” de la historia, precisamente el Annapurna.

En esta montaña, Alberto Iñurrategi completó su hermosa y tortuosa arista Sureste, un pie en sombra, otro en luz. Recordó, cómo no, a Félix, su hermano, quien solía decir que antes de subirte a un árbol debes pensar si podrás bajarte de él. Para él, el Annapurna personalizó la imagen del árbol y le sugirió una hermosa reflexión. “Una misma cumbre, alcanzada catorce veces por vías diferentes es un trabajo más hermoso que catorce cumbres sin estilo”.

Ya veis porqué las referencias a Peary de hoy me han recordado a Alberto. A quien seguiremos y animaremos desde aquí. En el Makalu, otra vez un árbol con una combinación diferente de ramas.






En la foto Alberto Iñurrategi

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