jueves, 28 de mayo de 2009

DE LAMARTINE A MALRAUX

Debe ser que tengo espíritu de poeta. Es algo de lo que cada vez estoy más convencido, por lo que cada vez más lamento no tener ninguna de las otras cualidades que advierto en los poetas.

Son un referente constante en mis reflexiones, como fácilmente puede advertirse en la lectura de este blog. Y el pensamiento de un poeta francés del XIX, Alphonse de Lamartine me pone en pista para despegar hoy:”Soy del color de aquellos a los que se persigue”, decía Lamartine.

Durante mucho tiempo creí compartir el razonamiento, que quienes más me conocen me habrán escuchado repetir, Es hermoso y en las tertulias queda muy bien. Pero ya no me atrevo a reiterarlo. Creo que me he alejado de él y mi cinismo no alcanza a mantenerlo.

Y es cuando más falta haría. Porque es ahora cuando nuestras tertulias abordan con mayor frecuencia temas en los que tan bien encajaría la frase y es ahora cuando la situación que origina esos temas de tertulia hacen más necesaria que el contenido de la reflexión se extienda y sea asumida por un mayor número de personas.

Desafortunadamente, la cosa no va por ahí; no lo digo sólo por mí mismo. Lo digo por la mayor parte de quienes me rodean, con quienes comparto espacios y preocupaciones, con quienes, en definitiva, comparte sus conversaciones cualquier ciudadano particular sin proyección pública.

Más desafortunadamente, las consideraciones de mis interlocutores van en el sentido contrario a lo que sugería Lamartine. He venido viéndolo como una presión que se estrecha: desde círculos más distantes a los círculos más próximos. Hemos pasado de tratar de ponernos en la piel del otro a rechazarlo terminantemente. Percibo brotes de intransigencia (me asusta escribir otros términos, como xenofobia) con más claridad que los brotes verdes que deberían anunciarnos la recuperación económica.

¿Estamos más cerca de constituirnos en una sociedad intolerante que de salir de la recesión? Es una pregunta que dejo abierta a la consideración del lector.

Probablemente, la vinculación de crisis económica con nuestras actitudes ante algunos de quienes tienen la piel, los rasgos, los ojos diferentes es apreciable. Más probablemente, la crisis económica ha dado un giro de tuerca a algunos que ya lo tenían difícil y ha alejado sus opciones de integración. Les ha excluido y es razonable pensar que por mucho tiempo.

La inseguridad, la alarma, el temor, el miedo en muchos casos ha ganado terreno en una sociedad como la nuestra que si en algo se caracterizaba en tiempo reciente era en la confianza y la tranquilidad ciudadana con la que vivíamos. (Dirá alguien que había otras inseguridades y otros miedos, que en cierto modo persisten, pero que son de naturaleza y sobre todo de alcance, diferentes).

La incertidumbre social es hoy la principal preocupación ciudadana. Hombre, importa objetivamente más la recesión económica pero es algo que esperamos nos resuelvan en otras instancias. En cambio, para recuperar la seguridad todos creemos tener recetas. Y ahí empiezo a sentir más pánico que miedo. Lo siento al leer las opiniones que dejan lectores anónimos en los diarios digitales a la vera de las cada vez más frecuentes noticias que hablan de la inseguridad que nos rodea.

Me importa relativamente lo que esos opinantes dejan escrito, generalmente con deplorables faltas de ortografía y casi siempre con penosos errores de sintaxis. Me importan mucho más las reflexiones de personas muy próximas y queridas que con frialdad y determinación parten del principio que, ante la delincuencia, tolerancia cero. Y sentencian con vehemencia ante diferentes hipótesis de delitos que duelen especialmente como son los abusos y violaciones de jóvenes, más aún sin son menores.

Dicen los políticos que los ciudadanos exageran. Pero, digan lo que digan los primeros, los segundos se sienten amenazados. Y un sector de población de origen magrebí es señalado como la principal amenaza. No es políticamente correcto decirlo así; tampoco es justo. Pero es lo que hay. Y lo que hay es, por ejemplo, un incremento brutal de personas heridas por arma blanca o por botellas rotas, un síndrome casi inexistente hace bien poco.

Yo era joven cuando él lo expresó y con la arrogancia de la juventud rechacé el célebre axioma de André Malraux, quien también había sido progresista antes de hacerse mayor: “prefiero la injusticia al desorden”, dejó escrito. Nuestra población presenta unas tasas de edad que nos sitúan entre las más maduras de Europa. Tal vez sea ésta la razón por la que gana Malraux y pierde Lamartine.

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