PROPUESTAS PARA SALIR DE LA CRISIS

Vengo de participar en una interesante experiencia promovida por Innobasque, la agencia vasca de la Innovación, que el lunes pasado puso a varios miles de personas a reflexionar acerca de la crisis económica que nos tiene acogotados y, sobre todo, nos puso a imaginar soluciones para salir del mejor modo del estado de recesión-depresión en que nos encontramos. Lo que Innobasque pretende es "encender una chispa para la actuación colectiva y colaborativa, donde se materialice la alianza público-privada", declara, y "hacer viable el futuro y transitable nuestro complejo presente".

Es interesante poner a pensar a gente de muy diferente formación y ocupación, aunque la iniciativa tiene un riesgo evidente: que los participantes nos deslicemos por la pendiente de la filosofía fácil de taberna y nos enredemos en análisis que acaban poniéndolo todo en cuestión. Al final, es mucho, muchísimo más lo que se rechaza que lo que se aporta; pero tiene también su lectura positiva.

La principal, a la luz de esa breve experiencia que viví, es que cada uno de nosotros puede sentirse protagonista; y en cuanto protagonista, responsable. Busquemos soluciones globales, sí; pero la aportación personal de cada participante es importante. Al menos por dos razones: porque de la suma de las decisiones individuales podemos aspirar a una buena decisión colectiva; y, sobre todo, porque nos da conciencia de un error que cometemos con demasiada frecuencia y no es otro que confiar en que sean otros quienes vengan a solucionar los problemas.

Esos otros que, frecuentemente, son los mismos a los que acusamos de arrastrarnos a los problemas, de provocar la crisis. ¡Cómo nos cuesta asumir nuestra cuota de responsabilidad individual que nos ha empujado a donde nos encontramos!

Era curioso el debate. Porque, fueran quienes fueran los interlocutores (la técnica de estos encuentros hace cambiar cada poco tiempo de mesa de conversación a todos los participantes, por lo que al cabo de las dos horas y media que dura la sesión en las cinco mesas en las que uno se sienta comparte la discusión con más de 20 personas diferentes) se acababa defendiendo, por la mitad de la mesa, que habría que renunciar al consumismo desmedido, causante de casi todos los males y por la otra mitad propugnando la revitalización del consumo, imprescindible para relanzar la economía. Una situación que creo es bastante habitual en las discusiones entre economistas: el consumo es a la vez raíz y solución del problema.

En la sesión en la que me tocó participar acabaron aflorando interesantes propuestas, seguramente de complicada o imposible aplicación, pero eso ya lo sabíamos antes de empezar. Y lo saben quienes promueven los encuentros, que no buscan tanto soluciones como agitar a la ciudadanía.

Me llamó la atención cierta unanimidad en la crítica al papel desempeñado en esta situación por los medios de comunicación de los que se decía parecían regodearse en la crisis, sentirse a gusto en su magnificación sin tener conciencia, hasta que ya ha sido irreversible, que ellos mismos, los medios, son unas de las principales víctimas.

“Las expectativas de crisis que han alimentado prensa, radio y televisión y más aún los medios digitales, han alimentado la crisis”, se decía. Y el miedo se ha instalado en los ciudadanos, que dejaron de guiarse por la prudencia para sentirse paralizados por el pánico.

También se habló de formación, de educación. Alguien formula una propuesta de ampliar la edad de escolarización obligatoria. El argumento parece impecable hasta que otro objeta: quienes fracasan escolarmente son, para sus compañeros, una rémora mayor según crecen en edad. Lo centros educativos con personas casi adultas sin integrarse en el proceso escolar harían ingobernable el sistema.

En un foro como éste que retrato hay, en gran dosis, lugar para el romanticismo. Para reivindicar, por ejemplo, que sea un gran comité de sabios, independientes de los partidos y grupos de presión políticos, sin sometimiento a la servidumbre de comparecer en tal o cual proceso electoral, quienes marquen pautas, establezcan normas..., quienes impulsen las políticas económicas que permiten superar la actual depresión y delimitar los espacios para evitar futuras recesiones. No es el G-20, obviamente, lo que se reivindica; será algo más parecido a alguna de las sociedades dependientes de la ONU. Pero para eso ya está la ONU, con más de medio siglo de incompetencia demostrada.

Yo mismo me sentí tan ingenuo como romántico. Y propugné, con una buena aceptación entre mis contertulios, promover una despolitización de todos los ámbitos de decisión de la sociedad: ayuntamientos, gobiernos autonómicos, nacionales y supranacionales, entidades financieras, patronales y sindicatos... y una profesionalización paralela de cada uno de esos ámbitos.

Sentí que por esta vez traicionaba a uno de mis poetas preferidos, a León Felipe, quien en sus “Versos y oraciones del caminante” nos enseñó que “para enterrar a los muertos, como debemos, cualquiera sirve, cualquiera, menos un sepulturero”. Reivindico al sepulturero. Para resucitar al moribundo, no para enterrarlo.