jueves, 30 de julio de 2009

EL TOUR, MITO CAÍDO

Entre los recuerdos de mi infancia no hay un patio; ningún patio. Uno de los recuerdos de mi infancia es el Tour. Aquel Tour del que al día siguiente nos informaba la prensa, escaso de datos y lleno de épica que lo fiaba todo a la imaginación del lector. No me ha faltado imaginación ni afición por las hazañas. El Tour era un buen lugar en el que depositar los sueños de niño.

El primer Tour del que tengo memoria viva es aquel de 1959 que ganó Bahamontes, primer gran triunfo internacional del deporte patrocinado por el franquismo. No celebré, en mi casa no se celebró la victoria de Bahamontes.

Yo era de Charly Gaul, el luxemburgués, el ganador de la prueba un año antes, el principal rival que el “Aguila de Toledo” encontraba en la montaña. Para que así fuera no sospecho otra razón que la oposición al símbolo del régimen. No era, seguramente, una ciencia exacta. Pero franquistas e indiferentes se manifestaban bahamontistas. Los opositores elegían cualquier otra opción. El cromo recortado con la imagen de Charly Gaul, ilustraba mis chapas preferidas.

Con el tiempo me hice de Anquetil; admiré sinceramente a aquel joven Felice Gimondi que ganó en el 65 cuando pasaba en Belagua el primer y único campamento de mi vida. Merckx me pareció extraterrestre. Sentí la muerte de Tom Simpson a quien había visto en directo, en el mundial celebrado en el circuito de Lasarte al que me llevó mi padre, disputar hasta el último instante el maillot arco iris con el alemán Altig. Alcancé el asombro que casi fue delirio con Miguel Indurain. Pero no voy a aburrir con un recorrido exhaustivo por mis recuerdos vinculados a la carrera ciclista.

Claro que con la perspectiva que da este medio siglo de referencia confirmo lo importante que el Tour ha sido en mi vida, particularmente en ese tiempo tan especial que es el verano.

Me sentí incomodo cuando el doping lo invadió todo y asestó al ciclismo un golpe casi mortal del que no se ha recuperado. Estos últimos han sido los años más tristes de una expresión deportiva que tan apasionadamente he vivido siempre en mi entorno social. En lugar de disfrutar de las hazañas de los ciclistas nos hemos visto reivindicando (con menos convicción cada vez) su buen comportamiento y su honestidad como deportistas.

“No se puede subir el Tourmalet sólo con espaguetis”, dijo alguien y de pronto me vi envuelto en una polémica alrededor de la frase. No por la frase en sí, sino por lo que significa en segunda o tercera derivada. Y en la polémica sentí el principio del fin.

La caída, que aunque firme era lenta, se ha acelerado este año. El domingo acabó el Tour que más dudas me ha provocado. Antes de que comenzara la carrera, al anuncio del regreso a la prueba de Lance Armstrong, más de tres años alejado de la actividad, no le di más valor que el anecdótico. El valor de la proyección mediática, de una operación de marketing. El desarrollo del Tour no sé si ha confirmado o no la valoración, pero ha demostrado que era también otra cosa.

Ver al ciclista texano en la élite, siempre con capacidad de ganar la carrera y finalmente en el podio de Paris ha sido la desmitificación de la prueba y del ciclismo. Alguien tanto tiempo alejado de la competición no puede volver para estar de nuevo entre los mejores, salvo que los mejores sean malos o, al menos, no tan buenos. La capacidad competitiva del que vuelve, por extraordinaria que sea, no puede ser bastante para superar como si nada ascensiones legendarias y contrarrelojes imposibles. ¿O es que ni unas ni otras eran para tanto, como nos han hecho creer toda la vida, a mí desde hace 50 años?

Cada vez que acababa un Tour sentía cierta pena. No sé si porque en la fiesta de los Campos Elíseos suelo adivinar el declinar del verano. Esta vez, la pena ha sido mayor porque a la constatación de que los días se acortan se le ha sumado una decadencia que nunca hubiera supuesto.

(A punto de colgar este comentario llega la confirmación de otro ilustre regreso: el de Michael Schumacher, también después de tres años. Pero no es lo mismo, ¿verdad? La Fórmula 1 no se ha mitificado por el esfuerzo que se supone a sus actores, subordinados a sus máquinas).


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