jueves, 20 de agosto de 2009

CRÍTICOS Y BODEGUEROS

Suelo repetirlo (cuanto mayores nos hacemos más tendemos a repetirnos) siempre que tengo ocasión: “beber vino entre amigos es lo más entretenido que uno puede hacer sin quitarse la ropa”.

Es, mi ingenio no da para más, la adaptación de alguna máxima célebre cuyo origen no sé situar pero que, en cualquier caso, ha sido frecuentemente parafraseada. Y cada vez estoy más convencido de que no es sólo una expresión ingeniosa; de que es así.

Tengo ocasión de comprobarlo con frecuencia porque no me faltan amigos ni curiosidad por el vino; y tengo un acceso relativamente fácil al objeto de mi curiosidad. Como hace aún pocas horas, cuando he compartido con una veintena de personas una degustación de media docena de vinos mendocinos, casi todos procedentes del Valle de Uco, un lugar que se está revelando como el origen de lo más destacado en la escalada hacia lo más alto, a donde en este nuevo siglo se asoman los vinos de la Argentina.

Creo que lo que siento por el vino se acerca a lo que podía denominarse entusiasmo, tal vez pasión. Me intereso por todo el proceso de producción, que tengo la oportunidad de seguir muy de cerca. Pero hablo relativamente poco de vino; procuro escuchar y aprender. Y casi nunca escribo, para extrañeza de quienes me conocen más y me han preguntado a veces por la razón de no hacerlo.

No hay una publicación que no haga regularmente una referencia al mundo del vino, sea en el ámbito informativo, en forma de reportaje o con pretensión de crítica. El nivel de fiabilidad que, en general, merecen no es muy alto.

No lo es en lo medios generalistas ni en los económicos cada vez más inmersos en un asunto que presumen (o saben con certeza) tanto interesa a su público objetivo de ejecutivos y directivos de empresas. Tampoco en los pretendidamente especializados y, por lo visto, ni siquiera en las publicaciones de referencia.

Me divirtió mucho la broma o inocentada que el año pasado hizo a Wine Spectator, la biblia del vino, el crítico Robin Goldstein. En resumen: se inventó un restaurante en Milán (L’Osteria L’Intrepido) con su bodega y su carta de vinos, que sólo tenía un contestador automático y una referencia en el buscador Google. Goldstein inscribió, previo pago correspondiente, su carta de vinos fantasma, que a mayor burla incluía varios de los que habían recibido las peores críticas de la revista, entre las que podían aspirar a uno de los galardones que otorga Wine Spectator. Le dieron el premio.

Este es un argumento más para reforzar mi escepticismo alrededor de la crítica, aunque haya críticos honestos. El propio Goldstein, cuchufleta aparte, parece serlo. En su “The wine trials” propone 100 buenos vinos de menos de 15 dólares, con los que apuesta por superar prejuicios. Los hay en ese precio y muy buenos.

Estoy con quienes opinan que hacer un buen vino a partir de 30 euros no tiene mérito. La calidad se le supone; lo contrario, un vino que con ese precio no fuera bueno sería un fracaso y algunos, desafortunadamente, hay.

El componente precio es determinante. No sólo en todo el proceso de producción y promoción. Influye directamente en la percepción de quien consume vino, según se ha demostrado científicamente en California: el consumidor medio valora mejor el vino que sabe es más caro. El precio y la presentación le merecen más credibilidad que su propia percepción.

Frente a la alternativa de los medios de comunicación como prescriptores de los vinos que vamos a consumir, recomiendo la del bodeguero de confianza; mejor, del bodeguero de cabecera.

Hay que confiar en quien prueba por nosotros, nos hace cómplices de sus descubrimientos y participa sus dudas. Quien sigue la evolución de los vinos que un día nos recomendó y ha visto hacerse grandes. El custodio de las que serán las botellas que compartiremos con nuestros amigos.

Eso sí, guiados siempre por nuestros propios sentidos, aceptando sugerencias y evitando sugestiones. Aprendiendo con tanta humildad como ánimo. Y disfrutando, disfrutando siempre.

Al término de un funeral y como es habitual entre nosotros en tales circunstancias, tomábamos una botella de vino unos compañeros de trabajo. Era un buen vino, lo que llevó a decir a uno de los presentes: “es lo que más me gusta en la vida”. Las caras de sorpresa divertida de los demás le llevaron a corregir: “bueno, ex-aequo”.

Otro, creo que el más veterano del grupo, concluyó: “yo prefiero ex-aequo”. Otra versión de lo que les contaba al inicio del blog.

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