viernes, 25 de septiembre de 2009

EL ISLAM ENTRE NOSOTROS

Leí a Bernard Lewis (The return of Islam, 1976) la crítica a “la actual incapacidad de políticos, periodistas e intelectuales por igual para reconocer la importancia de la religión en los acontecimientos en curso en el mundo musulmán”.

Leí a Daniel Pipes (Islam y poder político, 1984) una crítica más profunda, en la misma línea: “en conjunto, la secularización, el materialismo y la teoría de la modernización hacen que la prensa y los intelectuales a menudo no tengan en cuenta el papel que ejerce el Islam en la política”.

Es posible que la profesora de estudios árabes e islámicos de la Universidad Autónoma de Madrid, Luz Gómez, bebiera de esas fuentes antes de publicar un interesante pero sobre todo inquietante artículo (El discreto encanto de la islamofobia, “El País”, 19 de septiembre). En él, la profesora desprecia a quienes sin estudios islámicos se atreven a investigar u opinar, así como a los artistas procedentes del mundo islámico que se expresan con libertad en Occidente. En la valoración que hace, los primeros son ignorantes; los segundos, tontos útiles.

Y dice también, lo que me preocupa y molesta más, que la reivindicación desde la izquierda del laicismo, la socialdemocracia, los derechos de las minorías, la igualdad entre sexos; lo que despacha como políticamente correcto y, lo que es más grave, califica de pulsión islamófoba, converge con el catálogo islamófobo de la derecha.

Me molesta porque para desactivar una reflexión basada en el sentido común, los maximalistas de cualquier signo se sirven con frecuencia de un recurso: decir que lo que se argumenta desde un pensamiento progresista es, en realidad, lo mismo que se defiende desde la derecha; que sirve al mismo objetivo. ¿Para qué razonar si basta con esta descalificación?

Y no es cosa de liquidar así un debate cada vez más presente en nuestra sociedad, en la proporción en que es creciente la influencia del mundo islámico entre nosotros. Cuando cada vez suenan más alto sus reivindicaciones y se eleva el nivel de sus exigencias.

Sin temor a que mis puntos de vista se confundan con los que puede mantener la derecha y sin afán de aparecer como políticamente correcto, pienso que hay unas reglas del juego que deben obligar por igual a todos los que quieren participar. Y creo que nos ha costado demasiado esfuerzo alcanzar un nivel de tolerancia y libertad para renunciar, siquiera parcialmente; para consentir que a esos logros se les ponga límite en nuestros pueblos mientras miramos a otro lado.

Europa ha hecho un largo recorrido, desde el Renacimiento, para ir recortando influencia a la religión en todos los órdenes de la vida. El recorrido ha sido más largo y costoso en el Estado español por razones que no es necesario recordar. Pero que nos haya costado más, que tal vez haya aún un buen trecho por recorrer, no significa que debamos preservar con menor interés el camino andado.

El Islam tiene un programa completo para regir la sociedad; más que una religión es una forma de vida. La sharia, su ley sagrada, es la fuerza del Islam en la política y las relaciones sociales. En la medida en que van sintiéndose fuertes, afianzados en una sociedad tolerante, crecen sus demandas de privilegios religiosos, usos y costumbres que pretenden desembocar en la exigencia de regirse ellos mismos, como comunidad, conforme a la sharia, según su propia ley.

Estos días, en Madrid, una mujer de origen árabe se negaba a declarar ante el juez porque éste le exigía hacerlo a cara descubierta, desprovista del burka que la ocultaba por completo. De este hecho, que apenas trasciende la categoría de anécdota, hasta exigir la sharia hay una distancia sideral. Pero hasta las mayores distancias acaban recorriéndose si se persevera.

El artículo de “El País” que me ha movido a tirar un poco de sentido común me parece, cada vez más, una invitación a la inacción, al silencio, al dejar que las cosas discurran sin alterar su curso. Justo la reacción opuesta que en mi caso ha provocado.

Pero el curso de las cosas no tiende a la integración en sociedad, sino todo lo contrario. Exceso de tolerancia, corrección política, buen rollito o pasividad nos van a enseñar la velocidad a la que puede llegarse a situaciones que casi somos incapaces de imaginar hoy.

Yo no creo que el velo protege el honor de las mujeres musulmanas, sino que las degrada. No necesito decir lo que pienso de otras cuestiones. Eso sí, me subleva pensar que la sharia exige que prevalezca su cumplimiento al pensamiento individual. No he hablado de fundamentalismo, pero ¡qué miedo!


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