Divertidos a veces, ignorantes las más, ¿quién no ha contribuido a la propagación de alguna de esas historias que tienen visos de haber sido o que podrían haber sido reales?
Atribuidas generalmente a “amigos de unos amigos míos” el imaginario popular está plagado de estas historias que frecuentemente han encontrado acomodo en el cine. Aunque también es verdad y es de justicia consignarlo, que numerosas historias, convenientemente distorsionadas, tienen su origen en la imaginación de los guionistas cinematográficos.
Estas historias: la de la autoestopista que recogemos en el coche y de pronto nos dice que en esta curva fue donde murió y al instante desaparece; la del submarinista que es absorbido del mar por una avioneta que carga agua para apagar un incendio y es arrojado en medio del fuego; otras miles más como éstas son las que conocemos como leyendas urbanas.
Las leyendas urbanas, relatadas como ciertas aunque en la mayoría de los casos no pueden haber sucedido nunca, tradicionalmente transmitidas boca a boca, han encontrado en Internet el medio ideal para su propagación universal en tiempo real. Impresiona ver relatos inverosímiles que se describen con tan aparente precisión y con tal vehemencia que casi cuesta aceptar que sean absolutamente falsos.
Favorecido por el cuasi anonimato con el que se navega por Internet, la fórmula del amigo de un amigo se simplifica y es suficiente con atribuir la historia a un amigo. Pero la figura permanece. Aunque sea para contar trolas, en la amistad reside uno de los refugios más seguros que encontramos las personas.
El amigo era el escudo para indagar por aquello que nos preocupaba porque ignorábamos o nos avergonzaba confesar: “tengo un amigo que sufre de...” “la novia de un amigo se ha quedado embarazada...” “un amigo poeta ha escrito este poemario que me parece bueno...” Nuestras dudas e inseguridades han parecido menores endosadas a amigos presuntos.
No quiero perder el hilo y esto iba de leyendas urbanas, más presentes que nunca en nuestras vidas. Su sofisticación, acorde con el soporte que las propaga hoy, es cada vez mayor, lo que ha dado origen a las que se ha dado en llamar leyendas tecnológicas.
El precedente más inmediato de éstas lo sitúo en las historias vinculadas con la coca-cola a la que he escuchado en boca de gente muy seria atribuirle propiedades de todo tipo. Haciéndome eco de algunas de esas opiniones, tal vez la que aseguraba que desatascaba tuberías y aflojaba tornillos, he llegado a usarla como sustitutivo de un 3 en 1 del que no disponía en ese momento. ¿El resultado? De verdad que no lo recuerdo.
Y a nuevos hábitos nuevos mitos. De entre las leyendas tecnológicas quizá la más celebre es la que relataba cómo dos móviles freían un huevo. Es una leyenda con autor conocido, Charlie Ibermee, quien se encargó de desmentirla también por Internet, el medio en el que la propagó. ¿Más? Alguien que se electrocuta por responder al móvil mientras se está cargando. O el avión que cae por una llamada de móvil. O la gasolinera que arde al sonar otro móvil mientras se reposta gasolina para el coche.
Una interesante relación de estas nuevas leyendas se publicaba hace unas semanas en Ciberpais. Inocuas unas como la que desmiente el papel antirradiación del cactus puesto sobre la pantalla del ordenador; inquietantes otras como las que amenazan esterilidad por trabajar con el portátil en el regazo.
Las leyendas urbanas, sean tradicionales o tecnológicas, me divierten con una excepción: las relacionadas con la salud. Alrededor de esta materia tan sensible se han desarrollado mitos muy peligrosos que en muchos casos han acabado en tragedia. Incluso los médicos más sensatos pelean por controlar las informaciones acerca de la salud y no renuncian, incluso, a autocensurarse. “No tenemos derecho a ilusionar a los enfermos con promesas lejanas” declaraba un célebre cirujano torácico. ¡Qué decir cuando esas promesas carecen del más mínimo fundamento científico!
En materia de salud el desenfadado “a un amigo de un amigo le ha pasado” hay que sustituirlo por un principio que conviene tener siempre presente: “el amigo de tu amigo tiene otro amigo. Sé discreto”.
Atribuidas generalmente a “amigos de unos amigos míos” el imaginario popular está plagado de estas historias que frecuentemente han encontrado acomodo en el cine. Aunque también es verdad y es de justicia consignarlo, que numerosas historias, convenientemente distorsionadas, tienen su origen en la imaginación de los guionistas cinematográficos.
Estas historias: la de la autoestopista que recogemos en el coche y de pronto nos dice que en esta curva fue donde murió y al instante desaparece; la del submarinista que es absorbido del mar por una avioneta que carga agua para apagar un incendio y es arrojado en medio del fuego; otras miles más como éstas son las que conocemos como leyendas urbanas.
Las leyendas urbanas, relatadas como ciertas aunque en la mayoría de los casos no pueden haber sucedido nunca, tradicionalmente transmitidas boca a boca, han encontrado en Internet el medio ideal para su propagación universal en tiempo real. Impresiona ver relatos inverosímiles que se describen con tan aparente precisión y con tal vehemencia que casi cuesta aceptar que sean absolutamente falsos.
Favorecido por el cuasi anonimato con el que se navega por Internet, la fórmula del amigo de un amigo se simplifica y es suficiente con atribuir la historia a un amigo. Pero la figura permanece. Aunque sea para contar trolas, en la amistad reside uno de los refugios más seguros que encontramos las personas.
El amigo era el escudo para indagar por aquello que nos preocupaba porque ignorábamos o nos avergonzaba confesar: “tengo un amigo que sufre de...” “la novia de un amigo se ha quedado embarazada...” “un amigo poeta ha escrito este poemario que me parece bueno...” Nuestras dudas e inseguridades han parecido menores endosadas a amigos presuntos.
No quiero perder el hilo y esto iba de leyendas urbanas, más presentes que nunca en nuestras vidas. Su sofisticación, acorde con el soporte que las propaga hoy, es cada vez mayor, lo que ha dado origen a las que se ha dado en llamar leyendas tecnológicas.
El precedente más inmediato de éstas lo sitúo en las historias vinculadas con la coca-cola a la que he escuchado en boca de gente muy seria atribuirle propiedades de todo tipo. Haciéndome eco de algunas de esas opiniones, tal vez la que aseguraba que desatascaba tuberías y aflojaba tornillos, he llegado a usarla como sustitutivo de un 3 en 1 del que no disponía en ese momento. ¿El resultado? De verdad que no lo recuerdo.
Y a nuevos hábitos nuevos mitos. De entre las leyendas tecnológicas quizá la más celebre es la que relataba cómo dos móviles freían un huevo. Es una leyenda con autor conocido, Charlie Ibermee, quien se encargó de desmentirla también por Internet, el medio en el que la propagó. ¿Más? Alguien que se electrocuta por responder al móvil mientras se está cargando. O el avión que cae por una llamada de móvil. O la gasolinera que arde al sonar otro móvil mientras se reposta gasolina para el coche.
Una interesante relación de estas nuevas leyendas se publicaba hace unas semanas en Ciberpais. Inocuas unas como la que desmiente el papel antirradiación del cactus puesto sobre la pantalla del ordenador; inquietantes otras como las que amenazan esterilidad por trabajar con el portátil en el regazo.
Las leyendas urbanas, sean tradicionales o tecnológicas, me divierten con una excepción: las relacionadas con la salud. Alrededor de esta materia tan sensible se han desarrollado mitos muy peligrosos que en muchos casos han acabado en tragedia. Incluso los médicos más sensatos pelean por controlar las informaciones acerca de la salud y no renuncian, incluso, a autocensurarse. “No tenemos derecho a ilusionar a los enfermos con promesas lejanas” declaraba un célebre cirujano torácico. ¡Qué decir cuando esas promesas carecen del más mínimo fundamento científico!
En materia de salud el desenfadado “a un amigo de un amigo le ha pasado” hay que sustituirlo por un principio que conviene tener siempre presente: “el amigo de tu amigo tiene otro amigo. Sé discreto”.
Mas que leyendas urbanas en mi pensar las denomino culturas miticas entrelazadas con un poco de mitisismo y se podran preguntar el ¿porque?.
ResponderEliminarsimplemente me baso al decir esto pórque he comvivido con varias comunidades tanto urbanas como rurales y cada una tiene creencias distintas y muy respetables.
hay gente que las puede encontrar algo jocosas o divertidas pero esto tiene como se dice vulgarmente, tanto de ancho como de ondo. las leyendas urbanas como muchas personas las llaman no son mas que una distorcion de las culturas etnicas y sociales en las cuales nos desemvolvemos en nuestro diario vivir y aveces peor aun se vuelve un monopolio de gente aprovechandose de la inocencia o mal informacion de muchos para simplemente subir unos puntos en el marketing acontinuacion empezare dando un ejemplo claro de este problema:
en la costa del pacifico,en el puerto de buenaventura para mayor exactitud, la gente cree que con el simple echo de beberse un jugo de borojo va ha tener mayores erecciones y una saisfaccion sexual mas grande incluso asi dicha persona ya halla tracendido sexualmente por la edad; y la verdad es que no es asi porque cientificamente ya se comprobo que el borojo no tiene ningun efecto que tracienda en la sexuaidad de alguien.
y asi por el estilo puedo darles cientos de leyendas urbanas que la gente mal interpreta y que por ende nunca dejaran de mal interpretar simplemente por el echo de que puede perder su esencia y esto llevaria al acabose de algunas culturas y esto si seria un grave error.
andres sanchez rojas