jueves, 25 de marzo de 2010

EUROPA Y PERIODISMO

Conozco a personas que cuando preparan un largo viaje hacen o revisan su testamento. Yo prefiero hacer balance de las cosas que me importan (“todo lo que tengo, que es nada, te lo doy” canta Sabina). A punto de embarcarme rumbo al Cono Sur me han invadido dos preocupaciones: el futuro de Europa o, mejor, nuestro futuro como europeos; y el papel que los medios de comunicación vienen desempeñando en la radicalización de algunas posiciones que acabarán atentando (es sólo cosa de tiempo) contra nuestra convivencia.

¿Está Alemania a punto de decir “basta” al papel que el resto de los europeos le han asignado en el proceso de construcción europea? ¿Falta poco para que renuncie a ser el soporte de las ensoñaciones y excesos de los demás? Parece que la respuesta a las dos cuestiones es afirmativa; la duda es si la contestación se expresará amablemente o se hará de forma abrupta. Se ha acabado el tiempo en que los otros europeos disfruten de sus abusos mientras expresan, divertidos, su hipócrita idea: “Europa es cuando todo el mundo se pone de acuerdo y Alemania paga”.

Mi conciencia europea se remonta más de 40 años. Era abril de 1968, llovía en San Sebastián con viento racheado. El color gris del ambiente de aquel día quizá, no lo sé, pudo inspirar al joven Xabier Aguirresarobe para crear el clima que recientemente ha llevado al cine como responsable de fotografía de la abrumadora “The road”. Mi padre y yo, bajo la lluvia, éramos los únicos paseantes de aquella mañana de domingo, seguidos por la mirada inquisidora de los policías que, vestidos de gris, a lomos de caballos que me parecieron de un porte enorme vigilaban nuestros pasos.

Las razones que explicarían aquella situación excepcional habría que encontrarla en modestos pasquines que clandestinamente habían circulado en algunos ámbitos ciudadanos los días anteriores, con el lema “Euskadi libre en una Europa unida”. No es cosa de ponernos ahora a rememorar la trayectoria seguida en estos más de cuatro decenios por cada uno de los dos conceptos que componían la leyenda de los carteles; recuerdo aquello como origen de mi sentimiento europeo que he tratado de cultivar durante toda mi vida adulta.

Por eso siento tan directamente la amenaza y me inquieta la incertidumbre que pesa sobre su futuro; por eso me indigna la frivolidad con la que desde algunos medios de comunicación atentan contra el ser europeos y lo utilizan como arma partidista. Ya sé que son los herederos de quienes mandaban a aquellos hombres de gris que controlaban nuestros movimientos bajo la lluvia; los que no toleran ni Euskadis libres ni Europas unidas; los que sólo creen en Españas unificadas y uniformizadas.

Me preocupa la situación en los medios de comunicación. Y no, como pudiera suponerse en la actual coyuntura, por la situación económica, entre complicada y precaria por la que atraviesan en su mayoría. Me inquietaría que la penuria económica amenazara el sistema de libertades del que siempre he considerado fundamental el papel de los medios. Pero no puedo sentirlo así: son muchos los medios de comunicación que parecen haber asumido un papel de arietes precisamente contra el sistema.

Numerosos periodistas y sobre todo sus editores se han quitado las máscaras que durante años les hicieron parecer partícipes del sistema democrático y a los ciudadanos así nos lo hicieron creer. Ahora se descubren. ¿Cómo no preocuparse al ver que, por ejemplo, el segundo y tercer periódicos españoles están penetrados por ideas que atentan a la democracia, a la convivencia, que expresan periodistas insensatos muchas veces ignorantes? Y si es así en esos niveles, ¿qué esperar de los grupos editoriales mercenarios?

En Europa crecen las posiciones ultraderechistas, intransigentes, parafascistas. Desde Estados Unidos, con la del Golfo llega una corriente con sabor a té, el del “Tea Party” que radicaliza a los republicanos y recupera los insultos raciales contra los demócratas. ¿Qué decir de España?

Lo dicen con suficiente claridad esos medios del cuanto peor, mejor. Del todo sirve con tal de derribar el gobierno, aunque no se sepa bien para qué, eso sí siempre con amenazas apocalípticas: “Todos los principios morales de nuestra sociedad deben ser pasto de las llamas purificadoras en este pandemonium socialista”, anuncian desde Intereconomía.

Lo más suave que se me ocurre es que está en marcha una extraordinaria campaña del miedo. Y lo más inmediato a que estamos obligados es a hacerla fracasar.


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