Han sido tres semanas persiguiendo un vino que es un sueño. Tres semanas en el cono sur: recordando el malbec argentino que un día me enganchó; descubriendo el carménère chileno y desperjuiciando el tannat uruguayo. Un modo como otro cualquiera de resumir el paso por tres países que cada vez siento más próximos y no porque se haya acortado el tiempo de vuelo, que no.
Poco intelectual así resumido un largo viaje, lo sé. Podía haber disimulado un poco y hablar de un recorrido por la Argentina de Borges (a quien prefiero es a T. E. Martínez, ya lo he contado aquí alguna vez); por el Chile de Donoso (me interesaba más Roberto Bolaño); por el Uruguay de Onetti (aunque mi referencia es más Mario Benedetti) Pero, ¿para qué engañarnos?
Las librerías de Buenos Aires y entre ellas “El Ateneo” de la avenida Santa Fe; como las librerías de Santiago, con nota destacada para la “Qué leo” del barrio Bellavista donde pude asistir a una hermosa tertulia literaria; o las de Montevideo en las que destaca la majestuosidad de “Puro Verso” son todo un espectáculo al que no se puede renunciar, que no pueda pasarse por alto.
Como la arquitectura de estas ciudades, esa actividad visual gratuita que tanto gratifica. He visto Santiago muy cambiada, con una lograda armonía de su nueva arquitectura respetuosa con la colonial y unas infraestructuras viarias imponentes, prácticamente recuperadas ya de los efectos del terremoto de febrero. En Buenos Aires no he advertido cambios importantes. La impresión es montevideana: la riqueza de tantas casas construidas en el esplendor de los primeros años del XX, en un estado de abandono que remite a La Habana, junto a una arquitectura de acero y cristal (la torre Antel es el nuevo símbolo de la ciudad) ante la que la indiferencia es imposible.
Aunque en este mes de abril y yo con unos y con otros de lo que más se hablaba en los tres países era de fútbol.
Habitualmente viajo a Argentina en nuestro otoño del hemisferio norte y si esta vez he ido en otoño del sur ha sido por conocer la vendimia (la cosecha, le dicen) en los viñedos del sur de Mendoza, en el valle de Uco, donde se está produciendo una auténtica revolución en el mundo del vino. No porque en los últimos años se hayan instalado allí los líderes de Burdeos; que también. Ni porque todos los días lleguen observadores desde el californiano valle de Napa.
La transformación que en una década vive este inmenso valle de Uco, al pie de la cordillera de los Andes (tres municipios integran el valle: Tunuyán, Tupungato y San Carlos; los apunto porque pronto serán familiares para los amantes del vino) va a cambiar muchas cosas en el orden mundial del vino de calidad. En Uco no hay lugar, aunque el espacio parezca inabarcable, para vinos que no sean premium, ultrapremium o suprapremium, que es un modo muy argentino de clasificar en un in crescendo que no sé donde va a acabar.
En mi vida alrededor del vino convivo aquí en Europa con cepas centenarias que miro con respeto y cariño. Nunca pude imaginar que unas vides que ayudé a plantar en el sur de América a finales de 2007 fueran ya hoy las que daban esas uvas que en la primera fermentación en la bodega proporcionaban el generoso mosto que anuncia un gran vino futuro.
Además de una naturaleza excepcionalmente dotada, al nuevo vino argentino le están aportando la tecnología más avanzada y, lo que es tan importante, una dedicación de personas bien preparadas, aún más ilusionadas por el desafío que tienen delante y que viven esta actividad casi como una religión.
Todo esto en Mendoza, donde la vida alrededor del vino es mucho más que el malbec, aunque este varietal sea el símbolo.
Del nuevo vino chileno es santo y seña el carménère, una uva que han reivindicado con orgullo y con la que vienen consiguiendo productos muy, muy notables. El vino de Chile tiene una aceptable imagen de marca en todo el mundo (quizá peligrosamente asociada a un vino asequible en precio) y su industria vitivinícola parece firme. En Uruguay está casi todo por hacer; es loable el intento de convertir a la tannat como la uva de referencia pero los resultados, de momento, están muy alejados de los de sus vecinos.
He mencionado el fútbol. No vamos a descubrir ahora la pasión con la que se vive en estos tres países en los que el próximo mundial de Sudáfrica domina toda la escena. Como si el mundo fuera a detenerse en la copa del mundo y volviera a arrancar cuando la competición termina.
También en fútbol he sentido que ganaba Argentina.
Poco intelectual así resumido un largo viaje, lo sé. Podía haber disimulado un poco y hablar de un recorrido por la Argentina de Borges (a quien prefiero es a T. E. Martínez, ya lo he contado aquí alguna vez); por el Chile de Donoso (me interesaba más Roberto Bolaño); por el Uruguay de Onetti (aunque mi referencia es más Mario Benedetti) Pero, ¿para qué engañarnos?
Las librerías de Buenos Aires y entre ellas “El Ateneo” de la avenida Santa Fe; como las librerías de Santiago, con nota destacada para la “Qué leo” del barrio Bellavista donde pude asistir a una hermosa tertulia literaria; o las de Montevideo en las que destaca la majestuosidad de “Puro Verso” son todo un espectáculo al que no se puede renunciar, que no pueda pasarse por alto.
Como la arquitectura de estas ciudades, esa actividad visual gratuita que tanto gratifica. He visto Santiago muy cambiada, con una lograda armonía de su nueva arquitectura respetuosa con la colonial y unas infraestructuras viarias imponentes, prácticamente recuperadas ya de los efectos del terremoto de febrero. En Buenos Aires no he advertido cambios importantes. La impresión es montevideana: la riqueza de tantas casas construidas en el esplendor de los primeros años del XX, en un estado de abandono que remite a La Habana, junto a una arquitectura de acero y cristal (la torre Antel es el nuevo símbolo de la ciudad) ante la que la indiferencia es imposible.
Aunque en este mes de abril y yo con unos y con otros de lo que más se hablaba en los tres países era de fútbol.
Habitualmente viajo a Argentina en nuestro otoño del hemisferio norte y si esta vez he ido en otoño del sur ha sido por conocer la vendimia (la cosecha, le dicen) en los viñedos del sur de Mendoza, en el valle de Uco, donde se está produciendo una auténtica revolución en el mundo del vino. No porque en los últimos años se hayan instalado allí los líderes de Burdeos; que también. Ni porque todos los días lleguen observadores desde el californiano valle de Napa.
La transformación que en una década vive este inmenso valle de Uco, al pie de la cordillera de los Andes (tres municipios integran el valle: Tunuyán, Tupungato y San Carlos; los apunto porque pronto serán familiares para los amantes del vino) va a cambiar muchas cosas en el orden mundial del vino de calidad. En Uco no hay lugar, aunque el espacio parezca inabarcable, para vinos que no sean premium, ultrapremium o suprapremium, que es un modo muy argentino de clasificar en un in crescendo que no sé donde va a acabar.
En mi vida alrededor del vino convivo aquí en Europa con cepas centenarias que miro con respeto y cariño. Nunca pude imaginar que unas vides que ayudé a plantar en el sur de América a finales de 2007 fueran ya hoy las que daban esas uvas que en la primera fermentación en la bodega proporcionaban el generoso mosto que anuncia un gran vino futuro.
Además de una naturaleza excepcionalmente dotada, al nuevo vino argentino le están aportando la tecnología más avanzada y, lo que es tan importante, una dedicación de personas bien preparadas, aún más ilusionadas por el desafío que tienen delante y que viven esta actividad casi como una religión.
Todo esto en Mendoza, donde la vida alrededor del vino es mucho más que el malbec, aunque este varietal sea el símbolo.
Del nuevo vino chileno es santo y seña el carménère, una uva que han reivindicado con orgullo y con la que vienen consiguiendo productos muy, muy notables. El vino de Chile tiene una aceptable imagen de marca en todo el mundo (quizá peligrosamente asociada a un vino asequible en precio) y su industria vitivinícola parece firme. En Uruguay está casi todo por hacer; es loable el intento de convertir a la tannat como la uva de referencia pero los resultados, de momento, están muy alejados de los de sus vecinos.
He mencionado el fútbol. No vamos a descubrir ahora la pasión con la que se vive en estos tres países en los que el próximo mundial de Sudáfrica domina toda la escena. Como si el mundo fuera a detenerse en la copa del mundo y volviera a arrancar cuando la competición termina.
También en fútbol he sentido que ganaba Argentina.

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