lunes, 17 de mayo de 2010

LA FALTA DE ÉTICA EN LA MONTAÑA

Hace unas semanas, el monte Annapurna (el primer “ochomil” al que se ascendió, el más mortífero de los 14, de acuerdo con las estadísticas) fue el escenario en el que se dirimía un inoportuno, impropio desafío: quién sería la primera mujer en coleccionar los 14 “ochomiles” de la tierra. En la pelea surgió lo peor de determinadas prácticas alrededor de la montaña y se hizo presente lo peor de lo que algunas personas entienden por nacionalismo. Alrededor hubo quienes aprovechaban el río revuelto par pescar. En la pesca llegó la tragedia. Y en la tragedia volvieron a aflorar las miserias.
Entre triunfos, tragedias y miserias me sentí mal y escribí este artículo publicado por “El Diario Vasco” en su edición del domingo 16 de mayo. Esta es su reproducción con el título original.

LA (FALTA DE) ÉTICA EN LA MONTAÑA

Seguramente dice poco en mi favor, pero debo reconocer que he vivido los últimos acontecimientos montañeros en el Himalaya (algo que siempre sigo con interés) con mucha más vergüenza que alegría (por las cumbres en el Annapurna) o dolor (por la muerte en la misma montaña).

Lo sucedido parece ser inevitable consecuencia del actual himalayismo, de ése que se practica en el 90% de los casos. Del otro, del 10% que hace himalayismo honesto, que asume retos de auténtico valor montañero se habla menos o, directamente, no se habla.

Al margen de polémicas o desafíos ridículos, el Himalaya contiene mucho alpinismo, puede contener todo el alpinismo. El mejor ejemplo está en el Everest, aunque se empeñen en vulgarizarlo al convertirlo en una carrera de persecución de retos y de records. Recientemente, seis sherpas han equipado la montaña instalando cuerda fija hasta la cumbre. Pronto serán muchos miles quienes puedan proclamar que han alcanzado la cima del así desmitificado mito. Habrá personas que no sepan distinguir entre el paseo y otras formas de aproximarse al objetivo.

Vuelvo a los sucesos del Annapurna. Y como me temo que la sensación de vergüenza va a prolongarse había decidido escribir algo al respecto. Y una vez escrito he encontrado un trabajo de alguien que de esto de la montaña sabe muchísimo más que yo; que sabe expresarlo también mejor.

He roto mis torpes reflexiones y tomo prestadas algunas de las que en su día hizo públicas Ángel Landa, uno de los líderes de la histórica Expedición Tximist de 1974 al Everest.

La primera ayuda a contextualizar: “Los de mi generación nos hicimos alpinistas gracias a la conducta y gracia de aquellos grandes guías (Terray, Bonatti, Cassin y un largo etcétera) que nos marcaron el camino con su forma y estilo, dando ejemplo de honradez y ética. Nos dijeron que subir a la montaña no es una cuestión de vida o muerte, sino de algo más importante: la moral, la ética, la elegancia y el estilo, y dejando siempre claro cómo lo haces y porqué lo haces; pues todo no vale, ni en este deporte ni en nada, sin ética.
Sí, hay grandeza y belleza en la montaña, y también generosidad, compromiso y ética en los alpinistas. Esa es la gran lección que nos dejaron aquellos maestros”.

La segunda pone el dedo en la llaga: “La estupidez, la zafiedad y la mentira se han instalado en la montaña, al amparo de la opacidad y la ignorancia que existe sobre este deporte. Johnny Weissmuller terminó creyéndose que era Tarzán, y en su desvarío andaba dando gritos, llamando a los monos. Confundió lo ficticio con lo real. Algo parecido le puede pasar a quien piense que los monos siempre tienen que estar a su servicio. Para que el respetable público y lector sepa, el alpinista no lleva con él un mono amaestrado que le sube y le fija las cuerdas por arriba, ni tampoco es un fakir que con una flauta hace que la cuerda suba. Eso no es así, ni nada parecido. No es de recibo que aquellos a quienes desde la irresponsabilidad hay quien llama “su equipo” siempre tengan que estar pendientes para salvar la vida de quien lleva los galones de alpinista, sin serlo. Los amigos, esos que “son la hostia”, no colocan las cuerdas y los campamentos por nada, y no hace falta indagar mucho para saber que hay intereses creados”.

No he pedido autorización ni a Ángel Landa ni a la revista “Desnivel”, que publicó su interesante artículo “Alpinismo, escuela de vida” en agosto de 2009, para apropiarme de estos dos párrafos y compartirlos con los lectores de este periódico. Espero me disculpen.

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