El 28 de julio hace diez años fue viernes. En el aperitivo entonces habitual de mediodía en el Urola de la Parte Vieja de San Sebastián celebraba con mis amigos donostiarras la cumbre que unas horas antes habían logrado otros amigos, los hermanos Felix y Alberto Iñurrategi en el Gasherbrum II, cordillera del Karakorum. El duodécimo “ochomil” en su relación, una marca jamás alcanzada por ninguna cordada.
En el teléfono fijo del local recibí la llamada que nunca hubiera querido tener que atender: la que informaba de que, en el descenso, Felix se había precipitado al vacío. Comunicarlo a su familia en Aretxabaleta representó uno de los tragos más amargos que me ha tocado ingerir. Aquella tarde recibí de la madre de los hermanos una lección de serenidad que nunca olvidaré.
Como no olvido a Felix a quien esta mañana de 28 de julio saludaré, como lo hago casi todas las mañanas, en el recordatorio siempre presente en el tercer estante de la biblioteca blanca de mi casa: “Mendiak asko eman dit…, ilusio mordoa, makina bat esperientzia, bizi modu bat, lagun mordoa…, dena ez baina ia”. En estos diez años he aprendido que la tierra puede ser leve, sí, pero la ausencia es de plomo.
En aquel verano de 2000 sucedieron, eso no es nuevo, otras cosas terribles; en todo el mundo y aquí mismo, en casa. No necesito recurrir a las hemerotecas para traer a la memoria dos sucesos: el asesinato en Tolosa, al día siguiente de la muerte de Felix, de Juan Mari Jáuregui, con quien meses antes compartí una divertida velada en Santiago de Chile; o el asesinato en Zumaia, unos días más tarde, del presidente de los empresarios guipuzcoanos, Joxe Mari Korta. Quiso el destino que con el cuerpo de Korta aún tendido en la puerta de su empresa yo pasara por delante del lugar, con un grupo de personas, empresarios como él, camino de un encuentro promovido por otro empresario, Imanol Elorriaga, en Gorliz.
Por aquel tiempo era todavía muy célebre el programa matinal de Mariano Ferrer en Herri Irratia, líder de audiencia en su franja horaria. A su regreso a las ondas, en septiembre, el periodista resumió el trágico verano; hizo, como acostumbraba, una encuesta de urgencia y abrió los micrófonos a sus oyentes. La pregunta: ¿cuál ha sido la noticia que más le ha impactado este verano? La respuesta mayoritaria: la muerte de Felix.
Había prometido hablar de Felix alguna vez en este blog. Seguramente pensaba referirme a su vitalidad desbordante, a la alegría que contagiaba a su alrededor, a su espíritu emprendedor, a su alma soñadora (Felix era como Neruda: “cada mañana de mi vida traigo del sueño otro sueño”), a su capacidad de convencer, de organizar, de sacrificarse, de negociar; a su fortaleza física, mental y moral; a sus habilidades para escribir, fotografiar y filmar. ¡Si hasta cantaba bertsos! Pero me doy cuenta que todo eso no cabe en un blog; tendría que escribir un libro.
Amigo hasta donde hiciera falta, Felix, que era también el compañero ideal para una farra era, sobre todo, el compañero ideal de cordada. Y en la cordada se quedó solo Alberto con un vacío irreemplazable.
¿Qué va a ser de Alberto? Nos preguntábamos quienes conocíamos de cerca a los hermanos. Por suerte, la respuesta no se hizo esperar. Un año después volvía a la ladera donde perdió a su hermano y alcanzó la cima del Gasherbrum I. En 2002 completaba en el Annapurna la mitificada y a ratos odiosa relación de los 14 “ochomiles” y lo hacía a lo más grande, por su arista sureste, en una de las travesías que quedan para la memoria del montañismo.
El sábado pasado Alberto volvía del Karakorum después de encadenar en estilo alpino las tres cumbres del Broad Peak abriendo, en la compañía de Vallejo y Zabalza, una nueva vía. Abrir una nueva vía en un “ochomil” es posiblemente, para el himalayista, el mayor reto al que puede enfrentarse. Nunca el montañismo vasco, que frecuenta como ningún otro pueblo las cordilleras del Himalaya y Karakorum había logrado un éxito así.
La prensa lo ha calificado, unánimemente, de hazaña y a Alberto le ha parecido excesivo; casi un atentado a su modestia. Él participa plenamente del principio formulado por Felix, de apariencia simple pero de gran profundidad: “Nuestra mayor hazaña fue coger un día la mochila e irnos al Himalaya”.
Felix era todas esas cosas que he enumerado unos párrafos más arriba y era también, no quiero olvidarlo, un gran filósofo.
En el teléfono fijo del local recibí la llamada que nunca hubiera querido tener que atender: la que informaba de que, en el descenso, Felix se había precipitado al vacío. Comunicarlo a su familia en Aretxabaleta representó uno de los tragos más amargos que me ha tocado ingerir. Aquella tarde recibí de la madre de los hermanos una lección de serenidad que nunca olvidaré.
Como no olvido a Felix a quien esta mañana de 28 de julio saludaré, como lo hago casi todas las mañanas, en el recordatorio siempre presente en el tercer estante de la biblioteca blanca de mi casa: “Mendiak asko eman dit…, ilusio mordoa, makina bat esperientzia, bizi modu bat, lagun mordoa…, dena ez baina ia”. En estos diez años he aprendido que la tierra puede ser leve, sí, pero la ausencia es de plomo.
En aquel verano de 2000 sucedieron, eso no es nuevo, otras cosas terribles; en todo el mundo y aquí mismo, en casa. No necesito recurrir a las hemerotecas para traer a la memoria dos sucesos: el asesinato en Tolosa, al día siguiente de la muerte de Felix, de Juan Mari Jáuregui, con quien meses antes compartí una divertida velada en Santiago de Chile; o el asesinato en Zumaia, unos días más tarde, del presidente de los empresarios guipuzcoanos, Joxe Mari Korta. Quiso el destino que con el cuerpo de Korta aún tendido en la puerta de su empresa yo pasara por delante del lugar, con un grupo de personas, empresarios como él, camino de un encuentro promovido por otro empresario, Imanol Elorriaga, en Gorliz.
Por aquel tiempo era todavía muy célebre el programa matinal de Mariano Ferrer en Herri Irratia, líder de audiencia en su franja horaria. A su regreso a las ondas, en septiembre, el periodista resumió el trágico verano; hizo, como acostumbraba, una encuesta de urgencia y abrió los micrófonos a sus oyentes. La pregunta: ¿cuál ha sido la noticia que más le ha impactado este verano? La respuesta mayoritaria: la muerte de Felix.
Había prometido hablar de Felix alguna vez en este blog. Seguramente pensaba referirme a su vitalidad desbordante, a la alegría que contagiaba a su alrededor, a su espíritu emprendedor, a su alma soñadora (Felix era como Neruda: “cada mañana de mi vida traigo del sueño otro sueño”), a su capacidad de convencer, de organizar, de sacrificarse, de negociar; a su fortaleza física, mental y moral; a sus habilidades para escribir, fotografiar y filmar. ¡Si hasta cantaba bertsos! Pero me doy cuenta que todo eso no cabe en un blog; tendría que escribir un libro.
Amigo hasta donde hiciera falta, Felix, que era también el compañero ideal para una farra era, sobre todo, el compañero ideal de cordada. Y en la cordada se quedó solo Alberto con un vacío irreemplazable.
¿Qué va a ser de Alberto? Nos preguntábamos quienes conocíamos de cerca a los hermanos. Por suerte, la respuesta no se hizo esperar. Un año después volvía a la ladera donde perdió a su hermano y alcanzó la cima del Gasherbrum I. En 2002 completaba en el Annapurna la mitificada y a ratos odiosa relación de los 14 “ochomiles” y lo hacía a lo más grande, por su arista sureste, en una de las travesías que quedan para la memoria del montañismo.
El sábado pasado Alberto volvía del Karakorum después de encadenar en estilo alpino las tres cumbres del Broad Peak abriendo, en la compañía de Vallejo y Zabalza, una nueva vía. Abrir una nueva vía en un “ochomil” es posiblemente, para el himalayista, el mayor reto al que puede enfrentarse. Nunca el montañismo vasco, que frecuenta como ningún otro pueblo las cordilleras del Himalaya y Karakorum había logrado un éxito así.
La prensa lo ha calificado, unánimemente, de hazaña y a Alberto le ha parecido excesivo; casi un atentado a su modestia. Él participa plenamente del principio formulado por Felix, de apariencia simple pero de gran profundidad: “Nuestra mayor hazaña fue coger un día la mochila e irnos al Himalaya”.
Felix era todas esas cosas que he enumerado unos párrafos más arriba y era también, no quiero olvidarlo, un gran filósofo.
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