No he leído el Ulyses de James Joyce, aunque alguna vez haya sostenido lo contrario. Lo he intentado, eso sí; lo he recomendado y hasta regalado. He participado de tertulias y de discusiones literarias en torno a la que se considera la obra maestra de la prosa en lengua inglesa (confío en que quienes han convenido calificar así el Ulyses no hayan hecho como yo: que realmente lo han leído; no sólo han declarado haberlo hecho).
Hago esta confesión un 16 de junio, la fecha en la que se desarrolla el periplo dublinés de Leopold Bloom, el protagonista de la novela. Y aprovecho haber abierto este confesionario para admitir que tampoco leí nunca, del todo, El Capital de Marx y albergo serias dudas acerca de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Con la autoestima un poco decaída, pienso ahora que a lo más que he llegado ha sido a versiones, más o menos completas, de la obra de Cervantes.
Tal día como hoy, desde hace más de medio siglo, los fanáticos del Ulyses celebran por las calles y los locales de Dublín mencionados en la obra el “Bloomsday” que, como es fácil deducir, homenajea a Bloom. La gente se disfraza de época (como la que se describe en el 16 de junio de 1904, naturalmente) y recrea escenarios y situaciones que Joyce había descrito.
Muchas veces me tentó sumarme a la celebración. Me gusta Dublín y a mi alrededor me han considerado a menudo un conocedor de James Joyce, seguramente porque he repetido una y mil veces una célebre sentencia suya: “Ya que no podemos cambiar de país, cambiemos al menos de conversación”.
Era la proposición de una persona harta de tener como asunto central de las charlas en su exilio parisino la situación de Irlanda. Como nos pasa en Euskadi. Por eso he recurrido tantas veces a su inteligente máxima, que también han adoptado algunos de mis amigos con lo que hablamos menos del país y más, por ejemplo, de fútbol. Pero esa es otra historia.
Nunca he sucumbido a la tentación del “Bloomsday” aunque dejo la puerta abierta. No prometo intentar de nuevo la lectura completa del Ulyses, aunque tampoco aceptaré resúmenes de fácil asimilación (¿Guerra y Paz?, decía un experto en lectura rápida: la he leído; va de Rusia). Pero conocer el resultado de una encuesta realizada por el Irish Times me ha animado.
Resulta que el pasado 16 de junio un periodista realizó una prospección por todos los lugares en los que se conmemoraba el “Bloomsday”, preguntando a los participantes quiénes habían leído el Ulyses que evocaban. Ninguno lo había hecho. Bueno, finalmente dio con uno que sí, un profesor de literatura que resultó ser la excepción.
Si volviera a encontrarme con quienes compartía las tertulias literarias alrededor de la obra de Joyce y otras tan complicadas como la del escritor irlandés pero menos famosas y celebradas, seguramente comprobaría que una buena parte de mis interlocutores tampoco habían leído mucho de lo que sostenían haber hecho. ¡Y qué decir de aquellos con los que discutía acerca de El Capital! No quiero ni pensar en las declaraciones que hacíamos sobre el Quijote como máxima representación de la literatura del mundo mundial.
En San Sebastián, mi ciudad, celebramos cada 20 de enero una fiesta (la mejor del año en el ranking festivo) de la que también participan muchos miles de personas que se caracterizan (no quiero molestar a nadie diciendo: se disfrazan) de época (de las guerras napoleónicas, más o menos), pero que no saben muy bien qué conmemoran. ¿Es necesario saber qué se recuerda para festejarlo?
Tengo clara la respuesta. Quizá el año que viene, tal día como hoy, callejee por el Temple Bar de Dublín, vestido de Leopold Bloom.
Hago esta confesión un 16 de junio, la fecha en la que se desarrolla el periplo dublinés de Leopold Bloom, el protagonista de la novela. Y aprovecho haber abierto este confesionario para admitir que tampoco leí nunca, del todo, El Capital de Marx y albergo serias dudas acerca de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Con la autoestima un poco decaída, pienso ahora que a lo más que he llegado ha sido a versiones, más o menos completas, de la obra de Cervantes.
Tal día como hoy, desde hace más de medio siglo, los fanáticos del Ulyses celebran por las calles y los locales de Dublín mencionados en la obra el “Bloomsday” que, como es fácil deducir, homenajea a Bloom. La gente se disfraza de época (como la que se describe en el 16 de junio de 1904, naturalmente) y recrea escenarios y situaciones que Joyce había descrito.
Muchas veces me tentó sumarme a la celebración. Me gusta Dublín y a mi alrededor me han considerado a menudo un conocedor de James Joyce, seguramente porque he repetido una y mil veces una célebre sentencia suya: “Ya que no podemos cambiar de país, cambiemos al menos de conversación”.
Era la proposición de una persona harta de tener como asunto central de las charlas en su exilio parisino la situación de Irlanda. Como nos pasa en Euskadi. Por eso he recurrido tantas veces a su inteligente máxima, que también han adoptado algunos de mis amigos con lo que hablamos menos del país y más, por ejemplo, de fútbol. Pero esa es otra historia.
Nunca he sucumbido a la tentación del “Bloomsday” aunque dejo la puerta abierta. No prometo intentar de nuevo la lectura completa del Ulyses, aunque tampoco aceptaré resúmenes de fácil asimilación (¿Guerra y Paz?, decía un experto en lectura rápida: la he leído; va de Rusia). Pero conocer el resultado de una encuesta realizada por el Irish Times me ha animado.
Resulta que el pasado 16 de junio un periodista realizó una prospección por todos los lugares en los que se conmemoraba el “Bloomsday”, preguntando a los participantes quiénes habían leído el Ulyses que evocaban. Ninguno lo había hecho. Bueno, finalmente dio con uno que sí, un profesor de literatura que resultó ser la excepción.
Si volviera a encontrarme con quienes compartía las tertulias literarias alrededor de la obra de Joyce y otras tan complicadas como la del escritor irlandés pero menos famosas y celebradas, seguramente comprobaría que una buena parte de mis interlocutores tampoco habían leído mucho de lo que sostenían haber hecho. ¡Y qué decir de aquellos con los que discutía acerca de El Capital! No quiero ni pensar en las declaraciones que hacíamos sobre el Quijote como máxima representación de la literatura del mundo mundial.
En San Sebastián, mi ciudad, celebramos cada 20 de enero una fiesta (la mejor del año en el ranking festivo) de la que también participan muchos miles de personas que se caracterizan (no quiero molestar a nadie diciendo: se disfrazan) de época (de las guerras napoleónicas, más o menos), pero que no saben muy bien qué conmemoran. ¿Es necesario saber qué se recuerda para festejarlo?
Tengo clara la respuesta. Quizá el año que viene, tal día como hoy, callejee por el Temple Bar de Dublín, vestido de Leopold Bloom.
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