lunes, 27 de septiembre de 2010

CONFIRMAR LA INEXISTENCIA

Ni de niño ni siendo adolescente me importó que se acabara el verano y hubiera de volver al colegio. Es más: estoy seguro de que más de una vez deseé que llegara el momento; en el cole lo pasaba bien, muy bien.

Tal vez de aquel pasado, tan lejano ya, queda hoy algún recuerdo. Sigue sin importarme que acabe el verano aunque es el tiempo que más me gusta, sus días largos que invitan a salir y relacionarse; los días soleados, a veces calurosos que combates bañándote en el mar. Y no me pesa el regreso a la rutina que en esta ciudad en la que vivo tarda más que en otras en llegar: por las regatas de traineras, por el Festival de Cine, porque cualquier disculpa es buena para prolongar el espíritu del verano. Ni el comienzo de la Liga de fútbol, cada vez más temprano, puede con el afán de prórroga estival.

Conste que como bien saben quienes me conocen, participo activamente de todas esas manifestaciones, de las que disfruto como el primero. Esta misma tarde, aprovechando el buen tiempo y antes de sentarme a escribir en este blog, he pasado por la playa. Pero no me pesa el fin del verano y la llegada del otro orden, laboral, relacional, a nuestras vidas.

Sin embargo, es cada vez mayor el número de personas que coincide en asegurar que en su calendario vital la verdadera transición del año se hace cuando termina el verano y comienza el nuevo curso académico y no cuando lo indica el otro calendario, el que señala el 31 de diciembre. Es lo que explica, supongo, que cada año sean más las personas que sufren el stress postvacacional que, al parecer, presenta episodios agudos en algunos casos.

No voy a ponerme a contar todo (que a unos parecerá mucho y poco a otros) lo que he hecho este verano, pero sí quiero compartir una lectura: la de la novela “América, América”, de Ethan Canin, cuyo original inglés es de 2008 y de junio de 2010 su edición en castellano. Aún estoy emocionado.

Otras veces he reconocido mis preferencias por las obras que tienen al periodismo como eje, o que relatan los hechos desde la visión del periodista. Vuelve a ser el caso: un periodista de hoy rememora los episodios que le tocaron vivir de cerca, en su primera juventud en los tempranos años 70, el tiempo precisamente en que conocí los Estados Unidos, con la misma edad que entonces tenía el relator.

La sociedad vasca en la que yo vivía por entonces nada tenía que ver con la que descubrí en los Estados Unidos ni con la que Ethan Canin refleja en su novela, que no es del todo coincidente con mis recuerdos de aquel tiempo. Y, sin embargo, me resulta difícil expresar la identificación casi total que en algunos pasajes del libro, sobre todo al comienzo, sentí con Corey Sifter, el periodista que narra el ascenso y la caída del aspirante llamado a derrotar a Nixon en la carrera a la Casa Blanca. Es el tiempo del Vietnam más duro, de la corrupción política más despiadada, el tiempo en el que la confiada sociedad norteamericana pierde la inocencia colectiva.

No lo recuerdo en ocasiones precedentes. Han sido bastantes los libros en cuya lectura me costaba avanzar o en los que, directamente, no avanzaba, simplemente porque no me enganchaban. Pero nunca me había paralizado la emoción por lo que estaba leyendo y, sobre todo, el grado de identificación con el joven colega.

Según avanza la historia que relata la novela es inevitable encontrar paralelismos entre la peripecia del senador Henry Bonwiller y los sucesos que acabaron con la carrera presidencial de Edward Kennedy, en lo relativo sobre todo a la muerte y abandono de su acompañante femenino en accidente automovilístico, en circunstancias difícilmente defendibles, con elevadas tasas de alcohol de por medio.

Y siendo así, evidente, la similitud, con el riesgo que eso entraña, el autor construye un personaje tan sólido que parece real. No sólo porque sitúa a Bonwiller junto a Mc Govern, Humphrey, Wallace y Muskie en la lucha por la nominación demócrata para enfrentarse a Nixon. No sé si me lo acabé creyendo, pero por lo menos me instalé en la duda.

Recordaba a los otros y se me hacía difícil ignorar la existencia de alguien que había mantenido posiciones contrarias a la guerra de Vietnam, progresista en políticas sociales, protagonista de un suceso que tanto se parecía al de Kennedy, el político que hubiera podido evitar el paseo triunfal en que se convirtió aquella reelección de Richard Nixon…

Y me fui al Larousse. Son muchos años de consultas como para traicionar los hábitos. Luego sí, como no encontraba nada, visité el ordenador y navegué. Es lo que tiene Internet: que le preguntas por la existencia de alguien y te confirma su inexistencia.

Seguramente no hubiera confesado nunca esta experiencia si no fuera porque uno de mis hijos, que me había precedido en la lectura de “América, América” y me lo había recomendado insistentemente; mi hijo, que es más inteligente y perspicaz que yo, también había dudado y consultado, directamente en la red en su caso, por el senador Henry Bonwiller.

Me lo dijo el sábado por la noche, tras ver juntos la exhibición del Barça en San Mamés y decidí entonces escribir este blog.


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