miércoles, 14 de diciembre de 2011

HACE CIEN AÑOS, EL POLO SUR

Un día como hoy, 14 de diciembre, hace cien años, el aventurero noruego Roald Amundsen alcanzaba el Polo Sur geográfico, lo que constituyó una de las hazañas que ha permanecido más presente en el imaginario colectivo todo un siglo. Más presente, por ejemplo, que la llegada de Peary al Polo Norte, dos años antes, que también recordé en este blog. 

Seguramente, contribuye a que hoy se le recuerde en el mundo entero la implacable disputa que Amundsen mantuvo con el británico Robert F. Scott por ser el primero. Scott llegó al Polo Sur un mes más tarde y murió en el regreso, protagonista de una de las tragedias más evocadas en la peripecia del hombre por explorar los límites. Scott tiene el dudoso honor de ser uno de los poquísimos segundos que han pasado a la historia, una historia que suele ser inclemente con quienes no son los primeros.

Hoy, 14 de diciembre, Amundsen es la referencia centenaria. Mi amigo Alberto Iñurrategi, de quien he hablado aquí en otras ocasiones (no solo en relación con Peary, que también), es la referencia inmediata. Desde hace un mes, con Mikel Zabalza y Juan Vallejo como compañeros de expedición, recorre la Antártida, el continente helado, 13 millones de kilómetros cuadrados de superficie con una altitud promedia de 2.000 metros y temperatura media de -16º.

Sus últimas noticias dicen que se encuentran a 1.110 kilómetros de la base de Novolazarevskaya, en la que iniciaron la ruta y a unos 1.160 del Polo Sur, cerca del Paralelo 80: “en tierra de nadie, un punto de no retorno”. Alberto había leído, cómo no, El peor viaje del mundo, el libro que relata la terrible experiencia de Scott, donde se afirma que “la exploración polar es la forma más cruel y solitaria de pasarlo mal”.

Alberto es un montañero excepcional y una persona sensata y objetiva. “Nosotros no vamos de exploración, que quede claro”, me decía antes de salir. “Han pasado cien años y espero que los avances en vestimenta, en alimentación, en tecnología hagan de nuestra travesía una experiencia, aunque dura, no tan cruel”. 

Está siendo extraordinariamente duro; no podía ser de otra manera cuando se persigue la autosuficiencia en las condiciones más extremas. Los expedicionarios no disponen de otros recursos que los que son capaces de llevar consigo toda la travesía, fiados a sus propias fuerzas y al viento que debe hacer volar sus cometas con las que arrastrar los pesados trineos con su avituallamiento (4,3 kilos de comida y combustible por persona y día) y equipamiento.

Llegarán un día al Polo Sur, no tengo duda. Y proseguirán su marcha antártica hasta Unión Glarcier, con lo que completarán unos 3.700 kilómetros en un recorrido nunca antes realizado (desde el 70ºS 11ªE hasta el 79º45’S 83º14’W), venciendo el aislamiento total, a la inexistencia aparente de personas distintas a los compañeros de travesía; a la ausencia de animales, plantas o edificios.

Alberto me pidió que le recomendara lectura para su expedición. Tenía caliente entre las manos, recién aparecido, Libertad, el hermoso título de Jonathan Franzen. Todas estas semanas he temido haberle hecho una faena con la recomendación (¿puede haber un sentimiento próximo a la libertad encerrado en el hielo infinito?) y he revisado el libro de principio a fin. Me ha escrito diciendo que le había gustado; menos mal. Seguro que más de un seguidor de este blog lo habrá leído ya. Pero, ¿de qué va? 

Libertad, una fiesta narrativa de más de seiscientas páginas cuyo título sencillo no debería despistar a nadie, es una novela familiar y obsesivamente privada, pero guarda en sus sótanos una buena cantidad de cargas políticas que tienen mucho que ver con los años en que fue concebida: los años posteriores al 11-S, los años de Bush y de Irak, los años en que palabras como América, patriotismo y -bueno, sí- libertad estaban en boca de todos los norteamericanos, y en particular, de todos los políticos”. El comentario es de Juan Gabriel Vásquez, un autor que descubrí el pasado verano en su espléndida obra El ruido de las cosas al caer. Añade: “Libertad es una bella y compleja exploración de un puñado de vidas íntimas cuyo problema es el eterno conflicto entre lo que quieren y lo que se espera de ellas”.

Lo dice muy bien Vásquez, lo que me exime de torpes explicaciones o interpretaciones.



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