Le llamé semblanza y debería haberlo llamado estereotipo. No era un bosquejo biográfico (lo que más o menos es una semblanza) sino la idea general que comúnmente se acepta acerca de una persona (que vendría a ser el estereotipo). Reproduje (blog del pasado 31 de enero) un fragmento de los tópicos con los que parece nos vemos unos europeos a otros, en este caso a los británicos. Fue hace pocos días y luego supe que lo escrito por el periodista de “The Guardian” era parte de un interesante y divertido reto colectivo.
Un reto del que participaron periodistas de seis de los más influyente diarios de Europa, que han asumido un compromiso común a favor de la pervivencia del proyecto europeo y que se disponen a abordar conjuntamente la reflexión acerca de los desafíos a los que Europa deberá hacer frente en el futuro. Bienvenida a la iniciativa.
Pero decía que el reto de los estereotipos me había parecido divertido y, además, el emplazamiento de un amable lector da pie, creo, a volver sobre el asunto. En breve:
- Rainer Erlinger, del “Suddeutsche Zeitung”, dice de los alemanes: “Eficiente no es el adjetivo adecuado para Berlín. No hay más que ver, por ejemplo, las obras berlinesas. Para construir dos kilómetros largos de vías de tranvía nuevas se han previsto tres años completos de obras. Sin incluir las demoras. En ese tiempo, en China se construyen ciudades enteras o líneas de tren de alta velocidad que atraviesan el país. A lo mejor los chinos son los alemanes del siglo XXI, más alemanes que los alemanes. O quizá es que los berlineses no son alemanes típicos”.
- Máximo Gramellini, de “La Stampa”, escribe de los italianos: “No es cierto que nadie pague impuestos. Los empleados y los jubilados los pagan hasta el último céntimo. No por sentido cívico, sino por falta de alternativas. No tenemos sentido de estado. Es el Estado el que nos impone. La comunidad termina en el umbral de casa. El felpudo es ya tierra de nadie. Durante 2.000 años hemos tenido que arrodillarnos ante decenas de invasores intentando engañarlos siempre, obviamente”.
- Adam Leszczynski, de “Gazeta Wyborcza” se refiere a los polacos: “Alcohólicos, beatos y antisemitas. Los periodistas de Europa Occidental han mencionado estos tres estereotipos sobre los polacos. Son ciertos, pero solo hasta cierto punto. Los polacos beben como la media; son católicos, pero no se preocupan tanto por lo que dice la Iglesia; y no les gustan los judíos, solo ligeramente por encima de la media europea”.
- De los franceses escribe Jean-Michel Normand, de “Le Monde”: “Queda la reputación de que los franceses son unos salidos. Y eso está por demostrar. Los estudios disponibles nos sitúan –por el número de parejas y la intensidad de nuestra vida sexual- en la zona intermedia del pelotón europeo. Sí, pero después del culebrón mundial de DSK ¿pueden nuestros vecinos oír semejante argumento sin esbozar una sonrisa?”.
- Sobre los españoles, Carmen Morán, en “El País”: “El tópico que circula en Europa sobre los españoles tiene ya una aire pretérito, casi apolillado. Un país borracho de fiestas con imponentes mujeres que no pueden ir a los toros en minifalda porque sus novios y maridos, muy machos ellos, podrían perder los nervios. Y vuelta a la siesta por la tarde y a la juerga por la noche, en una eterna rueda de disfrute sin medida. Quizá la foto que hay en los álbumes europeos como recuerdo de España es la de un país de vacaciones”.
Es solo un extracto. El grado de acuerdo con cada estereotipo será diferente para cada lector y recordemos que no va más allá del pasatiempo. El juego se limitaba a los seis mayores países europeos y no hay, naturalmente, referencia a los vascos como reclamaba un lector. Siempre podríamos proponerla desde aquí.
Nada que ver, evidentemente, con el clasismo británico: este es el imperio del tuismo donde hablar de usted, por ejemplo, casi está mal visto. Y no somos alemanes (y menos chinos): esos tres años se necesitan para presentar un proyecto que antes de hacerse definitivo, si alguna vez se hace, precisará de otros tres años de alegaciones. De sexo, mejor no hablamos: no es pecado; es un milagro decíamos en mi juventud. Tampoco de impuestos, a cuyo pago no anima ningún deber cívico. Bebemos más que los polacos, pero no alcohol duro… Y los tópicos españoles son ya entre nosotros tan pretéritos como en España.
Para ayudar a construir nuestro estereotipo (se admiten sugerencias) me animo a apuntar dos rasgos que, en realidad, tal vez sean solo uno; el mismo. Somos ombliguistas y bastante pesados con lo nuestro. “Ya que no podemos cambiar de país cambiemos, al menos, de conversación”, nos enseñó aquel Joyce harto de hablar del problema irlandés. Trato de seguir el consejo pero, a lo que se ve, sin éxito.
Si hace unos años me hubiese enfrentado a este desafío de apuntar características que pueden definir a los vascos, hay una que habría hecho destacar sobre todas: diría que es gente de palabra. Después de ver lo que nos ha tocado ver, hoy no me atrevería a afirmarlo así y no lo digo solo por los políticos. La palabra dada ha dejado de ser un valor seguro y no se me ocurre ningún rasgo positivo que aportar.
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