miércoles, 29 de febrero de 2012

REYES

He seguido con discreto interés la aventura judicial de Iñaki Urdangarín; desde que intuí la dimensión que el asunto adquiriría, allá por los primeros días del pasado diciembre, hasta su larga comparecencia ante el juez del fin de semana. Y lo que está por venir.

En La Zarzuela calificaron su comportamiento de “poco ejemplar”. Con ese punto de partida los epítetos han ido engrosando su trazo y aunque sin mucho fundamento ha resurgido la disyuntiva república-monarquía. No veo a la sociedad en condiciones de debatir con el rigor y la madurez necesarios este dilema.

Vaya por delante: el comportamiento que se le atribuye a Urdangarín es escandaloso, es desvergonzado e inmoral. Poco importa que las fechorías hayan contado con la complicidad imprescindible de administraciones corruptas, porque cualquier persona mínimamente informada sabe de la deshonestidad de los gobiernos de Matas (en Mallorca) o de Camps (en Valencia).

De este asunto es del que se habla. Y no tanto de la perversión que se contiene en otro escándalo que tiene ya asiento en los juzgados por el que estoy absolutamente indignado. Lamento la pérdida del valor, por el abuso, del adjetivo indignado; pero mi cabreo es superlativo.

Se trata de la detención, en Valencia (¡qué horrible casualidad!, en Valencia) de los integrantes de una trama corrupta que saqueaba las subvenciones a la cooperación internacional que otorgaba la Generalitat Valenciana. El importe del fraude se estima en nueve millones de euros. Por encima de la cifra estafada está la calidad del desfalco. ¡Hay que ser canalla, granuja, para enriquecerse a costa de la magra ayuda que las sociedades desarrolladas destinamos a los desheredados!

Solo un ejemplo: dos proyectos de cooperación para facilitar agua potable y mejorar cultivos en Nicaragua estaban subvencionados con más de 833.000 euros, de los que al país centroamericano solo llegaron 43.000 euros. Los corruptos se quedaban con el resto y lo gastaban, como parece ser el caso, en inmuebles con garaje. De facturas falsas, como en el caso Urdangarín, el expediente está repleto.

Y si todo esto fuera poco, llega el decomiso del fastuoso palacio en París del hijo del dictador de Guinea Ecuatorial Teodoro Obiang, un país en el que pese a la riqueza que le proporciona la producción de petróleo, el 80% de la población sobrevive con menos de un dólar diario. Se acaban los calificativos para el personaje, llamado Teodorín, ministro de Agricultura y Bosques en su país, que es la finca familiar.

El decomiso se llevó tres contenedores con 200 metros cúbicos de objetos y bienes valorados en 40 millones de € distribuidos en los seis pisos y 101 habitaciones del palacio, próximo al Arco del Triunfo, cuyo valor de mercado es de 500 millones de €. La incautación la han ordenado los jueces que consideran que Teodorín lo adquirió con fondos públicos desviados ilegalmente.

Y entonces he recordado a Reyes. Reyes era una niña ecuato-guineana a la que mi buen amigo Jokin y Arantxa, su mujer, trajeron a Donostia para ser operada de una malformación en las articulaciones que le impedía caminar. La intervención fue un éxito y aquel verano Reyes se movía autónomamente y al andar reía y reía. Desde la puerta del Urola su risa iluminaba toda la calle Fermín Calbetón, en la Parte Vieja.

Fue allí donde se prendó de las sandalias color pistacho que llevaba Cristina, de las que no podía apartar la vista. Se las probó una y otra vez, le venían muy grandes y no cedió hasta recibir la promesa de que se las regalaría cuando fuera más mayor. Y apenas fue más mayor.

En invierno volvió a Guinea (si fuera por ella no hubiera vuelto, claro que no), contrajo la malaria y murió. Cuando Jokin lo supo y nos lo contó con el dolor de quien pierde a un ser muy querido, me juré que un día iría a Malabo y en la tumba de Reyes dejaría las sandalias pistacho. Es otra de las muchas promesas que he incumplido.

La malaria está indisolublemente unida al África subsahariana, a la infancia y a la pobreza extrema. La riqueza obscena de Teodorín y la que no ha aflorado, aunque se conoce, de sus familiares, serían bastante para sacar de la indigencia a toda la población (apenas un millón de habitantes) de Guinea Ecuatorial.

La reflexión puede haber quedado un poco demagógica. Espero que se disculpe porque he empezado en los aledaños de la monarquía y acabo en Reyes; no parece un despropósito tan grande.

2 comentarios:

  1. Kaixo Xabier:
    Mila, mila, milioika esker zure "Reyes" idatziagatik.
    Agur bero bat.- Jokin eta Arantza.-

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  2. Xabier:

    Magnífico alegato anticorrupción. En cuanto a tu alusión a REYES su contenido me ha provocado una ligera humedad lacrimal difícl de controlar.

    Gracias por tu aportación.

    Saludos

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