Con preocupante frecuencia en los últimos tiempos se anuncia la muerte del periodismo. Puede ser por temor en unos casos (el de los propios profesionales del periodismo), por deseo en otros (los poderes, de todos los colores). La reiteración del anuncio empieza a calar y ya hay quien ha encargado el entierro. Yo mismo dudo a veces, tantos son los casos de profecías que se autocumplen que hemos conocido estos años de crisis económica, financiera, de mercados y de principios.
Menos mal a que aún hay periodistas dispuestos a defender el periodismo. Leía la semana pasada la espléndida conferencia que Sol Gallego-Díaz les regaló a los alumnos de la escuela de periodismo El País-UAM en el acto inaugural del curso. “Lo más triste es que de puro miedo a que nos maten, los periodistas terminemos pegándole un tiro al periodismo”, les advirtió. Y, más importante, les recordó un principio esencial: “Periodismo es indagar y buscar la verdad”.
Apoyaba este principio en una referencia que me he apresurado a contrastar: Ifigenia en Forest Hills, de Janet Malcolm, periodista neoyorquina que hace en este libro editado en febrero pasado por LFR el relato más intenso que puede imaginarse de un proceso judicial. Es el relato periodístico de un juicio visto desde todos los ángulos posibles, incluso de algunos aparentemente imposibles, que contiene toda la emoción y la intriga de la mejor novela negra. La anatomía de un asesinato que disecciona Malcolm es, sin embargo, periodismo; nada menos.
Se trata de un hecho que estuvo en los tribunales de Queens, Nueva York, a comienzos de 2009. El Juez que lo juzgaba hizo ante la autora del libro la siguiente valoración: “Este caso no es distinto de otros asesinatos que he juzgado. A usted, por lo visto, le parece extraordinario. No lo es. Se produce un homicidio, se detiene al responsable, se le acusa, se le juzga y se le condena. Nada más”. Visto así, ¿quién emprendería el desafío de destripar cuanto rodeaba al caso? Algo de indagar y buscar la verdad estaba detrás.
Ifigenia en Forest Hills ha llegado a mis manos pocas semanas después de haber disfrutado de otra espectacular lección periodística: la que da Gay Talese, un nombre mítico en el que se dio en llamar “nuevo periodismo”, en su obra (hay que superar la tentación de llamarla novela, que no lo es) Honrarás a tu padre. Los secretos de la Mafia al descubierto en un riguroso y exhaustivo relato que narra la historia (lo que tuvo de esplendor y sobre todo decadencia, que fue mayor) en los Estados Unidos de una de las principales familias sicilianas, los Bonnano.
La primera edición de este documento de 600 páginas data de 1971, del tiempo en el que el best seller en los EE.UU. era El Padrino, este sí, ficción. Poco después llegaría Los Soprano, más ficción de éxito acerca de la “Cosa Nostra”. Pero el libro de Talese era otra cosa: investigación periodística. Honrarás a tu padre fue también un gran éxito de ventas, pero no supe de él hasta finales del pasado año (40 años después, qué vergüenza), cuando lo editó Alfaguara en castellano. Y eso que había inspirado a una de mis series televisivas preferidas, Los Soprano, más aún de lo que lo había hecho la novela homónima.
No es cosa de ponerse a contar el contenido del monumental documento y su contribución a desvelar los secretos, las luchas de poder, las vidas familiares y la imposible normalidad en el seno de la Mafia. Me limito a recomendar su lectura.
El buen periodismo ha inspirado las mejores series. Hace un año me declaraba impactado por The Wire la serie a la que afortunadamente pude dedicar las 60 horas necesarias para quedar deslumbrado. The Wire es hija de Homicidio, la obra maestra escrita en 1991 por el periodista David Simon, fruto de su trabajo de un año entero en la unidad de homicidios de la policía de Baltimore, un grupo humano que a veces parece no serlo (ni grupo ni humano) que se enfrenta al lado oscuro de los Estados Unidos siendo sus propios miembros, tantas veces, parte de ese mismo lado oscuro.
No conozco una novela policíaca mejor que esta narración implacable del día a día de un teniente, tres inspectores jefes y quince inspectores de la unidad de homicidios a la que David Simon tuvo acceso ilimitado. Editado en castellano a fines de 2010 por Principal de los libros, es precisamente la edición, que revela cierto abandono en varios momentos, lo que no me anima a recomendar sin reservas su lectura. Son 700 páginas muy densas que merecían más cariño. He calificado Homicidio de obra maestra y lo es; es al menos una obra maestra del periodismo.
Hay un periodismo vivo. Decía recientemente Martín Caparrós que “cualquiera inventa historias; es muy difícil inventar historias verdaderas”. Como las de los tres libros que hoy les he contado.
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