Earl Warren fue una de las personalidades más brillantes e influyentes del sistema judicial norteamericano del siglo pasado. El informe de la comisión a la que daba nombre, la Comisión Warren que examinó el asesinato de John F. Kennedy en Dallas, le dio la proyección universal que podía faltarle (aunque sus conclusiones, sobre todo en lo referido a Lee H. Oswald como único autor del magnicidio fueran con el tiempo fuertemente contestadas).
Hasta hace pocos años desconocía una reflexión de Warren que, sin saberlo, compartí todos los años que dediqué al ejercicio activo del periodismo. Decía Warren: “Las páginas de deportes reflejan los logros del hombre; la portada no muestra más que sus fracasos”. Busqué siempre que pude justificaciones o disculpas para llevar el deporte a las portadas de los diarios en los que trabajé. Ahora es algo común; no lo era entonces.
Se inauguran esta noche los Juegos Olímpicos de Londres y el despliegue informativo a su alrededor no tiene, en mi opinión, precedentes. También en esto tiene que ver, seguramente, la crisis económica que padecemos. En el consciente de algunos y el subconsciente de casi todos se trata de que las amables imágenes que nos deje Londres se superpongan a la pesadilla que nos oprime.
Bueno, también nos tiraniza un poco el empeño de muchos medios españoles de limitar el recuerdo olímpico a lo que fue Barcelona 92, como si el movimiento olímpico hubiera nacido o se hubiese agotado en BCN. Sí, han transcurrido veinte años, un aniversario redondo de un tiempo que representó como ninguno el acceso de la sociedad española al concierto de las sociedades desarrolladas, prósperas, deportistas y cultas (esto último no sé porqué, pero es una coletilla que se añade frecuentemente).
La pregunta estos días viene a ser: y tú, ¿dónde estabas cuando se celebraban los JJ.OO. de Barcelona 92? Tuve la suerte de algunos días estar, precisamente, en Barcelona, en su estadio olímpico. Inolvidable.
La celebración de los Juegos Olímpicos me emociona sin límites cada cuatro años, ignoro la razón salvo una pasión por el deporte que dejo traslucir cada vez que tengo ocasión, o sin ella. No creo que tenga que ver con haber nacido en año olímpico, aunque mi recuerdo de los Juegos me lleva a la tierna infancia.
Quo vadis Bikila? titulaba alguno de los periódicos que relataban la hazaña de aquel etíope que, descalzo, ganaba a todos en el maratón de Roma. Era 1960 y seguramente yo leía en voz alta la prensa a obreros de la fábrica de gomas de enfrente de mi casa a quienes divertía el niño lector. Mi padre me hablaba de Etiopía, donde mandaba un señor (un tirano, supe más adelante) a quien le decían Negus, rey de reyes. Y mi padre trataba de encontrar una relación entre aquel título y el nuestro de Nagusi para referirnos a los señores.
La plena conciencia olímpica me llegó en México, en el 68. La razón, muy sencilla: la celebración de aquellos Juegos fue el motivo de la llegada a mi hogar de la televisión. Una Vanguard, recuerdo, naturalmente b/n, de la que no me despegué en algún tiempo; el que duró aquel extraordinario México 68 por lo menos. El de los 8.90 en longitud de Bob Beamon, los prodigiosos 100 metros de Bob Hayes, el black power. De la envergadura de la matanza en la plaza de las Tres Culturas en los días previos no tuve conciencia hasta mucho después.
México nos llevó a Munich y Septiembre Negro (a los logros del hombre de Warren les cuesta abrirse paso o, directamente, no les dejan). Pero, ¡cómo pasar por alto que un amigo, Alberto Carrera, sería proclamado mejor portero del mundo de hockey!
Del 76, en Montreal, mi recuerdo se asocia a Alberto Juantorena, cuyos segundos 400 metros en la prueba de 800 son inmortales. Y mi héroe de Moscú 80 es Sebastian Coe, por su victoria memorable en los 1.500 metros, aunque ya lo era porque le ví ganar aquí, en Donostia, en los europeos de pista cubierta del 77 y eso deja rastro.
Llegado a este momento comprendo que a nadie le importen mis evocaciones olímpicas, tan presentes sin embargo y queridas para mí. Pero vuelvo a Moscú 80 (y aquí me quedo), a una no campeona olímpica de la que siempre quise escribir y nunca lo hice: Jarmila Kratochvílová, mi heroína. Cualquier buen aficionado la tiene muy presente, claro. Pero este no es un foro de aficionados al atletismo y hay, aparentemente, lectores jóvenes.
Kratochvílová solo fue plata en Moscú y aunque luego ganó otros muchos y valiosos títulos (el boicot a Los Angeles 84 seguramente le privó del oro olímpico) es mención imperecedera por una marca: sus 1.53.28 en los 800 metros de 1983, el récord más longevo tanto en hombres como en mujeres, vigente aún hoy, casi 30 años más tarde. La atleta checa corría los 800, sí, pero también (y ganaba) los 400 metros y los 200 y hasta los 100 metros.
Jarmila era fea, sin paliativos. Hipermusculada, sospechosa de todo cuanto suelen serlo las mujeres de su estampa, me rindió a su esfuerzo y sacrificio obstinados, superada la barrera de los 30. Eran los tiempos de la plenitud de Kim Bassinger y Michelle Pfeiffer, pero esa es otra historia.
VAYA CRONICA HISTORICA! para los que somos mas jovenes que el periodista esto nos suena a enciclopedia o internet via google para poner la información (sin ofender..)pero bueno también suena a despedida (?) cuando una escribe tanto de recuerdos de jóven, ADMIRA MÁS AL AITA DEL PERIODISTA, lleno de VIDA, SÁTIRA Y HUMOR. uN EJEMPLO PARA NOSOTROS.
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