lunes, 31 de diciembre de 2012

GIMNASIA Y PERIODISMO

Leo ahora que los británicos están encantados con la visión retrospectiva que tienen de los Juegos Olímpicos que Londres regaló al mundo el pasado verano. No me extraña. Fue una manifestación extraordinaria de los logros de los seres humanos si compartimos la opinión de Earl Warren que comenté aquí hace unos meses. El hombre deportivo gana ampliamente al hombre económico.

De pronto he notado que echaba en falta algo de los últimos JJ.OO.: la gimnasia. No le había prestado atención suficiente, abducido por Phelps y Bolt los fenómenos de la natación y el atletismo. Y había pasado de puntillas por la otra gran disciplina olímpica. Estos días he tratado de corregir el fallo y cómo me alegro de haberlo hecho.

La gimnasia femenina tiene, para los de mi generación, un mito: Nadia Comaneci y su inolvidable diez en las barras asimétricas en Montreal 76; es decir, la perfección. No ha habido en Londres nadie como Nadia pero, aunque tarde, he descubierto a Gabby Douglas, la primera gimnasta negra en ganar el oro olímpico individual. En su caso fue aún más: también en equipo, en el de los EE.UU., logró la medalla de oro.

Impresiona la mirada de esta jovencita que hoy mismo, 31 de diciembre, cumplirá 17 años, atleta gigantesca desde sus menudos 1,50 metros de estatura; impresiona tanto como la seguridad con la que se afirma en la barra. Curiosamente y en contraste con Comaneci, las asimétricas fueron su peor nota relativa en la final; yo lo admiré, sin embargo, como un ejercicio impecable y, sobre todo, emocionante.

Gabby Douglas participó activamente, a su regreso de Londres, de uno de los grupos de apoyo a la reelección de Barack Obama; el doblete olímpico-electoral (hay quien critica esta coincidencia de Juegos y elecciones en USA cada cuatro años) no pudo ir mejor para la gimnasta.

La reelección de Obama (en menor medida la de Chávez en Venezuela y el relevo en la cúpula de China también) es otro de los grandes titulares de este año que empezamos a despedir, sin la alegría de quien deja atrás doce meses horribles porque los que vienen se anuncian tan malos como los que se han ido.

El fin de año invita a echar la vista atrás. Para revivir el aturdimiento por los mayores recortes sociales que hayamos conocido; por el vértigo que produce el crecimiento del paro. Por tantas desgracias entre las que asoma alguna nueva esperanzadora como la confirmación de la existencia del bosón de Higgs. Pero a todas estas cosas los periódicos dedican ríos de tinta, así se decía en otro tiempo y otro periodismo.

El periodismo, los periódicos, los medios de comunicación en su conjunto están siendo víctimas muy relevantes de una situación económica que tantos principios se lleva por delante. Es y no por un corporativismo que en mi caso sería cuando menos dudoso, uno de los sectores de actividad más penados de entre todos los que vienen resultando damnificados.

“De puro miedo a la muerte de los periódicos, los periodistas terminaremos pegándole un tiro al periodismo”, escribía premonitoriamente Sol Gallego-Díaz. Semana a semana hemos confirmado el augurio. Nunca lo vi tan claro como en el desgraciado suceso del suicidio de una mujer en Barakaldo cuando iba a ser desahuciada de su casa. Muchos de mis colegas cargaron las baterías y dispararon a discreción; contra el buen periodismo.

Seguí con enorme interés y atención las informaciones, reportajes de color y editoriales que acompañaron al suicidio. Y advertí, con dolor, que medios de comunicación que siempre he considerado responsables agarraron el primer bidón de gasolina que encontraron y lo arrojaron a las llamas de la tragedia.

No es papel de los medios actuar de bomberos, no; pero tampoco el de trabajar de pirómanos. La situación de los desahucios es dolorosa y su desgraciada generalización una buena causa también para los medios de comunicación. Pero ¿podía honestamente sostenerse que lo sucedido en Barakaldo era un típico caso de suicidio por desahucio?

Un adagio retrata el mal periodismo: “que la realidad no arruine un buen titular”. Otro adagio retrataría el peor periodismo: “que la verdad no arruine una buena historia”. Y en la historia de esa mujer aún joven que se arrojó de un cuarto piso después de abrir la puerta del portal a los agentes judiciales que iban a desalojarle de su vivienda no hubo interés periodístico en buscar la verdad.

También ha habido, afortunadamente, mucho buen periodismo. El mejor artículo que recuerdo en 2012 llevaba la firma de Hans Magnus Enzensberger, se titulaba “La expropiación política de los europeos” y lo publicó “El País“. Me impactó esta reflexión que quiero compartir hoy aquí:

“En contraste con las revoluciones, golpes de Estado y asonadas militares en las que es rica la historia europea, ahora las cosas suceden sin ruido ni violencia. En eso estriba la originalidad de este asalto al poder. ¡Ni marchas con antorchas, ni desfiles, ni barricadas, ni tanques! Todo se desarrolla pacíficamente en la trastienda”.

Buen final de 2012 a los pacientes lectores.


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