miércoles, 15 de mayo de 2013

TELMO

Jon y Maitane tuvieron ayer martes su primer hijo: Telmo. “La madre y el recién nacido se encuentran en perfecto estado de salud”, se escribía en las “notas de sociedad” que publicaban lo periódicos en otro tiempo y que en parte también fue mío. Así es, afortunadamente, en este caso. Madre e hijo están sanos, impecables.
 
Telmo me ha hecho abuelo, un nuevo título de lecturas múltiples y sin mérito alguno por mi parte me ha hecho feliz. En su nacimiento he recordado que el principio universal de que todas las personas somos iguales empieza a ser una declaración vacía, un falso principio en el instante siguiente a nacer. E, inevitablemente, pienso en el futuro que espera a Telmo.
 
¿Cómo hacerlo sin dejarse llevar por la alegría, la euforia que acompaña al acontecimiento que representa el inicio de una vida? Y ¿cómo abstraerse de las muchas sombras que se proyectan, de las innumerables incertidumbres que acechan al porvenir de quienes llegan hoy a este mundo?
 
No comparto el optimismo obligatorio ni el pesimismo inevitable; prefiero, lo decía aquí mismo hace unos meses (“Realismo”, 30 de enero) la sensatez, el sentido común y práctico que se supone a quien es realista. Tal vez alguien recuerde la sentencia de Ward que referí entonces sobre optimistas, pesimistas y realistas.
 
Abraham Lincoln es memoria lejana pero sensata: “I don’t know who my grandfather was; I am much more concerned to know what his grandson will be”. Creo poder afirmar, como Lincoln, que no me importaría mucho que Telmo supiera o no quien fue su abuelo. Me importará que tenga claro lo que quiere llegar a ser el nieto de su abuelo. Aunque reconozco que me gustaría poder ayudar a Telmo a construir ese futuro que le espera y estar a tiempo de hacerlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario