No son
exactamente mitos (lo mítico, en mi cultura, ocupa otra categoría imposible de
banalizar) los que se nos derrumban en estos tiempos difíciles que nos está
tocando vivir; tampoco son creencias; ni convicciones o certezas.
Pero
algo muy importante vamos perdiendo en el tránsito: la ilusión, mejor la
confianza, que pudimos depositar en modelos, en instituciones y en las personas
que les prestaban su imagen. Es tiempo de derrumbe.
Esperaba
una resolución en el hundimiento de Fagor Electrodomésticos, que no acaba de
producirse, para escribir de esto, de Fagor. Hoy, cuando ya está consolidada la
suspensión de pagos y su patrimonio sigue intervenido sin que se haya instado a
la liquidación de la empresa, no espero más.
Y no
aguanto porque me sorprenden muchas de las cosas que leo y escucho acerca de
una empresa, de un movimiento social que siempre, en la distancia, creí
ejemplar. Como tal se nos había presentado.
Nunca
hubiera imaginado que Fagor, que el cooperativismo con denominación de origen
Mondragón tuviera tantos detractores y menos que estos resultaran ser tan
beligerantes.
No he
sido cooperativista ni se podía esperar que lo fuera. Pero he llegado a hablar
con cierto orgullo de un movimiento al que hasta he propuesto como modelo
cuando ha habido ocasión de hacerlo. Del que he oído hablar con entusiasmo
apasionado siempre; hasta ahora, hasta hace unas semanas en que el
apasionamiento solo es de derribo.
¿Era
alguno de los dos, el proyecto paradigmático que nos vendían y comprábamos el auténtico,
o lo es la medio descompuesta realidad a la que aparentemente se ha llegado?
Recurro
a mi evanescente memoria histórica para recordar aquel movimiento cooperativo
histórico en el que Fagor era la marca emblema; como dicen ahora en el deporte,
su jugador franquicia. Fagor ha hecho mucho por nuestra economía, por nuestra
imagen de país, por consolidar nuestro orgullo de pertenencia. No sé si le
debemos algo por todo eso, que pudiera ser y así lo creo, o se lo ha cobrado ya
como parecen pensar muchos otros. De lo que estoy seguro es que no se merece
los palos que indiscriminadamente está recibiendo.
Pienso
en aquellas personas que lo imaginaron, los visionarios que lo soñaron. Y que
materializaron porque no debían saber que era imposible. Cierto que concibieron
el movimiento cooperativo desde una iluminación de raíz religiosa, que fueron
señalados como sectarios y más allá de ser reservados parecieron impenetrables.
Y que un perfil así (nos) espantaba a muchos.
Pero aquellos
pioneros sentaron los cimientos de un edificio que una segunda y una tercera
generaciones construyeron y urbanizaron. Muchas cosas han tenido que hacerse
muy bien para levantar un imperio casi planetario.
Consecuentemente,
no hay duda de que otras tantas cosas han debido hacerse muy mal para llegar a
la actual situación. ¿Es que a la actual generación le está correspondiendo el
papel de demoler el edificio? Desde las posiciones críticas acusan: “claro,
solo han conocido los beneficios de la cooperativa”. Otros van más lejos y hablan con displicencia
de “cooperativa de señoritos”, de “cooperativa de pasotas” o, como si hubiera
un consenso alrededor del concepto, de “cooperativa de funcionarios”.
Más allá
del hundimiento de Fagor, por mucho que se pensara era “too big to fall” preocupa
hoy el efecto dominó que pudiera producirse sobre el tejido empresarial vasco.
La corporación que agrupa a las cooperativas con marca Mondragón ha puesto
distancia desde el minuto cero del descalabro: “Mondragón no es un holding
empresarial sino una asociación de entidades independientes y autónomas”.
(Tienen
su propio banco: Caja Laboral; su propia aseguradora: Lagun Aro; su universidad
propia: Mondragon Unibertsitatea, solo por resaltar lo más visible. Y, sin
embargo, dicen no constituir grupo: misterio, al menos para mí.)
La deuda
de Fagor es asombrosa: 859 millones de euros, cifra superior al presupuesto de
la Diputación Foral de Gipuzkoa. Un 9% de esa deuda son préstamos de
cooperativistas que ahora reclaman con desgarro sus aportaciones voluntarias.
No prestaron su dinero solo por amor a su proyecto empresarial; recibían a
cambio un sobretipo de interés, muy superior, fuera de los estándares del
mercado.
Cuando
se les oye quejarse más o menos como lo hacían los “estafados” de Fórum
Filatélico y otras aventuras de inversión similares alimentan la desafección de
sus conciudadanos y hasta puede que ayuden a entender las valoraciones críticas
que su comportamiento cooperativo parece merecer.
A mí, me
sirve de lección constatar que también en esto, en modelos sociolaborales,
compartimos las imperfecciones de los demás. Que tampoco en esto somos
diferentes.
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