miércoles, 20 de noviembre de 2013

FAGOR

No son exactamente mitos (lo mítico, en mi cultura, ocupa otra categoría imposible de banalizar) los que se nos derrumban en estos tiempos difíciles que nos está tocando vivir; tampoco son creencias; ni convicciones o certezas.

Pero algo muy importante vamos perdiendo en el tránsito: la ilusión, mejor la confianza, que pudimos depositar en modelos, en instituciones y en las personas que les prestaban su imagen. Es tiempo de derrumbe.

Esperaba una resolución en el hundimiento de Fagor Electrodomésticos, que no acaba de producirse, para escribir de esto, de Fagor. Hoy, cuando ya está consolidada la suspensión de pagos y su patrimonio sigue intervenido sin que se haya instado a la liquidación de la empresa, no espero más.

Y no aguanto porque me sorprenden muchas de las cosas que leo y escucho acerca de una empresa, de un movimiento social que siempre, en la distancia, creí ejemplar. Como tal se nos había presentado.

Nunca hubiera imaginado que Fagor, que el cooperativismo con denominación de origen Mondragón tuviera tantos detractores y menos que estos resultaran ser tan beligerantes.

No he sido cooperativista ni se podía esperar que lo fuera. Pero he llegado a hablar con cierto orgullo de un movimiento al que hasta he propuesto como modelo cuando ha habido ocasión de hacerlo. Del que he oído hablar con entusiasmo apasionado siempre; hasta ahora, hasta hace unas semanas en que el apasionamiento solo es de derribo.

¿Era alguno de los dos, el proyecto paradigmático que nos vendían y comprábamos el auténtico, o lo es la medio descompuesta realidad a la que aparentemente se ha llegado?

Recurro a mi evanescente memoria histórica para recordar aquel movimiento cooperativo histórico en el que Fagor era la marca emblema; como dicen ahora en el deporte, su jugador franquicia. Fagor ha hecho mucho por nuestra economía, por nuestra imagen de país, por consolidar nuestro orgullo de pertenencia. No sé si le debemos algo por todo eso, que pudiera ser y así lo creo, o se lo ha cobrado ya como parecen pensar muchos otros. De lo que estoy seguro es que no se merece los palos que indiscriminadamente está recibiendo.

Pienso en aquellas personas que lo imaginaron, los visionarios que lo soñaron. Y que materializaron porque no debían saber que era imposible. Cierto que concibieron el movimiento cooperativo desde una iluminación de raíz religiosa, que fueron señalados como sectarios y más allá de ser reservados parecieron impenetrables. Y que un perfil así (nos) espantaba a muchos.
  
Pero aquellos pioneros sentaron los cimientos de un edificio que una segunda y una tercera generaciones construyeron y urbanizaron. Muchas cosas han tenido que hacerse muy bien para levantar un imperio casi planetario.

Consecuentemente, no hay duda de que otras tantas cosas han debido hacerse muy mal para llegar a la actual situación. ¿Es que a la actual generación le está correspondiendo el papel de demoler el edificio? Desde las posiciones críticas acusan: “claro, solo han conocido los beneficios de la cooperativa”.  Otros van más lejos y hablan con displicencia de “cooperativa de señoritos”, de “cooperativa de pasotas” o, como si hubiera un consenso alrededor del concepto, de “cooperativa de funcionarios”.

Más allá del hundimiento de Fagor, por mucho que se pensara era “too big to fall” preocupa hoy el efecto dominó que pudiera producirse sobre el tejido empresarial vasco. La corporación que agrupa a las cooperativas con marca Mondragón ha puesto distancia desde el minuto cero del descalabro: “Mondragón no es un holding empresarial sino una asociación de entidades independientes y autónomas”.

(Tienen su propio banco: Caja Laboral; su propia aseguradora: Lagun Aro; su universidad propia: Mondragon Unibertsitatea, solo por resaltar lo más visible. Y, sin embargo, dicen no constituir grupo: misterio, al menos para mí.)

La deuda de Fagor es asombrosa: 859 millones de euros, cifra superior al presupuesto de la Diputación Foral de Gipuzkoa. Un 9% de esa deuda son préstamos de cooperativistas que ahora reclaman con desgarro sus aportaciones voluntarias. No prestaron su dinero solo por amor a su proyecto empresarial; recibían a cambio un sobretipo de interés, muy superior, fuera de los estándares del mercado.

Cuando se les oye quejarse más o menos como lo hacían los “estafados” de Fórum Filatélico y otras aventuras de inversión similares alimentan la desafección de sus conciudadanos y hasta puede que ayuden a entender las valoraciones críticas que su comportamiento cooperativo parece merecer.

A mí, me sirve de lección constatar que también en esto, en modelos sociolaborales, compartimos las imperfecciones de los demás. Que tampoco en esto somos diferentes.





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