En la condición periodística parece inevitable relacionar
el fin de año con la idea de balance. Me resisto a hacerlo pero, como se verá,
sin convicción. “No sabemos lo que nos pasa y eso es, precisamente, lo que nos
pasa”, decía Ortega y Gasset; seguramente es así.
Parecía difícil superar en clave negativa aquel auténtico
annus horribilis que fue 2012, año de
pérdida de referencias. Sin embargo, a ratos siento haber alcanzado en 2013 una
fractura más intensa en mi narrativa vital.
Echo la vista atrás y no encuentro la lectura que me haya
inspirado; no aparece la película que me ilustrase y hasta las series de
televisión de las que tanto aprendo han acabado dejándome un poso de decepción;
no recuerdo un disco o espectáculo impactante; ni siquiera tengo la memoria de
un viaje, unas vacaciones que valga la pena rememorar.
Dejo atrás un año que me ha apenado y entristecido
profundamente en la muerte sucesiva, sin que mediara un mes entre ambas, de mi
madre, primero y de mi padre, después. Un año de preocupante retroceso social a
golpe de leyes y decretos que nos retrotraen a varias décadas atrás. Sin
perspectivas claras para la salida a la profunda recesión económica que dura ya
seis años.
Y huérfanos de un liderazgo político que no adivino ni en
mi entorno más inmediato ni en España ni en Europa ni en el mundo. A escala
planetaria el único líder que parece haber crecido es, lamentablemente, Putin.
No tardaremos en ver las consecuencias y, con toda probabilidad, en
lamentarlas.
La corrupción es una lacra adherida con tal fuerza a
nuestro tejido social que no se ve el modo de desprendernos de ella. Aunque nos
haya dejado episodios bien divertidos como los correos que cruzan el presidente
de Caja Madrid con la familia Aznar y aledaños. Divertidos porque sabemos,
además, que quedarán impunes. Y no está mal, no, la ocurrencia de alguien en
proclamar a Bárcenas (Luis, el cabrón, le decían sus amigos) como personaje del
año en España.
La revista “Time”, pionera en esto de elegir todos los
diciembres un personaje del año ha optado por el Papa Francisco. Muchos otros
medios han secundado esta opción, seguramente, con acierto. Desde mi
irreverencia yo podría apostar por José Mújica, el presidente de Uruguay, un político
extraño en nuestro mundo, capaz de algo tan exótico como cumplir con lo que
prometió hacer.
Este 2013 ha enterrado lo que quedaba de esperanza en la
primavera árabe, con el golpe de estado egipcio, consentido por quienes con
insultante cinismo miramos a otro lado, y la represión que le ha seguido; con
la confusa y sangrienta guerra civil de Siria, disputándose los titulares de
los medios de comunicación de todo el mundo. El año en que se destapó primero y
ha tratado de ocultarse después la vergüenza que para nuestra bienpensante
sociedad representa una tragedia como la de Lampedusa.
En fin, todas estas cosas, con distintas visiones, en
diferente orden, están estos días en los periódicos y sus suplementos;
ilustradas a todo color. Yo tengo una deuda que saldar con quienes tienen algún
interés en lo que escribo y mucha paciencia para llegar hasta aquí. Era mi
objetivo en este blog hablar (también) de aquello a lo que no se da visibilidad
en los medios de comunicación y considero relevante.
Pues bien, el 2013 que se va ha sido el “año europeo de
la ciudadanía” y no lo he sabido hasta hace pocas fechas. Lo lamento como
europeo que siente profundamente Europa, como persona que se siente informada y
como bloguero que debía haber hecho partícipes de la conmemoración a sus
lectores. En nada he contribuido a dar a conocer nuestros derechos ciudadanos
para poder aprovecharlos. Mea culpa.
Entre tanto disgusto un rayo de luz me ha deslumbrado
este año. Se llama Telmo, es mi nieto, nació en mayo. Creía sinceramente que
exageraban quienes me habían precedido en la experiencia y contaban y no
paraban; llevo camino de convertirme, también yo, en propagandista.
Una querida amiga con la que discutí duramente sobre la
segregación de Igeldo en nuestro último encuentro, dice que los nietos son
quitapenas. No pretendo atribuir a Telmo la hercúlea tarea de borrar tanta pena
como cabe en un año; pero de verdad que ayuda.
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