Tres
horas que se fueron en un suspiro. La proyección de “El lobo de Wall Street” me
dejó pegado al asiento. Las mejores referencias de la película se habían
confirmado. La magia del cine volvía a obrar el milagro con el relato de la
peripecia vital de Jordan Belfart, un agente de bolsa de Nueva York
magistralmente interpretado por Leonardo DiCaprio con la extraordinaria
dirección de Martin Scorsese.
No hay
en la narración de las andanzas del protagonista, un canalla de la peor
catadura, asomo de juicio moral. No acostumbra a hacerlo Scorsese, productor
ejecutivo de la muy notable serie “Boardwalk Empire” por la que desfila una
colección de personajes a cual más sinvergüenza. Es tiempo de la prohibición;
todos los que tienen cierta relevancia en la serie son auténticos hijos de
puta; sobre nadie se emite un dictamen más o menos ético.
“El lobo
de Wall Street” es en alguna medida heredera lejana de aquella “Wall Street”
(1987) de Oliver Stone, que describe la depravación económica en el símbolo del
capitalismo mundial. Me ha parecido ver también algo de “El Capital” (2012) de
Costa Gavras, la del ascenso imparable, desde la nada, de su banquero
protagonista, que robaba a los pobres para dárselo a los ricos.
Pero
tiene un lenguaje cinematográfico propio que la hace inconfundible y creo que
inigualable. Me ha hecho entender muy gráficamente, por ejemplo y es solo un
ejemplo, qué es eso de ir “hasta el culo de cocaína”.
El mismo
día que fui a ver “El lobo de WS” se hizo pública la filtración de los documentos
de Chinaleaks, millones de archivos sobre fortunas ocultas de la élite política
y económica del país que es la segunda economía del mundo. Y China, no se
olvide, es un país dirigido por un partido único, el Partido Comunista Chino.
Sin embargo, no veo que su modelo de glorificación de la riqueza sea muy
diferente al de los Estados Unidos. Leo hoy mismo que el 71% de los chinos
reconoce medir su éxito por las cosas que posee.
Lo que
conocí de Chinaleaks hizo inevitable establecer un paralelismo, este que traigo
a este blog. Porque no acabaron aquí las coincidencias en el tiempo. Aquel día
de la semana pasada se iniciaba una nueva ronda del Foro Económico Mundial en
Davos (Suiza), para el que habían encargado un informe a Intermon Oxfam, con un
enunciado sugerente: “Secuestro democrático y desigualdad económica”.
El
informe concluye que 83 personas en el mundo acumulan la misma riqueza que los
3.500 millones que componen la mitad más pobre de la población mundial. Revela
que la mitad de la riqueza del mundo está en manos del 1% de la población.
Entre otras cosas, igual de significativas.
Y de
nuevo a pensar en China. Porque en ningún lugar como allá se cierra la puerta a
la democracia y se multiplica la desigualdad. En ningún sitio como en China se garantiza
el “orden” para un mejor funcionamiento de la economía global. Lo peor del
capitalismo y lo peor del comunismo, de la mano.
Entre
los lobos de WS y los tigres de Beijing, puestos a elegir, parecen aún peores
estos últimos. En Wall Street se juega con la ambición, a menudo desmedida, de
la gente que solo piensa en enriquecerse. En China, con la desinformación de
cientos de millones, herederos de la profecía de Mao: “el sistema socialista
reemplazará con el tiempo al sistema capitalista”.
Scorsese
no hace, repito, juicios morales en sus películas y tendría gracia que
pretendiera hacerlo yo. Pero sí quiero exponer una incomodidad: temo que el
modelo Jordan Belfart pueda tomarse como referencia entre la gente joven. Y
teniendo en cuenta que alguien como Mario Conde llegó a ser referente en los pasados 80, no creo exagerar si
advierto de ese riesgo. El lobo de WS es, sin duda, mucho más divertido.
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