miércoles, 2 de abril de 2014

TIME OUT

Como si acabasen de derribar las torres gemelas y la gente huyese de Manhattan, todos los días, a todas horas, el puente de Brooklyn está abarrotado. De turistas. La visión de la ciudad desde el puente es, ciertamente, extraordinaria. Igual que lo ha sido siempre. Y, sin embargo, estaba habitualmente despejado. Miro fotografías de este mismo siglo en el puente de Brooklyn y apenas hay gente en él. Hace unas semanas éramos legión.

Contribuye a ello que Brooklyn está de moda. Hasta el exceso. Todo el mundo habla de Brooklyn, un poco aburridos seguramente, los que dan pistas y recomendaciones, de repetir referencias de Manhattan.

Lo cierto es que hay un consenso sobre la necesidad de ir a Brooklyn. Y, particularmente, a Williamsburg, su barrio más de moda. Te preguntan también los amigos cuando vuelves. Y si hay que ir, pues se va.

No soy un entusiasta, precisamente. Curioso el espectáculo de la multitud de judíos ultraortodoxos en uno de los extremos de Williamsburg. Y generosa la propuesta de bares, restaurantes, tiendas y galerías de arte del centro del barrio. Que no mejora, pienso, la que ofrece cualquiera de los barrios de Manhattan de los que hablaba el otro día.

Puede que lo más destacable sea, precisamente, la visión que desde la orilla brooklyniana del East River se tiene de Manhattan. Y como el “hay que ir” funciona, una recomendación: hacerlo por la línea L del metro, estación de Bedford. Se llega también fácil en transbordador. Y para los caminantes, el puente a atravesar es precisamente el que le da nombre: Williamsburg.

Esa línea L me sirve también para regresar a Manhattan, al corazón de la capital del mundo. Y lo primero es, debe serlo siempre, el ejemplar semanal del Time Out, la Biblia de New York. Para conocer lo último de la gastronomía local; las novedades en bares y cantinas; lo nuevo en tiendas de ropa, sus ofertas, rebajas y subastas. Y para quedarte sobrecogido en la inabarcable propuesta cultural de la ciudad.

New York tiene nueve grandes museos (ninguno como el Metropolitan, aunque mis preferencias van por el MOMA donde vi extasiado, por vez primera, el Guernica de Picasso) e innumerables salas y galerías. En la semana que escuché Werther en el Met se representaron tres óperas más: La isla encantada, Príncipe Igor y Wozzek. La música que decimos culta completaba su oferta con las filarmónicas de Tokio y New York.

Y qué decir de la otra música, con todas las figuras del jazz en escena y muchas de las del rock, del pop, del reggae, hip hop, country, latina… ¿Y los teatros? ¿Y los musicales?

Un mismo día actúan en Broadway Emma Thompson y Denzel Washington; sigue reponiéndose Los Miserables y se estrena Rocky. Para entrar a unos y otros, como para comprar las entradas de última hora, enormes colas. Guardar cola es una de las actividades preferidas de los neoyorquinos; y si no les gusta, es la que más a menudo practican.

En la desbordante oferta que recogen las páginas del Time Out me deslumbró, aun no gustándome especialmente, la de danza. ¡51 espectáculos de danza en una semana! Entre estos, los de Nacho Duato, Aki Sasamoto, Eva Yerbabuena, los de danzantes chinos, brasileños y locales.

En fin, noto que lo que escribo va pareciéndose más a una declaración de admiración por New York que a cualquier otra cosa. Cantaba Calamaro: quiero vivir dos veces para poder olvidarte. Dos vidas son necesarias para disfrutar de la plenitud del New York cultural de que nos da noticia su biblia. 


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