viernes, 30 de mayo de 2014

PARKER

He visto de cerca cómo preparan los bancos los ‘stress test’ a los que de vez en cuando les somete el Banco Central Europeo. Con empeño similar esperan los productores de vino la llegada de Dios (Robert Parker) o alguno de sus enviados a catar sus productos. Y con tensión parecida aguardan el veredicto.

 El actual enviado de Parker para las zonas vitícolas de España, Argentina y Chile se llama Luís Gutiérrez. Leo en la prensa que se ha aventurado a catar txakoli. Allá él. Desconozco su itinerario, pero sé que la semana pasada estuvo en Toro. Y hace unos meses en el Valle de Uco, al sur de Mendoza.

Tengo buenos amigos que producen vino en estos dos lugares que siento como propios en lo relativo, precisamente, al vino. A los argentinos ya los ha calificado: al Gran Corte de The Vines of Mendoza le ha dado 93 puntos. “Las viñas jóvenes nos sorprenden con su calidad; los vinos son fenomenales”, ha manifestado.

 Toro espera expectante las calificaciones que se publicarán en el número de junio de The Wine Advocate, la Biblia del negocio vinícola. Pero la revista ya ha adelantado que los vinos son “elegantes, equilibrados, de fuerza y color potente debido al altísimo porcentaje de viñedo viejo de verdad en vaso que Toro tiene como patrimonio”.

 No dejo estos apuntes como una contradicción aparente, más o menos divertida. Yo también comparto la calidad del vino hecho con cepas jóvenes en la falda de los Andes y adoro el vino que hacen posible las venerables cepas en zona de influencia del Duero.

 No hay unanimidad en la valoración del papel que desempeñan los catadores. De hecho, son fuertemente criticados por estudiosos, expertos y científicos. Copio conclusiones del Journal of Wine Economics, tras un largo experimento: “las catas son subjetivas”, dice y “el azar tiene un papel fundamental a la hora de establecer un ranking”, afirma. Más.

Una investigación hecha en la universidad británica de Hertfordshire revela el efecto psicológico de los precios: “cuanto más cueste un vino más predispuestos estaremos mentalmente a valorarlo de forma positiva, mientras que si es barato tenemos prejuicios negativos”.

Desde la curiosidad con cuanto sucede en el mundo del vino, vaya mi reconocimiento y respeto a los catadores que trabajan honestamente, a quienes dan a su juicio un valor más como indicador que como sentencia absoluta. Pero había arrancado con Parker y a él vuelvo. No conozco a nadie cuya influencia sea comparable a la que hoy ejerce su opinión en el mundo del vino; a escala planetaria.

 Parker emite sus veredictos, hace públicas sus valoraciones, siempre en su Biblia. La puntuación que otorga a los vinos que él mismo y su equipo catan trasciende la recomendación y más parece una orden: compren/no compren.

 El año pasado, el representante de Parker en la tierra de Toro fue el británico Neal Martin, quien con su evaluación armó una buena: dijo que los vinos hechos con la tinta de Toro eran mejores que los que con la tinta fina se hacen en la Ribera de Duero. Y cuando hizo públicas las puntuaciones pensé: corremos el riesgo de quedarnos con sed.

 También esto lo he visto de cerca: los principales distribuidores en los mercados internacionales no pierden un momento para acumular existencias de los vinos mejor valorados y que presentan una mejor relación de precio y calidad.

 Las recomendaciones literarias, que suelen ser muy eficaces, tardan meses en surtir efecto. El que provoca la publicación de The Wine Advocate es inmediato. Los 92 puntos al Madre mía de mis amigos de “Divina Proporción” vaciaron la bodega.

 La del vino es una industria muy sensible a premios y reconocimientos, aunque a menudo sean de valor cuestionable. Hasta que habla Parker.


 

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