Vengo queriendo escribir de la Copa del Mundo de fútbol
desde que empezó la competición. Aplacé el primer impulso; también el segundo,
en la fase de grupos, cuando el fútbol fue mejor; pensé que no pasaría de
octavos en silencio; que sería con toda la emoción de los cuartos, luego. Hoy
arrancan las semifinales y no puedo esperar más. Me pongo a la hoja en blanco
cuando seguramente está ya todo dicho; cuando pretender ser mínimamente
original es imposible; cuando del Mundial ha escrito a estas alturas hasta el
autor más insospechado y menos interesado en el fútbol.
A punto de que me pase lo que a la orquesta de Tolosa,
que afinando los instrumentos se le acabaron las fiestas, ya he vencido la
indolencia que me ha atacado. ¡Y mira que la Copa del Mundo me importa! La vivo
apasionadamente desde el primer minuto; leo y escucho sin parar de ella y, en
los huecos, hablo también. Y sin embargo, mi hoja mundialista lleva un mes en
blanco.
Esta noche llega la primera semifinal con el cuadro
soñado por la FIFA (esa “manga de hijos de puta” en el exceso verbal de mi
admirado José Mújica, el presidente de Uruguay) con el doble duelo
América-Europa, con cuatro selecciones que suman más de 20 finales y 10 títulos
en la competición.
No es cosa de ponerse a los pronósticos a estas alturas,
cuando en pocas horas los resultados serán certezas y todo nuestro interés se
centrará en el domingo 13 de julio, en la gran final. El momento en el que una
regla no escrita certificará que el Mundial en América es para los americanos.
Deseo con toda mi alma que gane Argentina.
A nadie que me conozca le sorprenderá mi preferencia. Sí
pareció sorprenderse más de uno en mi elección en el Brasil-Colombia. ¿Por qué
vas con los colombianos?, me preguntaban. Por la literatura, era mi respuesta.
Lamenté muy sinceramente la eliminación de Colombia, que había sido un equipo
valiente y nos había descubierto un futbolista extraordinario en James, el
autor del gol del campeonato.
Pero Brasil tenía que estar en la semifinal de hoy, sí o
sí. La tradición y otros valores menos etéreos, más materiales, pesan mucho. La
magia ha desaparecido del equipaje futbolístico de Brasil.
En un campeonato que va
de más a menos, los rivales europeos de los equipos americanos en
semifinales son los que en algún momento han hecho el mejor fútbol: la primera
mitad de Alemania frente a Portugal y la segunda parte de Holanda contra
España. Luego, como los demás, se han instalado en la mediocridad. La Copa del
Mundo está siendo muy disputada, tremendamente emotiva, dramática como nunca,
pero futbolísticamente pobre. Los equipos se han igualado por abajo.
Hay algo que me ha gustado de este Mundial: la
reivindicación de los porteros como figuras determinantes de sus selecciones,
no solo a la hora del resultado de los partidos, sino en el desarrollo de todo
el juego. Con independencia de los muchos encuentros resueltos en la tanda de
penaltis, los porteros han sido los especialistas que, en conjunto, han
ofrecido el nivel más alto.
Me alegro de que haya sido así. Y cómo no recordar, al
reivindicar la figura del arquero, a Alfredo Di Stefano, fallecido ayer y su
cínica sentencia: “al portero no le pido que ataje las que van dentro, me vale
con que no meta las que vayan fuera”. Los porteros, repito, me han parecido el
colectivo más brillante.
Que las Copas del Mundo jugadas en América fueran para
los americanos (como las que se jugaban en Europa las han ganado los europeos
con la sola excepción de Brasil en Suecia) tenía su lógica en otro tiempo.
Cuando cruzar el Atlántico era un gran viaje; cuando los futbolistas americanos
en Europa eran la excepción y no, como ahora, la norma; cuando los ciclos
competitivos eran opuestos y unas selecciones llegaban agotadas y otras les
esperaban frescas. En definitiva, cuando el fútbol no era aún el gran fenómeno
globalizado que es hoy.
¿Y Argentina? Su mejor mitad fue la primera del partido
de cuartos frente a Bélgica. No vamos a pararnos hoy en más detalles. Bueno,
solo uno: Messi controló el juego desde una posición privilegiada, dosificó el
esfuerzo y guardó lo mejor para la semifinal de mañana y la final del domingo,
la fecha señalada en su calendario para alcanzar la categoría de leyenda.


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