Toda persona sensata y mínimamente sensible; cualquier persona sensible con un mínimo de sensatez no parará de pensar, de decir, cada día de estas tres últimas semanas, que cómo es posible que quien ha sufrido tanto sea capaz de causar tanto dolor.
En la guerra asimétrica que mantiene con Hamas, la superioridad militar de Israel es incuestionable. Ante la comunidad internacional (no puede hablarse de opinión pública mundial, no existe) el Estado israelí pierde con la misma contundencia. Cada día que pasa, su victoria en las armas es más aplastante; cada día que pasa, su derrota en la imagen es más irreversible. Aunque, es algo para mí evidente, esto no significa una victoria de Hamas; ni mucho menos y mejor también que no sea así.
La legítima defensa, siéndolo, no es argumento válido ya. No sirve fuera de las fronteras. Y, más grave todavía, lo que fronteras adentro se dice es que “esta vez habrá que utilizar todos los recursos y llevarlos hasta el final”. En ello está el gobierno de Israel, preso de una extrema derecha más poderosa que nunca, una extrema derecha que tiene amordazada a la opinión pública.
No hay libertad en un país en el que hoy, quien no está incondicionalmente del lado del ejército y cuestiona, por ejemplo, que se mate a niños que juegan al fútbol en una playa, o que niños que están en una escuela bajo bandera de la ONU mueran aplastados por los obuses israelíes; un país en el que quien cuestiona estas u otras intervenciones similares es inmediatamente acusado de traidor. Y puede ser aún peor, según evolucionen los acontecimientos.
Como en cada una de las intervenciones del ejército israelí contra Hamas, igual que antes contra la OLP, con la castigada franja de Gaza como teatro preferido de las operaciones, tenemos que sufrir la incapacidad de la diplomacia europea para intervenir en cualquier conflicto. En este, su crítica más profunda alcanza a calificar de “desproporcionadas” las intervenciones. Como sufrimos la hipocresía estadounidense sometida a los poderosos grupos de presión judíos.
El entorno tampoco ayuda. Al contrario, constituye un serio inconveniente porque condiciona, limita, impide una solución; es parte, y muy importante, del problema. ¿Cómo entender, si no, el comportamiento egipcio? Egipto ve mal el incompetente y corrupto gobierno palestino de la aislada y sitiada franja de Gaza, el extraordinario (por grande y por poblado) campo de concentración para cientos de miles de familias palestinas. Tengo muchas dudas de que la actitud egipcia fuera a ser diferente ante un gobierno distinto al de Hamas.
En su conjunto, ¿qué podría esperarse de una región que vive una escalada que apunta hacia una deriva trágica de la que nadie estamos a salvo? La pelea entre suníes y chiíes, que dura ya casi 1.400 años y de la que nadie queda al margen en Oriente Medio, escribe también estas semanas un nuevo capítulo en un Irak inmerso en una guerra civil de la que seguramente derivará una partición en tres del país. Que haya pasado a un segundo plano no significa que el conflicto armado haya acabado en Siria. El Irán nuclear (de mayoría chií) quiere mayor cuota de influencia frente a la Arabia Saudí petrolera (de mayoría suní). Y está Líbano y está Libia…
No hay plan para este Oriente Medio. Ni siquiera parece haber lugar para el diálogo. Y sin diálogo no hay esperanza de paz.
A principios de año, una amiga me recomendó la novela “Dispara, yo ya estoy muerto”, el best seller de Julia Navarro. Con mucha pereza me puse a la lectura para reafirmarme en su escaso valor como creación literaria (al estilo de Dickens casi dos siglos más tarde), aunque aprecié otros valores que ahora, en un rápido reencuentro con el libro, he podido confirmar: ayuda a contextualizar el inacabable conflicto palestino. Aunque el relato se sitúe siempre en la equidistancia; o tal vez por eso. Y concluye así, sin esperanza.
Yehuda Amijai era poeta hebreo. Desde que los conocí, sus versos han estado muy presentes en mi vida y lo están a diario estas semanas de dolor:
Del lugar en el que tenemos razón
nunca brotarán
las flores en primavera.
El lugar en el que tenemos razón
está pisoteado y duro
como un patio
Del lugar en el que tenemos razón
nunca brotarán
las flores en primavera.
El lugar en el que tenemos razón
está pisoteado y duro
como un patio
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