La tradición manda que el fin de año sea tiempo de hacer balance. Sin embargo, últimamente se ha extendido la moda de hacer balance alrededor del último día de agosto. Quizá tiene que ver con algo que cada año escucho decir a más gente y es que el final del verano es, más que el calendario, el momento que señala el antes y el después en sus vidas. ¿Tanto puede pesar el recuerdo escolar? Sea como sea, si es cuando hacen sus planes de futuro, parece lógico que sea el tiempo de mirar atrás.
Agosto es un mes muy especial en todo Occidente y particularmente en la Europa septentrional. Un mes casi inhábil a muchos efectos y particularmente raro en el mundo de la información. Como símbolo, todos recordamos la reaparición, este mes de todos los años, del monstruo del Lago Ness. Este 2014 no ha sido necesaria su presencia. Escocia ha tenido su cuota de relevancia diaria en vísperas del referéndum que tiene a Gran Bretaña aguantando la respiración y a media Europa pendiente de las consecuencias que se derivarán del resultado que se produzca el 18 de septiembre.
La otra mitad de Europa mira a su este con justificada preocupación por el cariz que está tomando la guerra no declarada pero cada vez más abierta en Ucrania. El conflicto lastra la recuperación económica del continente, la llegada del invierno está cada vez más cerca y el suministro de gas más en el aire. Nadie pone el cascabel al gato Putin, más tigre cada día que pasa. El presidente ruso ya no guarda las formas si alguna vez las tuvo y se ríe del mundo: los soldados rusos que combaten al gobierno de Ucrania estaban por allí casualmente, de vacaciones. Claro, agosto.
Pero agosto ha sido, por encima de todo, el mes del Medio Oriente. El de la asimétrica guerra en Palestina de la que hablaba la última vez y la frágil paz firmada que es la única noticia positiva que genera la zona, a punto de un estallido general de imprevisibles consecuencias.
El Estado Islámico se supera cada día en brutalidad, sea en Irak, sea en Siria, de donde nos han llegado las imágenes más sobrecogedoras en mucho tiempo, que documentan ejecuciones y matanzas atroces. Esa Siria que lleva ya más de tres años de guerra civil y ha provocado hasta el momento más de tres millones de refugiados lo que, como efecto colateral, amenaza la débil estabilidad de Líbano, donde los refugiados sirios representan hoy un cuarto de toda su población.
Siria es, este último día de agosto, la gran paradoja del Medio Oriente. ¿Tienen Europa y Estados Unidos que felicitarse por no haber sido más activos en el apoyo a los insurgentes lo que ha permitido a El Asad conservar el poder? Escuchaba hace unos días a un político británico que analizaba la situación, decir que el enemigo de mi enemigo no es necesariamente mi amigo. No es cuestión de amistad; es de equilibrios que veo imposibles.
El Occidente desarrollado, Europa sobre todo, que tarda en reaccionar, que se la coge con papel de fumar cuando hay que actuar, se enfrenta hoy a un problema aún mayor: no sabe con quién y contra quién establecer sus alianzas estratégicas; a quién apoyar para hacer frente a la amenaza de todos: el Estado Islámico.
Lo apuntaba hace unas semanas al hablar de Palestina. La influencia determinante que en el tablero de Oriente Medio tiene la disputa que desde hace seis siglos mantienen las dos ramas mayoritarias del Islam: suníes y chiíes, se manifiesta ahora cruda como nunca lo ha estado. Las potencias petroleras de la región tienen preferencias contrapuestas a la hora de financiar ejércitos y movimientos de insurgencia. Lo siento, pero no tengo más remedio que sentirme profundamente pesimista. Tres terribles palabras: tercera guerra mundial, acuden cada día con mayor insistencia a mi pensamiento.
Este mes de agosto se han cumplido 20 años de la llegada a territorio español del primer barco que, procedente de las costas africanas, llevaba personas en busca de un mejor futuro. Era un barco a motor, en un estado de conservación razonable, que llegó a las Canarias con dos personas a bordo. Desde entonces, cientos de miles de personas, con el mismo objetivo, han partido de África hacia Eldorado europeo. Lo han hecho, preferentemente, en los meses de agosto. Muchos miles de ellas, en un número imposible de determinar, han ahogado sus esperanzas en el mar. Tampoco es como para sentirse optimistas.
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