martes, 18 de noviembre de 2014

LUXEMBURGO


En mi infancia supe de Luxemburgo por un ciclista: Charly Gaul, mi héroe lejano que aprendí a admirar por oposición a Bahamontes, el ídolo español que en mi entorno lo era del régimen. De aquel de entonces, el tiempo en el que Gaul ganó el Tour de 1958 que su rival ganaría un año más tarde. A Charly Gaul no le puse cara, a pesar de los cromos de ciclistas que coleccionábamos con pasión, hasta que una vez le trajeron a Donostia a participar en un Criterium. No estuvo brillante, es cierto; pero pude verlo de cuerpo presente y disculpar su ausencia de la competición.

Luego, con el tiempo y cierta afición por la geografía acerté a situar Luxemburgo con bastante precisión en el mapa europeo. Me gustaba el concepto ese del Benelux que compartía con Bélgica y Holanda y más tarde hasta paseé por el Gran Ducado. Ya entonces saltaba a la vista la riqueza del pequeño territorio. Aunque no era lo de hoy, esa renta estratosférica que tienen los luxemburgueses, creo que hasta los más pobres. Ese PIB per cápita que les sitúa a la cabeza del mundo.

El problema viene a continuación. En el origen de tanta riqueza que desborda su tradicional industria del acero y su condición de pueblo de comerciantes; que va más allá de su moderno status de centro financiero y de sede de varias instituciones comunitarias.

La mejor descripción de ese que denomino problema la he encontrado en Wikipedia, una fuente nada sospechosa de ofrecer una visión alarmista y menos aún progresista del mundo que vivimos. Ha sido teclear “Economía Luxemburgo” y este es el primer párrafo: “Luxemburgo posee una economía basada en la evasión fiscal a nivel internacional, lo que permite a las multinacionales más importantes del mundo, como Pepsi, Ikea, Accenture, Burberry, Procter & Gamble, Heinz, JP Morgan, FedEx, Amazon o Deutsche Bank, entre otras, evadir miles de millones de euros en impuestos cada año”.

Hasta aquí la cita. La descripción no escandaliza a la enciclopedia electrónica pero sí a 500 millones de ciudadanos europeos (de esta cantidad tal vez podría descontarse el medio millón de luxemburgueses). Se conoce ahora que son 340 las multinacionales que vienen utilizando Luxemburgo para no pagar impuestos en los países en que hacen sus negocios.

Y resulta que el Gran Ducado de Luxemburgo ha tenido durante los últimos 18 años un presidente de Gobierno, que era a la vez ministro de Finanzas, que es desde hace unas semanas presidente de la Comisión Europea. Y que ahora dice sorprenderse por esta revelación.

Desgraciadamente habituados a los fraudes en todos los niveles, ampliamente entrenados para taparnos las narices ante el hedor de la corrupción, expertos como somos en mirar a otro lado, se me hace imposible no detenerme en este episodio que constituye el mayor fraude económico en la historia de Europa.

Jean-Claude Juncker (dudaba si escribir su nombre, por innecesario, por si contamina), el expresidente de Luxemburgo, nuestro presidente europeo de hoy, sabía perfectamente lo que hacía la Hacienda luxemburguesa (es peor la hipótesis de que lo ignorara) que firmó acuerdos con las 340 multinacionales, acuerdos que permiten la estafa, pues no es otra cosa consentir legalmente en su territorio un inmenso fraude al resto de los países europeos, sus socios comunitarios.

En cualquier caso, le hubiera bastado con consultar Wikipedia. ¿Conocerá J.C. Juncker el viejo proverbio ruso? “El lobo siempre se alquila barato para cuidar a los corderos”.
(Cuando escribía estas líneas escucho, en el informativo vespertino de la radio de hoy martes, que los grupos de la extrema derecha en el Parlamento europeo han aunado sus fuerzas y conseguido, por primera vez, llevar una denuncia común al Plenario. Denuncian al conjunto de la Comisión y particularmente a Juncker y el motivo es la laxitud fiscal de Luxemburgo.

Oírlo me ha dado cierto vértigo, lo confieso. ¿Pueden mis reflexiones estar en la misma longitud de onda que las de los ultras eurófobos? He pensado en no publicar este blog; es más, en borrarlo para no dejar huella en el ordenador. Pero, no sé bien porqué me ha parecido deshonesto. Mañana, cuando conozca con detalle los argumentos de Marie Le Pen y sus compañeros de viaje quizá me arrepienta. Aunque será tarde).


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