Hay que remontarse al derribo de las Torres Gemelas, a los
atentados del 11 S para encontrar la unanimidad en el tema de conversación que
en cualquier lugar, en todos los ámbitos, se produce las últimas 72 horas
alrededor de la masacre en que se convirtió el vuelo GWI9525 de Germanwings
entre Barcelona y Dusseldorf.
No se trata de un accidente aéreo; eso ha quedado fuera de
todo debate y da otra dimensión al trágico suceso. Ya no es solo algo que
afecta a los usuarios habituales u ocasionales del avión como medio de
transporte, más aún a quienes se disponen a volar en breve; toda la ciudadanía
se siente concernida en lo sucedido en los Alpes.
Es difícil intentar aportar un punto de vista diferente a
los miles de análisis y opiniones vertidos a partir, sobre todo, de la
constatación de que estamos ante un acto deliberado del copiloto del Airbus A320.
Imposible ser original. Pero de las conversaciones de las que he participado me
quedo con algunas reflexiones.
Primera: Ha dejado de hacernos gracia (y mira que nos reímos
cuando se estrenó) el capítulo inicial de “Relatos salvajes”, la película de
Damián Szifon que se situó a las puertas de los óscars como mejor película de
habla no inglesa. Juro que la hubiese premiado con aquel espectacular arranque
del piloto Gabriel Pasternak encerrado en la cabina del avión ocupado por una
selección de las personas que le habían jodido la vida y hace estrellarse
contra la casa de sus padres.
Segunda: Dice Cristina y se muestran de acuerdo todas sus
interlocutoras en el vino de la noche del viernes, que le pesa especialmente el
dolor que deben sentir los padres del copiloto; la culpa añadida al pesar por
la muerte. Es una visión de madre compartida por otras madres.
Tercera: Se debate sobre si lo ocurrido es un suicidio, duda
alentada por el fiscal francés que entiende del caso. Para mí no hay duda en la
calificación del acto. Y ayuda a entenderlo así la reflexión de Chesterton que,
con otras palabras, venía a decir que al suicida la preocupa tan poco lo que le
rodea, piensa tan solo en sí mismo, que el aniquilamiento general le resulta
indiferente.
Cuarta: Mencionaba al fiscal de Marsella, cuya actuación ha merecido elogios unánimes. Se ha presentado diligente, preciso, empático con las familias. Ningún pero a su actuación, aunque creo que es más fácil cuando su país no ha puesto los cadáveres.
Quinta: También ha alcanzado amplio reconocimiento la eficacia de la administración francesa que, ciertamente, ha gestionado muy bien la crisis. Repito: es menos complicado cuando solo has puesto la dura tierra que acoge los restos humanos. Sobre la intervención de los otros políticos, españoles y alemanes, sobre todo, no hay consenso. Decían los psicólogos que no pintan nada en el lugar de la tragedia. Argumento suficiente para quienes creen que sobraba su presencia; algunos de estos hubieran criticado su ausencia. Ya nos enseñaron los italianos: “Piove, porco Goberno”.
Sexta: Naturalmente, han sido muchos los comentarios alrededor del papel que vienen desempeñando los medios de comunicación. Carroñeros para unos, jugadores de ventaja para casi todos, objetivamente hay que reconocerles un papel determinante en el relato de la situación creada. Ahí, por ejemplo, lo que ha representado el New York Times en su extraordinaria revelación de la tragedia como el acto deliberado de una persona. En este caso no ha habido periodismo ciudadano relevante lo que para mí, para cuanto representa en mi vida el periodismo auténtico, a día de hoy es una satisfacción, pese a posibles excesos.
Séptima: La crisis que ha sucedido a la tragedia ha servido para desmitificar una profesión, la de piloto aéreo, sobreestimada hasta la exageración en el pasado. Se nos revela ahora que ni siquiera es exigible el bachillerato a los aspirantes a piloto que, en algunos casos, llegan a serlo. ¡Qué desasosiego!
Octava: Vinculada a la anterior, la aristocracia aérea, la de los privilegiados pilotos tradicionales, aprovecha para reivindicar formación, status y, como corolario, remuneración. Tal vez venían reclamando estos atributos, pero ha tenido que hacerse el silencio aparente que sucede a la tragedia para que su voz se haya escuchado.
Novena: Ha sido ocasión para recuperar viejos tópicos que la industria de la aviación se encarga de recordar con regularidad y que, fundamentalmente, residen en el principio de seguridad el transporte aéreo, medido en términos estadísticos que comparan números de viajeros y kilómetros recorridos por el aire, con otros medios de transporte. Quien no lo haya dicho estos días habrá oído decirlo a su alrededor: es más peligroso que volar montar en coche para ir a Madrid. Lo sugería Theo Cowen: “No hay nada que sea más seguro que volar. Lo peligroso es estrellarse”.
Décima y final: Es doloroso comprobar que la sombra de aquel
11 S con cuya referencia arrancaba este blog sea tan alargada. Parece fuera de
toda duda que las medidas de protección adoptadas tras aquellos sucesos han sido determinantes para que el copiloto
del Airbus llevara a cabo su venganza contra el mundo. No es, sin embargo
suficiente. Era necesario que aflorase la advertencia del filósofo Schelling,
alemán como el copiloto: en el hombre se encuentra toda la fuerza del principio
oscuro.
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