Con una intensidad que no recordaba desde los tiempos en
que por razones profesionales obligatoriamente debía hacerlo he seguido el
reciente proceso de elecciones municipales, forales y autonómicas. Más aún que
la campaña y la jornada electoral, el día, los días después.
El análisis, desde los primeros resultados hasta hoy
mismo, me ha dado para muchas reflexiones que quería compartir aquí y, sin
embargo, algo me ha frenado a hacerlo. Algo que la lectura de un bonito
artículo de Julio Llamazares sobre Sánchez Ferlosio me ha descubierto. Escribía
el primero acerca del segundo en referencia al recién publicado “Campo de
retamas” de Ferlosio: “(…) su propósito irrenunciable de no bajar la guardia en
ningún momento para no decir un solo lugar común (…)”.
Y eso, justamente eso, mi incapacidad de saltar la
barrera de los lugares comunes, de lo política y socialmente correcto, debe ser
la razón del silencio de esta larga semana de una pasión por la política que
parecía haber declinado pero que, afortunadamente, ha vuelto.
Y en el regreso hay novedades que no pueden ignorarse. La
más llamativa ha sido la de la asunción de la derrota y una apreciable dosis de
autocrítica por parte de los perdedores (excepción hecha del Partido Popular),
que si no resulta inédita si es, cuando menos, infrecuente. No estamos
acostumbrados a la autocrítica: “Me siento ganadora” declaraba el día de las
elecciones la cantante que había representado a TVE en el festival de
Eurovisión en el que alcanzó el puesto 21 entre 27 participantes. El “todos se
proclaman ganadores” era el comentario habitual que sucedía a todos los
procesos electorales. Hasta el pasado domingo.
Tomémoslo (así lo veo) como síntoma de madurez. Que ha
tardado en llegar pero es bienvenido. Como es bienvenida la victoria ciudadana
(parcial aún, pequeñita todavía)sobre la corrupción. Los resultados electorales
en Valencia y Madrid son reflejo de un cambio de mentalidad que se necesitaba:
los candidatos de los entornos corruptos dejan de ganar por mayoría absoluta
como insólitamente venían haciendo en convocatorias anteriores. Algo es algo.
Aquí, en nuestro ámbito más inmediato, la evolución del
proceso electoral ha discurrido de forma bastante diferente a como lo ha hecho
en España; no íbamos a dejar de ser la excepción de repente. Aunque ha habido
un elemento común: la pasión con la que hemos vivido las elecciones, con un
grado de interés y de movilización casi olvidados.
Los ciudadanos en Donostia y en Gipuzkoa teníamos un
extra de motivación después de cuatro años distintos que parecían conducirnos a
la extravagancia de la irreductible aldea gala. Además de
motivación, me decía el sabio Etxenike, ha habido inducción para que llegara el cambio. Cierto.
Pero la inducción tiene sus límites: podremos llevar al caballo hasta la orilla
del río pero no podemos hacerle que beba. Es un ejemplo al que recurro con
frecuencia como consultor en temas de comunicación; que creo es válido en otros
campos, como el de la política.
Con todo, lo más sugerente por la enorme carga simbólica
que contiene se encuentra en Madrid y Barcelona. Los sondeos de opinión
apuntaban a los resultados que se han producido (los sondeos, hay que
reconocerlo, han tenido un tino sin precedentes) y los escenarios que se han
abierto sitúan a parte del establishement cerca de la conmoción.
El éxito de Manuela Carmena y de Ada Colau ha venido a
coincidir con la edición de una antología ilustrada (“Saltaré sobre el fuego”,
en Nórdica) y de una biografía autorizada (“Trastos, recuerdos…”, en
Pre-textos) de una mujer excepcional, la poeta polaca WislawaSzymborska, Premio
Nobel en 1996, de quien alguna otra vez hablé aquí. Las intenciones que parecen
animar a las alcaldables Carmena y Colau, más que sus programas, vuelven a
remitirme a una de las reflexiones más felices de Szymborska, cuyo paralelismo
se me aparece inevitable y que me permito la licencia de repetir hoy:
“La vida en la tierra sale bastante barata.
Por los sueños, por ejemplo, no se paga ni un céntimo.
Por las ilusiones, solo cuando se pierden”.
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