viernes, 29 de mayo de 2015

TRAS EL 24 M


Con una intensidad que no recordaba desde los tiempos en que por razones profesionales obligatoriamente debía hacerlo he seguido el reciente proceso de elecciones municipales, forales y autonómicas. Más aún que la campaña y la jornada electoral, el día, los días después.

El análisis, desde los primeros resultados hasta hoy mismo, me ha dado para muchas reflexiones que quería compartir aquí y, sin embargo, algo me ha frenado a hacerlo. Algo que la lectura de un bonito artículo de Julio Llamazares sobre Sánchez Ferlosio me ha descubierto. Escribía el primero acerca del segundo en referencia al recién publicado “Campo de retamas” de Ferlosio: “(…) su propósito irrenunciable de no bajar la guardia en ningún momento para no decir un solo lugar común (…)”.

Y eso, justamente eso, mi incapacidad de saltar la barrera de los lugares comunes, de lo política y socialmente correcto, debe ser la razón del silencio de esta larga semana de una pasión por la política que parecía haber declinado pero que, afortunadamente, ha vuelto.

Y en el regreso hay novedades que no pueden ignorarse. La más llamativa ha sido la de la asunción de la derrota y una apreciable dosis de autocrítica por parte de los perdedores (excepción hecha del Partido Popular), que si no resulta inédita si es, cuando menos, infrecuente. No estamos acostumbrados a la autocrítica: “Me siento ganadora” declaraba el día de las elecciones la cantante que había representado a TVE en el festival de Eurovisión en el que alcanzó el puesto 21 entre 27 participantes. El “todos se proclaman ganadores” era el comentario habitual que sucedía a todos los procesos electorales. Hasta el pasado domingo.

Tomémoslo (así lo veo) como síntoma de madurez. Que ha tardado en llegar pero es bienvenido. Como es bienvenida la victoria ciudadana (parcial aún, pequeñita todavía)sobre la corrupción. Los resultados electorales en Valencia y Madrid son reflejo de un cambio de mentalidad que se necesitaba: los candidatos de los entornos corruptos dejan de ganar por mayoría absoluta como insólitamente venían haciendo en convocatorias anteriores. Algo es algo.

Aquí, en nuestro ámbito más inmediato, la evolución del proceso electoral ha discurrido de forma bastante diferente a como lo ha hecho en España; no íbamos a dejar de ser la excepción de repente. Aunque ha habido un elemento común: la pasión con la que hemos vivido las elecciones, con un grado de interés y de movilización casi olvidados.

Los ciudadanos en Donostia y en Gipuzkoa teníamos un extra de motivación después de cuatro años distintos que parecían conducirnos a la extravagancia de la irreductible aldea gala. Además de motivación, me decía el sabio Etxenike, ha habido  inducción para que llegara el cambio. Cierto. Pero la inducción tiene sus límites: podremos llevar al caballo hasta la orilla del río pero no podemos hacerle que beba. Es un ejemplo al que recurro con frecuencia como consultor en temas de comunicación; que creo es válido en otros campos, como el de la política.

Con todo, lo más sugerente por la enorme carga simbólica que contiene se encuentra en Madrid y Barcelona. Los sondeos de opinión apuntaban a los resultados que se han producido (los sondeos, hay que reconocerlo, han tenido un tino sin precedentes) y los escenarios que se han abierto sitúan a parte del establishement cerca de la conmoción.

El éxito de Manuela Carmena y de Ada Colau ha venido a coincidir con la edición de una antología ilustrada (“Saltaré sobre el fuego”, en Nórdica) y de una biografía autorizada (“Trastos, recuerdos…”, en Pre-textos) de una mujer excepcional, la poeta polaca WislawaSzymborska, Premio Nobel en 1996, de quien alguna otra vez hablé aquí. Las intenciones que parecen animar a las alcaldables Carmena y Colau, más que sus programas, vuelven a remitirme a una de las reflexiones más felices de Szymborska, cuyo paralelismo se me aparece inevitable y que me permito la licencia de repetir hoy:

“La vida en la tierra sale bastante barata.
Por los sueños, por ejemplo, no se paga ni un céntimo.
Por las ilusiones, solo cuando se pierden”.


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