El Perú lo componen muchas postales: la cordillera, el altiplano, la selva, el desierto, las olas del mar…; pero la postal es una: Machupicchu.
Por el Perú se viaja en numerosos medios: andando y en avión, en buses de todo tamaño y condición, en barco y en tren; el tren también es uno: el que lleva de Puno a Cusco.
“Lima no vale la pena”, te repiten cuando planificas tu viaje. Pero hay que ir a Lima; a todas las Limas que entre Callao y Barranco hacen de la capital del Perú una macrociudad de casi 10 millones de habitantes. Caótica en gran parte, con aspecto
de balneario a ratos.
Visiten también Lima; es mi recomendación. Preparados para un calor húmedo, asfixiante a ratos, preparados para una improbable lluvia de su cielo blanco; nunca llueve en Lima. Es ahora un lugar seguro para el visitante como lo son, a lo
largo del país, todos los sitios en los que se espera la llegada del turismo.
En el Perú se ha consolidado una figura parapolicial que se conoce como “serenazgo”. Las luces azules de sus vehículos son omnipresentes, 24 horas al día, en los barrios ricos y los centros de interés turístico. Con el refuerzo (¿o es, debería ser, al revés?) de un apreciable despliegue policial de luces rojas, sobre todo en los cascos históricos.
Sigo en Lima, siquiera por aportar un detalle: lo orgullosos que se sienten los limeños de sus pequeños parques, en particular el de Miraflores, de un verde intenso, largo y estrecho, que sigue las ondulaciones del escarpado balcón que se asoma al océano. No es para menos ese orgullo: Lima es, después de El Cairo, la segunda capital más desértica del planeta.
Y vayan a Arequipa, por su centro de edificios de piedra blanca, también por su convento de Santa Catalina, un pueblo autónomo en medio de la ciudad y visiten Arequipa, capital con aspiraciones de independencia, agraviada que dice sentirse por el centralismo limeño, como punto de partida hacia el bellísimo Valle del Colca.
El cañón sobre el río Colca es uno de los escenarios más hermosos que se pueden imaginar y es inevitable pensar en lo que otras sociedades más ricas habrían sido capaces con semejante materia prima. Por “suerte” el Perú es pobre, el acceso terrestre al cañón es dificultoso y no parece que haya proyecto de alguna pasarela imposible sobre los más de 4.000 metros de profundidad que llega a tener el cañón. Si además se tiene la suerte de ver volar al cóndor…
Y si hay que padecer el transporte desde Arequipa, qué decir del interminable trayecto hasta Puno. Pero la visión del lago Titicaca (¡qué risas cuando de niños nos tocaba esa lección de geografía!) compensa la incomodidad. Magnífica la experiencia de navegar a 3.900 metros de altura y encontrar, por ejemplo, a los descendientes de una tribu, los Uros, una cultura emigrada desde el lejano Caribe huyendo, al decir de los historiadores, del canibalismo.
Llega el tren. “¿Valen la pena el alto precio y las diez horas de viaje entre Puno y Cusco en el tren Andien Explorer?”, pregunté a los amigos limeños de Xabi. “200%”, me contestaron. A las 8 en punto de la mañana arranca de la estación de Puno, tres veces por semana, un tren de otra época, marquetería pura, lámparas iluminadas y flores naturales en las mesas y un ejército de azafatas y camareros para medio centenar de viajeros.
El tren arranca lentamente, sin prisas y así continuará sin que nada ni nadie altere su ritmo cansino, de otro tiempo. El tren es, a ojos de los pasajeros, protagonista de un documental costumbrista y de un documental de naturaleza; todo a la vez. Ejemplo de lo primero, atravesar el mercado de Juliaca, donde los comerciantes levantan sus puestos sobre la vía para que pase el tren y los vuelven a montar al instante; de lo segundo, la sucesión de paisajes desde el altiplano a los inmensos valles verdes; de las llamas y alpacas a las vacas.
Tenían razón los amigos limeños: vale la pena 200% este modo de viajar.
Vendrán luego más trenes. No hay transporte alternativo para llegar a Machupicchu (bueno, una vez le organizaron uno, en helicóptero, al rey Juan Carlos y aún recuerdan los estropicios aunque han pasado más de 30 años) desde el Valle Sagrado de los incas. Un valle de una belleza difícil de describir, parada obligada a la orilla del río Urubamba cuyo curso acompaña al viajero hasta el idealizado destino.
Aún más: a quien vaya a moverse por la zona no puedo evitar la sugerencia de visitar la Salinera de Maras, una curiosa estructura de pequeñas fosas salinas en terrazas de formas irregulares, que dan al conjunto el aspecto de un cuadro de Rotko.
Machupicchu. No se me ocurre mejor elogio que asegurar, que pese a haber visto una y mil veces las imágenes del santuario inca con el Huaynapicchu de fondo, la visión al natural emociona igual. Las emociones que despiertan en mi recuerdo son, básicamente, dos: como naturaleza, la Garganta del Diablo en el Iguazú; como obra del hombre, las pirámides de Gizah un atardecer en El Cairo. Todo eso es Machupicchu cuando emerge lentamente en medio de una densa bruma.
Y toca regresar. Otro tren y Cusco. La capital del imperio inca tiene un casco histórico que deslumbra. Remite a algunas plazas de Extremadura, pero a lo grande; como expandidas pero proporcionadas. Me repito: el centro de las ciudades presenta un aspecto impecable.
Otra cosa son las afueras. Al pasar por los barrios extremos de Lima, igual que por los de Arequipa, de Puno o de Cusco, un denominador común que produce inquietud y desagrado: los miles de perros callejeros que campan a sus anchas, esparcen las basuras y, es inevitable pensarlo, serán con toda probabilidad transmisores de enfermedades. En la vía que parece firme hacia un desarrollo sostenible del Perú, los perros vagabundos son una de las grandes asignaturas pendientes que, seguramente, exigirá medidas radicales.
Apuntaba en un post anterior, en una primera pincelada sobre el Perú, la amenaza que para la consolidación del turismo como locomotora de crecimiento económico podría representar la codicia excesiva de algunos de los agentes que operan en esa industria. Visto ahora, con la perspectiva de las semanas transcurridas, quizá la sentencia me quedó un poco exagerada.
Pero, eso sí, mi recomendación a quien piense visitar el Perú es limitarse a comprar en origen los billetes de avión y algunos hoteles. Todos los demás servicios, sobre el terreno, en las oficinas locales de turismo. A precios locales, pagados en soles.
Esos touroperadores a los que señalé tienen la fea costumbre de transformar a dólares los precios cotizados en soles; de entrada, multiplican por tres el coste de los servicios.
No todos lo harán así, pero he visto ejemplos bastantes como para poder asegurar que no se trata de algo extraordinario.
No es barato el Perú para un estándar viajero distinto al mochilero. Y hay un riesgo cierto de que acabe resultando caro. Siempre serán muy baratos los taxis, algunas artesanías…; pero no los hoteles ni el vino de los restaurantes.
De esto, del vino y los restaurantes me ocuparé otro día.
Buenos días, todos somos de TURKEY y actualmente estoy en PERÚ Desde que mi esposo me divorció durante los últimos 3 años, no he sido yo mismo, me sentí mal porque realmente amo a mi esposo con todo mi corazón, estaba revisando algunos después de cómo pude recuperar a mi esposo, vi un testimonio compartido por Marian Bill de TURKEY sobre un lanzador de hechizos llamado DR Fayosa. Me puse en contacto con Marina Chaos para confirmar cómo DR Fayosa la ayudó y ella me aclaró todo sobre cómo él ayudó. ella y eso me dio el coraje de ponerme en contacto con DR Fayosa para obtener ayuda, DR Fayosa me aseguró que mis días de tristeza terminarán dentro de las 72 horas después de que haya terminado con su trabajo, seguí las instrucciones que me dio porque tenía la creencia, la fe, la esperanza y la confianza en él. En verdad les digo hoy que mi esposo y yo hemos vuelto a estar juntos y puedo decir con orgullo y testificar al mundo de lo que DR Fayosa hizo por mí. Comuníquese con él hoy si tiene alguna. problemas espirituales
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