Empezamos ya a sentir en peso de su vacío. Un peso
enorme; el que corresponde a un vacío olímpico. Y nos preguntamos cuántos años
tendrán que pasar para llenarlo y quiénes llegarán a ver a los héroes que tomen
el relevo de Michael Phelps y de UsainBolt.
El tiempo parece haber hecho una excepción y todo indica
que se ha detenido, esta vez sí, para admirar la gloria de estos dos
superhombres; la que Bolt y Phelps alcanzaron en Pekín 2008, revalidaron en
Londres 2012 y que ahora en Río 2016 les ha convertido en mito y leyenda.
“Ya somos el olvido que seremos” decía Borges. Mientras los que somos humanos rumiamos (conocedores o ignorantes de este bello verso) la verdad que encierra el pensamiento borgiano, sentimos más presente la inmortalidad de ese Phelps que “si fuera un país sería uno de los diez con más oros olímpicos en este siglo” y de ese Bolt que se ha proclamado “el más grande” sin que se haya removido en su tumba CassiusClay. Es que, acaso, el hombre del triple-triple ¿no es el más grande que hayan visto los tiempos?
Pekín-Londres-Río. El ejercicio de situar en el mapa los tres escenarios que han admirado en directo la gloria del nadador y el velocista hace sentir la grandeza, la universalidad, aunque más figurada que real, del movimiento olímpico. Tres ciudades, tres continentes…, y en 2020 Tokio.
Esa supuesta grandeza se diluye rápidamente al rascar un poco, casi nada; la empequeñece hasta la irrelevancia el aldeanismo con el que se viven los Juegos. Los héroes globales son los repetidos Bolt y Phelps. Quizá en Londres, a pequeña escala, se le podría sumar la poderosagimnasta Simone Biles, la mujer que revoluciona la gimnasia, con más triunfos pero sin el carisma de aquella Nadia Comaneci, la reina de Montreal 76, aún en el recuerdo 40 años después. La sonrisa de Biles no ilumina la inolvidable tristeza de Nadia.
Frente a la universalidad aparente, lamentablemente domina un localismo que alimentan los medios de comunicación, incapaces de abrazar el espíritu olímpico aun tratándose de los Juegos. Y ahí nos tienen a todos los paisanos, también a mí, siguiendo nervioso la peripecia de aquella deportista con la que compartí cena en la mesa vecina a finales de 2015.
Emocionándome en el descenso de Maialen Chorraut sobre su piragua en las aguas bravas hacia un oro que ganaría con suficiencia.
Es a estas alturas del relato: Bolt, Phelps, la Maialen de entonces que era Maider…, cuando algo me suena redundante y releo lo que escribí en agosto de 2012, tras Londres y recordaba muy difusamente. Las coincidencias en el discurso me alarman: ¿estará agotada mi capacidad de análisis? ¿es esto un día de la marmota que dura cuatro años?
Los Juegos de Londres y Río han sido todo lo iguales y diferentes que cada quien haya querido ver. Insuficientemente visibles por la sombra de sus grandes triunfadores u ocultos en el seguimiento de los ídolos nacionales, de estos primeros Juegos sudamericanos han surgido otros nombres propios que sería inaceptable pasar por alto.
Pienso en David Rudisha, el rey de los 800, dos oros consecutivos en la que probablemente es la prueba más compleja (estrategia, velocidad, resistencia) de todo elprograma atlético y en edad, todavía, para intentar su tercera coronación en Tokio que consagraría al keniano como el mejor mediofondista de la historia. Y pienso también en el sudafricano Van Niekerk que sin invitación personal a la celebridad va y, desde la calle 8, sin referencias por tanto de sus rivales, bate el récord del mundo de los 400, una marca con casi dos décadas de vigencia en poder del pato Michael Johnson. Es fácil adivinar que se trata de otro atleta llamado a escribir una época.
La verdad es que la acumulación de competiciones no favorece el reconocimiento de tanta gente que lo merece. Las inevitables coincidenciasen las dos semanas que duran los Juegos, sumadas al eclipse que provocan los grandes nombres, dejan en sombra a la inmensa mayoría de los participantes. Los Juegos deberían prolongarse mucho más en el tiempo y deberían también, seguramente, prescindir de algunas disciplinas que ya tienen sus espacios competitivos y de exhibición propios: el fútbol, primero y con él otros como el golf, el tenis, el ciclismo… Tal vez así habría nombres, hitos, historias que perseguir más allá de los supernombres y los paisanos.
Un último detalle en este atípico repaso de Río 16 que quiero consignar: la tímida aparición en la élite de una mujer iraní tocada con el velo islámico que ha ganado un bronce en taekwondo. Puede que otra barrera esté a punto de romperse: la que sostienen algunos ayatollahs que consideran una contradicción de los principios islámicos el que “sus” mujeres participen en competiciones internacionales y se exhiban en países extranjeros.
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