miércoles, 9 de noviembre de 2016

SENTIDO COMÚN


La duda es si la tragedia se ha consumado (visión optimista) o si solo ha vivido su primer acto (visión pesimista). Los peores temores se ha confirmado y un mundo asombrado trata de recolocarse en el damero. ¿Tan determinante puede llegar a ser este cambio como lo fue, por ejemplo, la caída del muro de Berlín en 1989?

Donald Trump solo había preparado un discurso para hoy, el miércoles que sigue al primer martes después del primer lunes de noviembre: el discurso del ganador. En parte porque solo pensaba en eso, en ganar las elecciones. Sobre todo porque, como ya lo había anunciado, ese era el único escenario que aceptaría; no reconocería la eventual victoria de su rival, Hillary Clinton.

El discurso ha estado alejado de las bravatas alrededor de las que edificó su impresentable campaña electoral. Tan alejado, tan inesperado en la forma y en el fondo que a mucha gente ha podido parecer, casi, el de un hombre de estado. Ni siquiera ha repetido que mandará encarcelar a la Sra. Clinton.

No sé si es motivo para la esperanza que el elefante en la cacharrería que fue Trump en campaña haya querido aparecer amable. Ya saben que el elefante es el símbolo del Partido Republicano y tal vez alguien haya contado al presidente electo que William Faulkner ya escribió una vez (“El ruido y la furia”) de la delicadeza con la que los elefantes recogen los cacahuetes que llegan a sus dominios.

El resultado electoral en los EE.UU. ha sido recibido con alborozo por sus potenciales aliados europeos (Le Pen, Farage…), con indisimulada satisfacción por sus futuros no-adversarios (Rusia y China) y con preocupación por toda la sociedad occidental y sus instituciones de las que formamos parte. Una sensación próxima al pánico se ha advertido en México y en menor medida en Cuba.

No es que me consuele pero sí me ha reconciliado un poco con la profesión periodística la energía y el ingenio con los que ha defendido la libertad de expresión y, en general, las libertades, ante las expresas amenazas del candidato en campaña y para marcar territorio en sus primeras horas como presidente electo. Me ha gustado particularmente la portada de la edición especial de “El Periódico” de Catalunya que sobre un primer plano de Donald Trump que la ocupaba totalmente ha escrito la leyenda “Dios perdone a América”.

Y qué decir de las encuestas. Han sufrido otro tremendo fracaso que no va a impedir que sigan haciéndose para que la clase política siga pensando en ellas y no en las necesidades de la ciudadanía; para que la política valore sus iniciativas y acciones por el efecto que causan en las encuestas y no en las personas.

Llegará el 20 de enero, día de San Sebastián y nosotros los donostiarras, enfrascados en nuestra fiesta patronal, seguramente no prestaremos atención a la toma de posesión del 45 presidente de los EE.UU. Pero hasta entonces hay 72 días para tratar de acercarse a un estado de ánimo político razonable y tendrán que trabajar mucho para llevar a Trump a estándares de política homologable en la cultura de la sociedad de la que su país forma parte muy destacada. Para que los Estados Unidos no acaben siendo un gran manicomio dirigido por un loco.

Finalizo con una confesión: ¿quién iba a decirme que terminaría deseando y confiando en que los políticos del Partido Republicano impongan su sentido común y su política de Estado al ocupante de la Casa Blanca?

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