Ser original en asuntos de gran trascendencia mediática
no es posible; suele parecer serlo, más fácil, a oídos de nuestros
interlocutores habituales, en temas que no lo ocupan todo, hasta el agotamiento
de la paciencia, como creo que pasa con lo catalán que mira al 1-O.
Y me habría abstenido de referirme a lo que rodea al
referéndum del próximo domingo de no haber mediado una intolerable acusación
que es una profunda injusticia: el insulto de “fascista” que desde los círculos
más radicales del independentismo catalán han dedicado a Joan Manuel Serrat.
Este ha sido, en mi opinión, aunque no trascienda de la anécdota, el episodio
que más claramente expone el ambiente de intolerancia que rodea a la complicada
situación en Catalunya.
Serrat solo había llamado la atención sobre la falta de
transparencia que rodea a todo el proceso; y no es difícil estar de acuerdo con
él. Pero el maniqueísmo que se ha instalado en Catalunya, donde quien no está
conmigo está contra mí, ha culminado en el insulto a Serrat: fascista. ¡Qué
poco deben saber de fascismo quienes así le han calificado y no han rectificado
aún!
Y lo peor es que sus nuevos adversarios se verán
ratificados cuando en las próximas horas grupos anti referéndum hagan sonar en
su manifestación las notas de “Mediterráneo”, la canción-himno de Serrat,
indefectiblemente considerada, en cualquier encuesta, en todas las encuestas
musicales, la canción más importante e influyente de la música hecha en España.
Serrat ha pedido que no se utilice a tal fin, pero eso ya importa poco; creo
que a estas alturas en que escribo ya ha sido manipulada.
Conocí a Joan Manuel Serrat cuando presentaba en gira,
precisamente, “Mediterráneo”. Una entrevista inolvidable en el camerino del
Young Play de San Sebastián que se alargó por más de una hora, lo que dejó sin
oportunidad de entrevistarle a varios de mis colegas que esperaban turno.
El cantante se sentía a gusto en la conversación que
manteníamos y dejó deslizar que tal vez “Mediterráneo” fuera su última gran
creación, su herencia. “Tiene algo de testamento, como para los Beatles lo tuvo
el “The long and winding road” de su álbum de despedida”, me dijo según creo
recordar cuarenta y tantos años después. Afortunadamente no fue así y el autor
del Poble Sec ha seguido creando inolvidables páginas musicales, sin
interrupción.
De acuerdo en que lo de Serrat no es lo más grave de
cuanto rodea a la crisis catalana. Lo es más, efectivamente, esa falta de
transparencia que denunciaba el cantante, por un lado y que el principal
portavoz de las instituciones del Estado resulte ser el fiscal general, por
otro. Y mucho más grave, el lugar en el que cabe situar el origen inmediato del
conflicto, el recurso del PP, atendido por la Audiencia Nacional, contra
determinados artículos del Estatuto catalán que había sido ratificado por la
mayoría absoluta de los catalanes.
Las apelaciones a la negociación, al diálogo; es decir, a
cuanto invita a proponer el sentido común, llegan demasiado tarde. Lo sucedido
hasta ahora (y veremos a partir de ahora) en Catalunya es la expresión más
evidente que demuestra un viejo axioma: todo gran problema empezó siendo un
pequeño problema.
Hace unos meses fui a escuchar a Artur Mas en un acto
pretendidamente académico y concluí que si la administración de Estado hubiera
tenido una mínima sensibilidad hacia las reclamaciones catalanas en materia
económica; que si se hubiera pactado un concierto económico similar al vigente
con Euskadi, casi nada de lo que ahora irremediablemente ya sucede, estaría
pasando.
Pero no tenía ganas de escribir de Catalunya. Me pasa lo
que con Euskadi hace unos años, hartazgo al que creo haberme referido aquí en
alguna otra ocasión en referencia a las oportunas palabras de James Joyce en
París, harto de la cuestión irlandesa: “Ya que no podemos cambiar de país,
cambiemos al menos de conversación”.
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