miércoles, 27 de septiembre de 2017

SERRAT


Ser original en asuntos de gran trascendencia mediática no es posible; suele parecer serlo, más fácil, a oídos de nuestros interlocutores habituales, en temas que no lo ocupan todo, hasta el agotamiento de la paciencia, como creo que pasa con lo catalán que mira al 1-O.
Y me habría abstenido de referirme a lo que rodea al referéndum del próximo domingo de no haber mediado una intolerable acusación que es una profunda injusticia: el insulto de “fascista” que desde los círculos más radicales del independentismo catalán han dedicado a Joan Manuel Serrat. Este ha sido, en mi opinión, aunque no trascienda de la anécdota, el episodio que más claramente expone el ambiente de intolerancia que rodea a la complicada situación en Catalunya.

Serrat solo había llamado la atención sobre la falta de transparencia que rodea a todo el proceso; y no es difícil estar de acuerdo con él. Pero el maniqueísmo que se ha instalado en Catalunya, donde quien no está conmigo está contra mí, ha culminado en el insulto a Serrat: fascista. ¡Qué poco deben saber de fascismo quienes así le han calificado y no han rectificado aún!

Y lo peor es que sus nuevos adversarios se verán ratificados cuando en las próximas horas grupos anti referéndum hagan sonar en su manifestación las notas de “Mediterráneo”, la canción-himno de Serrat, indefectiblemente considerada, en cualquier encuesta, en todas las encuestas musicales, la canción más importante e influyente de la música hecha en España. Serrat ha pedido que no se utilice a tal fin, pero eso ya importa poco; creo que a estas alturas en que escribo ya ha sido manipulada.

Conocí a Joan Manuel Serrat cuando presentaba en gira, precisamente, “Mediterráneo”. Una entrevista inolvidable en el camerino del Young Play de San Sebastián que se alargó por más de una hora, lo que dejó sin oportunidad de entrevistarle a varios de mis colegas que esperaban turno.

El cantante se sentía a gusto en la conversación que manteníamos y dejó deslizar que tal vez “Mediterráneo” fuera su última gran creación, su herencia. “Tiene algo de testamento, como para los Beatles lo tuvo el “The long and winding road” de su álbum de despedida”, me dijo según creo recordar cuarenta y tantos años después. Afortunadamente no fue así y el autor del Poble Sec ha seguido creando inolvidables páginas musicales, sin interrupción.

De acuerdo en que lo de Serrat no es lo más grave de cuanto rodea a la crisis catalana. Lo es más, efectivamente, esa falta de transparencia que denunciaba el cantante, por un lado y que el principal portavoz de las instituciones del Estado resulte ser el fiscal general, por otro. Y mucho más grave, el lugar en el que cabe situar el origen inmediato del conflicto, el recurso del PP, atendido por la Audiencia Nacional, contra determinados artículos del Estatuto catalán que había sido ratificado por la mayoría absoluta de los catalanes.

Las apelaciones a la negociación, al diálogo; es decir, a cuanto invita a proponer el sentido común, llegan demasiado tarde. Lo sucedido hasta ahora (y veremos a partir de ahora) en Catalunya es la expresión más evidente que demuestra un viejo axioma: todo gran problema empezó siendo un pequeño problema.

Hace unos meses fui a escuchar a Artur Mas en un acto pretendidamente académico y concluí que si la administración de Estado hubiera tenido una mínima sensibilidad hacia las reclamaciones catalanas en materia económica; que si se hubiera pactado un concierto económico similar al vigente con Euskadi, casi nada de lo que ahora irremediablemente ya sucede, estaría pasando.


Pero no tenía ganas de escribir de Catalunya. Me pasa lo que con Euskadi hace unos años, hartazgo al que creo haberme referido aquí en alguna otra ocasión en referencia a las oportunas palabras de James Joyce en París, harto de la cuestión irlandesa: “Ya que no podemos cambiar de país, cambiemos al menos de conversación”.



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